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La misma luz, la misma pólvora

Las Fallas y la celebración del Centenario no descentran a Mestalla, que se implica máximo ante el pétreo Getafe

La misma luz, la misma pólvora

Ya viene siendo hora de abordar un viejo debate. ¿Los partidos que coinciden en Fallas despistan al Valencia? Tanta pólvora, ruido y luz han construido históricamente una teoría llena de temores y medias verdades. Un club como el Valencia, de nacimiento tardío, en un momento, los felices 20, con el deporte convertido en pasión lúdica, se lleva bien con las fiestas. Nada concentra más a la afición de Mestalla que las Fallas. Recuerden al Arsenal de Henry, completando el tercer episodio de su capitulación blanquinegra. O al último Barcelona de Cruyff, consumido entre las brasas de una Nit del Foc con Mijatovic estelar, antes de abdicar.

La cuenta atrás del Centenario no descentró tampoco a la hinchada, que abandonó el Casal antes de tiempo, consciente del deber. Ayudaba que el rival fuese el Getafe, el penúltimo de esos villanos favoritos que se cruzan ocasionalmente en una historia ya centenaria. Con la salida de los dos equipos se desplegó una imponente pancarta «Un segle de sentiment etern». La imagen era preciosa, sobre el imponente marco de la verticalísima grada central. Pasan cien años y resiste la misma luz, la misma pólvora.

Mestalla eligió pronto a Damián Suárez como foco de los silbidos. El lateral charrúa (debería quedar claro por su país de procedencia), se crece ante la hostilidad. Cuanto más se silbaba, más crecía: un lanzamiento desde medio campo a Jaume, unos segundos de pausa extra antes de lanzar un córner, para recrearse en la música de viento procedente de la grada.

El partido tuvo, como era de esperar, pocos momentos de relajación, más allá del saludo colectivo a alguna traca que sonaba desde los aledaños. El Getafe es un equipazo, no en nombres, sino por el trabajo paciente con el que está esculpido. Un bloque que nunca se descompone, con unos mecanismos automatizados y un poderío físico que les permite llegar a tiempo a cada pelota dividida, a anticipar fueras de juego, a leer el ritmo que interesa en cada momento. Desde esa conjura grupal se explica el crecimiento de jugadores como Nemanja Maksmovic. El chico tímido que venía de la liga de Kazajistán presenta las credenciales del líder que dio a la selección serbia el Mundial sub'20. Debería volver, sin falta.

La pegajosa presencia del Getafe se desgastó en la segunda parte, con un Valencia más decidido y Guedes en su versión más solidaria, sin buscar el recorte hacia adentro para perfilar el disparo, sino sorprendiendo por el centro para regalar asistencias. Los de Bordalás iban dando pasos hacia atrás, refugiándose en una portería, la del Fondo Norte, que saben que está embrujada. El partido se dirimía entre el coraje de unos y la supervivencia canchera de otros. Se echaba en falta que algunos actores ayer principales, como Gameiro, suelen ser más decisivos cuando se les adjudica un rol secundario, desde el banquillo. No se tomó bien su sustitución el francés, que se encaró con Marcelino, en la frustración lógica por dejar de jugar un partido trepidante. No hubo esta vez gol milagroso, pero tampoco podía haber reproches con un equipo que se vació y que hoy tomará las calles para soplar sus primeras cien velas.

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