Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Capítulo XV

Memorial de genios y figuras (II)

Memorial de genios y figuras (II)

La Guerra Civil tuvo consecuencias deportivas dado que algunos jugadores valencianistas tuvieron que pasar por el infierno de los campos de concentración tras cruzar los Pirineos y adentrarse en Francia. Ese trance doloroso lo padecieron, entre otros, Antonio Pérez, Torredeflot, y el jugador del Levante y años después al regresar del exilio entrenador del Valencia Salvador Artigas.

Salvador Artigas fue el último piloto de la República. Fue el último que salió de territorio español y aterrizó en Francia. Pasó por Argelés sur Mer y finalmente fue llevado a Gurs, campo que fue conocido como el de los Vascos. Artigas formó parte del Levante durante la Guerra y participó en partidos de Superregional y la Copa Mediterráneo. Una alineación en que el Levante era derrotado por el Valencia en Camino Hondo (1-5) y luego se tomaba la revancha por 3-2. la formaban Pío; Arater, Calpe; Sierra, Guillén, Calero; Puig II, Artigas, Martínez Catalá, Gaspar Rubio y Botella. No llegó a formar en el equipo que se proclamó campeón de España al derrotar al Valencia en Sarrià porque ya había abandonado el fútbol para instruirse como piloto. Arater murió en el frente de Teruel. En la misma batalla estuvo Agustinet Dolz, pero regresó y disfrutó que le reclamaran lo de «Agustinet bombetja». Artigas dejó el Levante en 1937.

Artigas fue el único miembro de la aviación republicana que, sin ejercitarse en la Unión Soviética, pilotó los famosos I-16 Polikarpov, conocidos como los Mosca. En ese aspecto fue único. Se ejercitó en la escuela de Agen (Francia) y de allí pasó a los Alcázares, en Murcia. En los días finales de la guerra estaba en el campo de Villajuiga y de allí partieron los últimos aviones republicanos. A él se le concedió el honor de ser el único piloto que no era jefe para que tomara los mandos del aparato.

Lo recibieron soldados senegaleses que le pusieron el fusil en el pecho. Entregó el aparato y fue internado transitoriamente en Argelés. Allí estuvo también Ana Jato Sanz, a la que conoció en Burdeos y con la que se casó. Ésta me relató en cierta ocasión que los franceses no tuvieron miramientos con ellos en aquellos campos a pie de playa. «La única ayuda que recibimos fue de los cuáqueros de Estados Unidos. Ellos lograron llevar a los hospitales a los tuberculosos. Era muy duro verse amenazados por los senegaleses y no disponer de un mínimo para tener una existencia humana».

Artigas regresó a España para jugar en la Real Sociedad que entrenaba Benito Díaz. Pasó la frontera con una caja de zapatos en los que trajo sus botas. En la Real coincidió con el alcoyano Pérez Payá, que estudiaba en Deusto, y los valencianistas Epi, Eizaguirre e Igoa, que habían abandonado el Valencia.

En Gurs tuvo como compañeros a Torredeflot, contra el que había jugado algunos partidos y al andaluz Paco Mateo. Domingo Torredeflot llegó al Valencia del Sans de Barcelona y posteriormente jugó en el Barça y Girondins de Burdeos. Torredeflot era conocido como «Chevrolet» por su velocidad y la marca del automóvil que poseía. Era extremo habilidoso, aunque poco propenso a dirigirse a la portería contraria. Fue importante en la campaña de ascenso a Primera. Tuvo diferencias con los directivos y se fue el Barcelona. La Guerra lo llevó al exilio e ingresó en el campo de Gurs.

Durante su estancia en este campo vio a Benito Díaz que iba a por Salvador Artigas. Torredeflot, según me contó el propio Benito Díaz. Desde la alambrada le dijo: «Sé que viene a por Artigas, pero aquí el mejor jugador es Paco Mateo». Don Benito, que entrenaba al Girondins y que anteriormente había sido delegado de los naranjeros valencianos en Hendaya, donde tenía su oficina, fue captado por los dirigentes bordeleses. Hizo caso a Torredeflot y se llevó a los dos. Posteriormente, Benito Díaz también contó con Torredeflot. El Girondins fue campeón de la Francia ocupada con Artigas, Urtizberea, Mancisidor, Paco Mateo y Chevrolet.

Artigas llegó como entrenador al Valencia junto a Enrique Buqué, con quien formó tándem. En la 69-70 Joseíto fue destituido por sumar 3 puntos en 5 partidos y la eliminación en Copa de Ferias. Con Artigas y Buqué el Valencia llegó a la final de Copa que perdió por 3-1 con el Madrid en Barcelona. Fue la primera de las tres finales con consecutivas que por segunda vez perdía. Artigas conocido como «Mister K.O.», por la dureza de sus entrenamientos, fue sustituido en Mestalla por Di Stéfano.

