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Las lecciones a tiempo

El instinto de supervivencia de un Rayo de símbolos humildes aplasta la lógica contra un Valencia al que no le basta con la inercia

Paulista, Parejo y Diakhaby se lamentan tras el segundo gol del Rayo. i. hernández / sd

La confianza excesiva a la hora de sacar una pelota jugada desde dentro del área de Parejo o Diakhaby, el golpeo tocadito y raso del capitán para ejecutar un penalti, la comodidad de recostarse en un treinta y poco por ciento de posesión contra un rival en puestos de descenso. Mente y músculos delataban señales, ayer en el barrio de Vallecas, en el que se dibujaba un arcoiris que reforzaba la idea de una falsa apariencia, de una tarde bucólica que iba a convertirse en derrota dolorosa. Después de grandes esfuerzos físicos y una tensión mental al límite, como se exhibió en solo tres días de diferencia frente a Sevilla y Real Madrid con el premio de seis puntos, el riesgo de caer en la relajación era evidente. Así se advertía en las previas, así lo avisaba un Marcelino García Toral que renovó el «once» para imponer a jugadores con reivindicaciones pendientes.

La inercia no es suficiente para vencer en un estadio en el que se han reparado daños estructurales y que en uno de los fondos no presenta grada. No hay lujos, ni en el campo ni en el resto de un barrio obrero en el que, cuando vienen mal dadas, el sentido de pertenencia y el arraigo a una comunidad y unos colores se refuerza. En el estadio de la calle del Payaso Fofó, los símbolos están hechos de carne, hueso y desdicha. La Puerta 1 del estadio está dedicada a Wilfred Agbonavbare, el guardameta que sostuvo al equipo de la franja roja a Primera y, ya retirado, se ganó la vida en empresas de mensajería y como mozo de carga en el aeropuerto de Barajas, para fallecer con 48 años de cáncer que combatió con contados ahorros. Llegó al club ofreciéndose a realizar unas pruebas y se ganó un nombre. Debutó en Mestalla, una tarde de 1992. Ganó el Valencia 1-0, gol de Arroyo, contra un rival en el que Jémez jugó de central. En esa Puerta 1 se fotografió ayer la Penya 18 de Març de Madrid, cuya lejanía geográfica con Mestalla multiplica el entusiasmo de su vinculación con el club blanquinegro. Cada encuentro en la comunidad de Madrid es un día grande para este colectivo, es uno de esos días para exhibir colores en una ciudad en la que conviven cada día por dos gigantes, como Madrid y Atleti.

La actitud convierte al fútbol en un deporte implacable, por mucho que un equipo llevase dos meses sin vencer y, los otros, diecisiete partidos sin perder. Esa larga distancia se recorta entre el instinto de supervivencia de unos y el manso pragmatismo de otros hasta consumar un marcador inusual, con Mario Suárez de verdugo. La «pájara» no debe ir recargada de adjetivos corrosivos. En este mismo escenario, en marzo de 2002, un Valencia líder cayó contra un Rayo colista. Fue el último tropiezo antes de ganar la Liga, una especie de bofetada a tiempo. El bochornito de ayer debe tener el mismo efecto en un Valencia con todo de cara para firmar un año grande.

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