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Sin ser cuartos

Sin ser cuartos

Qué incomprensión, qué congoja, cuánto fustigamiento el del prójimo que no entiende, venga, cómo es posible que este equipo -el del 2-0 de Vallecas, el del 1-3 en La Cerámica- reciba fraternidad y cierta valoración. Y por qué no sucedía con el grupo de mediados de este siglo que accedía a Champions con soltura y conseguía, dónde va a parar, muchos más puntos y eficacia entre la indiferencia del público.

La comparación resulta de necios -aquí uno, comparando. Cada equipo es hijo de un viento y unas circunstancias. Los rivales. Una racha goleadora. Una plaga de lesiones. El capricho, qué se yo, de Mestalla para hundir o no a un equipo (ya se sabe lo del vicio mestallero; vuelven a irrumpir con ello los valenciólogos).

Que qué es eso de considerar una buena temporada a este engendro irregular. Y tú me lo preguntas. Emoción, se llama emoción. Un año se hace largo y tosco si no hay cuestas, si todo el camino es llano, sin escaladas o caídas.

Este equipo, al que justo ahora comenzamos a conocer para bien (y para mal€), se ha atrincherado alrededor de su propio relato, fielmente construído por Marcelino. La superación. La persistencia. La fe en un proyecto cuando nadie creía. El más difícil todavía. Va camino de ser uno de esos conjuntos defectuosos que por coraje y estilo quedan en el recuerdo.

El Valencia 18/19, ante todo, no es un equipo arrugado, aunque lleva pliegues complicados. Tiene el mal de ahogarse con su propio mérito. Agota un recurso habitual como salir vertiginoso ante pérdida rival. Cree que en ello está su mejor arma defensiva, porque el oponente ataca temeroso, peor. Confía tanto en el lance que se deja llevar como en duermevela. Y no cierra los partidos cuando aparenta poder, sino que los deja abiertos a expensas de la sorpresa. Pocas veces vence por aplastamiento, sino más bien por arte trilero.

Se atasca cuando no hay espacio ni tiempo para la velocidad, cuando juega contra grupos cicateros y rocosos. Tras pasarnos decenios atribuyendo falta de oficio al juego del Valencia, en Vila-real entrenador y prensa locales subrayaron justo el sentido de oficio de los que visitaban. El juego de persistencia y los goles de descuento auguran un plus de adrenalina, un atributo nuevo que casi parece tener que ver con la superstición.

Por todo eso, porque una temporada está hecha de hitos emocionales, este ejercicio promete quedarse en el recuerdo colectivo.

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