Paco Mateo jugó en el Valencia un par de partidos durante la guerra. Era un delantero centro espectacular. Formó parte del equipo que ganó 0-2 en Sarrià al Español en el primer partido del campeonato de la España Libre que hizo campeón al Levante. El Valencia alineó: Antolí; Alepuz, Juan Ramón; Bertolí, Iturraspe, Arín; Doménech, Goiburu, Vilanova, Mateo y Richart. Éste último también participó en la Batalla de Teruel. Mateo contó su presencia de esta manera: «Vine con Polo, jugábamos en el Britania de Gibraltar. Estuve dos temporadas en Tetuán, después pasé a Gibraltar. Con Polo jugué contra los austriacos e hicimos de selección inglesa». De allí salió hacia la España republicana. Tras su debut en el Valencia, Doménech le dedicó grandes elogios anunciando que triunfaría por su facilidad para ver la portería contraria. Al salir de España fue recluido en el campo de Saint Cyprien. En Francia fue un gran ídolo por su habilidad goleadora. En el Girondins cobraban escaso salario y tuvo que complementar sus ingresos descargando un camión de cervezas. En uno de sus esfuerzos se lesionó en la espalda. Se convirtió en defensa central y acabó sus días como gran ídolo de Burdeos.

El caso del nulense Antonio Pérez fue realmente dramático. Lo enrolaron en la llamada «Quinta del Biberón» (17 años) y le tocó vivir la desgraciada Batalla del Ebro. El ejército republicano cruzó el río hacia València y posteriormente tuvo que regresar hacia Cataluña. La desbandada no tuvo orden. Cada uno se las arregló como pudo parar pasar el río.

«Los que sabíamos nadar podíamos cruzar, pero los que se agarraban a una mula acababan todos ahogados. Quienes nadábamos corríamos el peligro de que se nos colgase algún desesperado y acabáramos ahogados los dos. Me planteé la situación y nadé con un machete en la boca. Estaba dispuesto a salvarme como fuera. Cuando llegué a tierra me hice a la idea de que la guerra había terminado para mí. Vi que los catalanes se iban a casa y decidí no regresar al ejército. Durante el día me escondía y caminaba durante la noche. Hice los kilómetros hacia Francia con toda clase de penurias. Acabé en el campo de concentración de Agde, donde pasé hambre hasta el extremo de lanzarme al suelo a por una lenteja que algún desalmado de los militares nos lanzaban por encima de la empalizada. Todo cambió cuando el cocinero nos hizo pasar a sus dependencias cuando estaba solo. Era homosexual. Nos llamó a quienes más le gustábamos. No lo he contado nunca, pero lo hago ahora. Me la mamaba mientras me daba un plato de comida. ¡Màmame-la, maricón, però donam menjar», le decía. «Se organizó un partido de fútbol y con esa excusa nos mejoraron la comida. En Saint Cyprien, donde estuve anteriormente, practicábamos en la arena para entretenernos. Jugué en Agde con Paco Mateo y desde allí escribí a casa para que me sacaran. La familia logró avales y volvió a Nules. De mi quinta salimos 16 y regresamos vivos 5». Antonio suplió a su hermano en la portería del Nules y lo fichó el Castellón. Allí le llegó la oferta del Madrid, que le pagó 125.000 pesetas. «Me las dio don Pablo Hernández Coronado y mi madre comenzó a llorar porque me iba otra vez de casa. Hablé con don Pablo, le devolví el dinero y me comprendió. Cuando luego me ofreció fichar el Atlético de Aviación, el Madrid me permitió que aceptara el contrato con los adversarios madrileños».

El hambre que pasó en Francia lo coinvirtió en obseso por la alimentación. En Madrid tenía doble tique para desayuno, comida y cena en la Pasada del Peine donde vivía. Ingería pues doble ración cada vez que se sentaba a la mesa. En el Atlético le llegó a insultar Alfonso Aparicio en un gol diciéndole que tenía los ojos llenos de panes. En 1982, tras la inauguración del Mundial, viajé con Víctor Martínez, secretario técnico del Atlético de Madrid que era amigo de Antonio y me pidió que fuéramos a buscarle. Así lo hicimos y de Nules regresamos a Villarreal, donde había encargado una paella en el restaurante de la Ermita. En medio de la conversación sobre los tiempos en que estuvo en Madrid, Víctor Martínez le preguntó: «Sigues teniendo tan buen saque como entonces». Antonio respondió: «Tengo una finquita de naranjos con una casita. Suelo ir y cocino una paella para dos, pero como el otro no viene...».

En su carrera siempre se dijo que engordaba con facilidad.

Compartir el artículo

stats