Ya pasó una vez. El FCB era el gran favorito pero la Copa viajó a Valencia. Fue La Final. La de Martín Queralt, la de mi padre, la de todos. Se jugó en la caldera de Chamartín, pero también en la plaza de Convento Jerusalén y en el horno de la calle Cuenca, casi en Patraix. La vieja radio convirtió el sopor de la sobremesa en euforia. Cuando Quique se subió al larguero, la ciudad ya estaba en la calle y la pólvora coronaba todas las esquinas.

A ese rotundo 3-0 de junio de 1954 volvemos siempre porque explica quiénes fuimos, y por tanto, quiénes somos: 100 años de historia resumidos en 90 minutos. Fue la final de Fuertes y Mañó, de Puchades y Pasieguito, de Badenes y Seguí, de Buqué y Monzó, de Sócrates y Quincoces II, el colofón perfecto de la triple C: Colina, Cubells, Casanova. Sobre esa final se edificó el mito y la leyenda, la eclosión definitiva del espíritu bronco y copero. Durante muchos años, el collage fotográfico de la gesta decoraba algunos bares de la Ciutat Vella.

A ese mural icónico le dediqué el primer cuento que publiqué. Estaba en el bar Coral, en la esquina de Viana con Balmes, en pleno Barrio Chino. Uno a uno, y salvo Mañó, murieron todos los integrantes de aquel equipo legendario. También cerraron los bares y el cuadro por el que suspiraba el protagonista de mi cuento desapareció. Por el camino perdimos el club y la inocencia, pero no la memoria. La memoria no te la pueden arrebatar jamás. Va con uno y no está en venta.

La hostelería clásica mutó en franquicia y el fútbol en negocio. Lo sé, lo sabemos. De la vieja radio que llenó de júbilo aquella tarde nunca más se supo. A veces le pedía a Juan Martín Queralt detalles que alumbraran matices nuevos. Con cada detalle imaginaba a mi propio padre dando vueltas al tablero del obrador del horno dónde nació, tal y como él me contó tantas veces en los años de plomo. Con cada gol, nubes de harina adornaban su cabeza. Con cada gol se proyectaba en una balada eterna.

El sábado muchos veremos la final de la Copa del Rey 2019 encerrados en casa, a solas, sin más compañía que nuestros fantasmas. No seré capaz ni de ponerle volumen al televisor por miedo a que el sonido ambiente me estalle en el corazón. Al Valencia CF se le quiere desde un lugar que no admite réplica. Sólo sé que cuando Dani Parejo recoja la copa del Centenario pensaré en ellos, en los héroes del 54. Levantaron el mejor Valencia de la historia y lo sostuvieron contra viento y marea. Es por ese Valencia de casta y corazón por el que volveremos a ser campeones.