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Tres derrotas coperas en la década fantástica

La alineación de aquella final del 49 respondía ya al sistema llamado W-M, conocido en España como «cerrojo»

Tres derrotas coperas en la década fantástica

La década fantástica en la que el Valencia fue protagonista principal del fútbol español, como inesperado contraste, junto a los triunfos ligeros en los años 42, 44 y 47, no se lograran éxitos similares en la Copa a pesar de que ya en 1941, al derrotar 3-1 al Español, se había comenzado la ruta que justificaba la calificación de equipo copero. Tres años consecutivos se llegó a la final y en las tres ocasiones se regresó a casa con la derrota a cuestas. Ese extraño fenómeno de tres finales consecutivas perdidas se volvió a dar en la historia valencianista, pero ello ya sucedió en la década de los 70. Se perdió en 1971 por 3-1 en el Camp Nou y en los dos años siguientes las derrotas fueron en el Bernabéu 4-3 con el Barcelona y 2-1 con el Atlético de Madrid.

La revancha, tras el trienio nefasto, se tomó en la campaña de 1949, en la que la que la nómina de jugadores valencianos crecía. De aquel triunfo ante el Athletic siempre quedó el hecho de que Amadeo hiciera parar el autobús en la frontera de Cuenca con Valencia. Descendió del vehículo y besó el suelo. Era un sentimental.

En 1945, aún jugaba la «delantera eléctrica» y el grupo de vascos era el más numeroso. En la nómina estaban Eizaguirre, Juan Ramón, Ortúzar, Lecue, Iturraspe, Epi, Mundo, Gorostiza e Igoa.

Montjuich se convirtió en campo gafe para los valencianistas. Ya en 1934, perdió la final con el Madrid y en las tres derrotas consecutivas volvió ser escenario el estadio barcelonés. Con el Atlhletic perdió por 2-0. Con Asensi empezó la biografía más curiosa de un valencianista, ya que llegó a ocupar todos los puestos del equipo incluida la portería en un amistoso por lesión de Eizaguire. Hernández estrelló un remate en el larguero y fue lo más sobresaliente del ataque en aquella tarde. Esta vez la derrota fue por 3-2, pero hubo emoción hasta el final y de ella quedó el hecho de que fueron expulsados Álvaro y Zarra. El valencianista, que ya tenía injusta fama de leñero, aunque no fue él quien rozo la cara de Zarra, sino Eizaguirre, al levantarse del suelo donde había recogido el balón, Pedro Escartín lo mandó a la caseta. Los cronistas de la época dijeron que de ello se benefició el equipo bilbaíno porque la zaga valencianista quedó descoordinada. Rafael Iriondo marcó el tercer tanto. Iriondo, natural de Guernica, se salvó del bombardeo que durante la Guerra Civil sufrió su población por los aviones nazis que apoyaron el golpe de Estado de Franco. Iriondo era un niño y se libró de milagro. Después formó parte de una delantera mítica del Athletic con él de extremo derecha, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza en el quinteto que recitó media España.

Montjuic fue de nuevo el campo de la derrota. Si bien en el anterior encuentro el Valencia alineó un equipo casi de circunstancias porque al lesionado Epi le sustituyó Bertolí que no era extremo.

En la tercera, que tampoco iba ser la vencida, el Valencia, campeón liguero, el equipo más ponderado y admirado, jugó con alineación de gala: Eizaguirre; Álvaro, Juan Ramón; Ortúzar, Iturraspe, Lecue; Epi, Asensi, Mundo, Igoa y Gorostiza.

Aquella desgraciada tarde en la que los madridistas ganaron por 3-1, desde el punto de vista valencianista hubo otro detalle que enturbió más la derrota. Guillermo Gorostiza «Bala Roja», que fue autor del único tanto del equipo, disputó su último encuentro oficial con la camiseta valencianista. Después jugó sus últimas campañas en los que arrastró su gran fama, en equipos de inferior categoría. Fichó por el Baracaldo, Juvencia de Trubia y acabó su carrera en el Logroñés. Su biografía requiere capitulo aparte. Es uno de los futbolistas del valencianismo que he catalogado como «genios y figuras» que será objeto de otro capítulo.

En aquellos años en que se alternaron gozos con lágrimas se produjo el alumbramiento del Mestalla, lo que sería la gran academia valencianista. Rino dirigía al equipo local Cuenca y lo más idóneo para que aquel conjunto de barrio tuviera gran entidad fue prohijarlo por el Valencia.

