«- ¿Cuánto tiempo estoy corriendo?

-Ahora te digo.

-Entonces, ¿lo de siempre?

- Sí.»

Bajo la lluvia fina del agosto inglés, en Marlow, el preparador físico José Viela confirmaba a Dani Parejo que, por tercer día seguido, debía seguir corriendo en solitario, alejado del resto de sus compañeros, de los ejercicios tácticos y hasta de las actividades recreativas impartidas por Pako Ayestaran, como ir en canoa por el Támesis. Parejo recibía el castigo por haber abdicado del brazalete e intentar forzar su salida al Sevilla. Era el verano de 2016. No se han cumplido ni tres años y parece que hayan transcurrido un par de siglos, desde aquella escena. Hoy Dani Parejo (1989) es el símbolo, dentro y fuera del campo, de un Valencia que ha cumplido cien años repitiendo uno de sus cíclicos resurgimientos, con el centrocampista de Coslada como actor principal.

En 2016 tocaba fondo la trayectoria de Parejo, marcada desde su fichaje en 2011 por los picos de irregularidad de un talento sin constancia y condicionado por los propios vaivenes de un club en agitación. En aquellos días de agosto, mientras el club exhibía una postura de fuerza pública, era Pako Ayestaran quien, con discreción, reconstruía puentes con el futbolista. El técnico vasco, alertado por los rumores de venta de André, Mustafi y Alcácer, buscaba a los periodistas desplazados para confesarles, en privado, que se podían ir todos, menos Parejo: «Si venden a Parejo, al Valencia se le abre un boquete. En su posición, créedme, en la Liga solo son mejores Iniesta y Modric».

Ayestaran había asistido en 2003, cuando era el preparador físico de Rafa Benítez, a otra reconversión milagrosa, con Fabián Ayala de protagonista. El central argentino intentó de forma impetuosa ser traspasado al Madrid. Con la bonhomía del presidente Jaume Ortí se recondujo la situación y a los nueve meses, en Sevilla, Ayala lloraba en la conquista de la sexta Liga.

A esa misma ciudad, a la que por suerte no emigró, se presenta este sábado Parejo, como el líder sólido y respetado del Valencia y en el momento de mayor madurez de su carrera. La llegada de Marcelino en 2017 fue clave para impulsar definitivamente la carrera de un futbolista con siete vidas, sensible en los afectos y necesitado de disfrutar de un deporte que adora y del que habla por los codos. «Es un jugador con muchísimo talento. Es increíble», relataba Marcelino en la pretemporada en Évian-les-Bains. El técnico asturiano ya estaba convencido por la calidad técnica del jugador, pero al ver que, en la convivencia en Francia, Parejo se erigía voluntariamente como el interlocutor de la plantilla con el cuerpo técnico, Marcelino tuvo claro que el futbolista madrileño sería el pilar que sostendría el proyecto.

«En los buenos y malos momentos siempre pedí la pelota», recordaba Parejo en Levante-EMV, ya estabilizado como el ideólogo del Valencia. Con esa misma tenacidad ha dado la vuelta a la crisis con la que empezó el año del Centenario. Ha reactivado a un equipo que le obedece y ha calmado a base de tuits certeros el ánimo volcánico de la grada. «Ahora hemos llegado a la Champions y vamos a jugar una final cuando en enero nadie daba un duro por nosotros», reflexionaba ayer para Efe. «Cuando eres un chaval lo pasas bien, pero hoy, con la madurez, esta profesión te enseña a disfrutar de otra manera, a darle mucho más valor a las cosas. Disfruto mucho más ahora que cuando tenía 22 años». Ese es Daniel Parejo Muñoz, el superviviente, el capitán de leyenda en la final de Copa del Villamarín.