El Mestalla apareció en el fútbol valenciano con gran éxito, lo que le proporcionó la posibilidad de jugar el campeonato de España de aficionados. Las victoriosas eliminatorias le llevaron a disputar la final con la Ferroviaria, equipo patrocinado por Renfe, que tenía su campo junto a la Estación de Delicias y de la que salió catapultado después hasta la Segunda División. La final con el Mestalla, según las crónicas de la época, fue lamentable. Se tuvo que jugar en el campo del finalista madrileño, lo arbitró un empleado de la Renfe y éste no tuvo mejor actuación que la de los más nefastos arbitrajes conocidos en Mestalla y Vallejo como los de los antiguamente famosos Gojenuri y Ferrete. Expulsó a Peñalver con lo que el conjunto valenciano tuvo que disputar la mayor parte del tiempo con 10 futbolistas. De entre los finalistas derrotados por 3-2 salieron después hacia el primer equipo valencianista Quiliano Gago, Antonio Fuertes y Vicente Seguí. La revancha por derrotas tan imprevistas se tomó en 1949. Hacia el final de la década el Valencia ya había ganado tres títulos de Liga, había sido subcampeón y había sido protagonista copero. Habían sido bajas en la plantilla Rafael Alsúa, un genio que acabó de manera dramática en Santander, Javier Rubio y Vicente Morera. Éste fue fichado para suplir a Mundo al que se le veía en declive.

La incorporación más notable de aquella temporada fue la de Antonio Pérez, natural de Nules, personaje que está más allá de la propia biografía futbolística, y Escrivá del Levante. En la plantilla se produjo la aportación valenciana que se deseaba en el club para suplir las bajas vascas que se anunciaban y se empezaban a producir. Eizaguirre tuvo que luchar por la titularidad con Pérez y y a ambos se sumo Bienvenido Primo, también valenciano

La defensa ya tuvo a los clásicos Álvaro y Juan Ramón, el apoyo de Asensi, que ya iba bajando líneas hacia atrás, Monzó, Sáenz y Díaz, que ya estaba en la nómina anterior. La media comenzó a basarse en el dúo Pasieguito-Puchades, aunque ayudaron Santacatalina y Herrero. Delante aún se mantuvo Mundo y con él Epi e Igoa, pero también contaron Gago, Escrivá, Giraldós, Seguí y Amadeo. Horacio Arquímedes Herrero Errobidart fue el primer extranjero llegado al Valencia en los años de la posguerra. Procedía del España de México aunque era argentino. No cuajó aunque llegó a formar media con Puchades. Era característico su gorrito pastelero con el que jugaba. Se marchó al Racing. En la final no tuvo sitio.

La final se disputó en Chamartín, nombre que obedecía al barrio de Chamartín de la Rosa, como solía recalcar Matías Prats en sus transmisiones. Lo de Bernabéu vino después. El adversario fue el casi perpetuo Rey de Copas, título que en los últimos tiempos perdió en favor del Barcelona, que manda ahora. Para aquella tarde en la que el subcampeón de Liga trató de reivindicarse tras los tropiezos anteriores, el entrenador Jacinto Quincoces, don Jacinto (los únicos nombrados con tal distinción fueron el entrenador valencianista y doña Concha Piquer) alineó a los siguientes futbolistas: Eizaguirre; Asensi, Álvaro, Díaz; Monzó, Puchades; Epi, Pasieguito, Mundo, Igoa y Seguí.

Como se puede observar la alienación ya respondió al nuevo sistema llamado W-M, que a España trajo el San Lorenzo de Almagro, pero que en Europa ya había sido ensayado pero con variantes por el austriaco Rappan y el italiano Vittorio Pozzo. La variación más sustancial en que consiste aplicar la W, era distribuir a los 5 delanteros con 2 interiores más retrasados. Rappan había puesto en circulación el llamado verrou que era conocido por los italianos como catenaccio y en España funcionó como «cerrojo». Esta variación se adjudico al entrenador donostiarra Benito Díaz, que no hizo otra cosa que retrasar un delantero a la zona media. Pozzo había llevado a la selección italiana al triunfó en el Mundial de 1938, sin aferrarse a la W-M. Se sirvió de una parte del sistema ya que a la W aplicó el contragolpe.

Aquella tarde madrileña contra el Athletic, el equipo tenía la clara amenaza de que Epi lo abandonaría. El donostiarra prometió a sus compañeros antes del encuentro que llevaría al equipo a la victoria porque no se quería despedir sin ella. Y así fue porque marcó el gol de la victoria.

Los miles de valencianistas que se habían arropado al equipo en las tres derrotas coperas no faltaron en Madrid donde se rompió la mala racha. La final no se disputó en el gafe Montjuich. La alegría volvió a casa.

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