Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El mejor año de nuestras vidas

Desde el primer cántico por la mañana en las calles de Sevilla, hasta el último «tackle» de Coquelin en la resistencia heroica del 1-2, pasando por los 63 minutos inmortales de Dani Parejo, el pueblo de Mestalla participa de forma brillante en la octava Copa

El mejor año de nuestras vidas

Conquistada de forma brillante la octava Copa del Rey, los aficionados del Valencia se fundieron en un mar embravecido de miles de abrazos. En una noche como la del 25 de mayo de 2019 había que abrazarse fuerte, porque ninguna noche es infinita, como se decía en aquella balada italiana, «los mejores años de nuestra vida». Pero todos esos abrazos y la memoria harán eterno el 1-2 del Benito Villamarín. Desde el primer cántico de ánimo, a la resistencia emocionante de los últimos minutos, a los 63 minutos inmortales jugados por Daniel Parejo Muñoz. El Centenario ya es justo eso, el mejor año que vivimos.

Qué finalista tan fascinante es este Valencia. Sus prolongadas sequías, sus largas noches, provocan que, cuando viene de regreso, su afición desembarque en estos partidos con el entusiasmo del recién llegado, con la excitación de quien pisa la luna. Sin embargo, su músculo social es el de una institución grande, con la tradición de haber jugado la final de todos los torneos existentes, excepto la Intercontinental. La mezcla resultante es explosiva: grandeza y apetito amateur.

«Hay que controlar las emociones», aseguraba Parejo en la previa, aconsejando a sus compañeros, pero también a la grada, de la que ya conoce, como buen capitán, sus impulsos y su alma. Lo había previsto todo: las emociones que se habían a desbordar de manera torrencial durante toda la jornada, con su afición haciendo desaparecer a la rival en la bruma de un millón de tracas y cánticos. Con Marta Peiró, emblema del Valencia Femenino que ha sido dada de baja esta semana, cantando como la que más, porque aún quedan lealtades que son inquebrantables.

También sabía Parejo, porque es sabio, que en los primeros minutos aparecerían imprecisiones en los pases y el repliegue nervioso ante la posesión eterna del Barça. Y entonces Piqué le sacó a Rodrigo un balón debajo de los palos. Y entonces Gayà sirvió a Gameiro para que Kevin volviera a marcar en su portería favorito. Y entonces otro jugador valenciano, Carlos Soler, que de pequeño pedía entradas a la puerta de Mestalla para ver a su equipo, le ganó un esprint a Jordi Alba y sirvió para que Rodrigo se sacara la espina y pellizcase 25.000 corazones. Y entonces, como en las tres anteriores finales entre ambos equipos, el Valencia ya iba 0-2. En todas las jugadas había aparecido Parejo, en cada pase y robo pedía compartir un palmito de pedestal con Kempes, Baraja y el Piojo, que también jugaron un ratito, apareciendo en la gigantesca lona en la salida de los equipos. Calma, reclamaba Marcelino. Calma, recordaba en ningún rincón de la memoria el Ayala de Málaga.

Jaume sacó dos grandes manos a disparos de Messi, antes del descanso. Paulista acariciaba como un padre la cabeza del portero, tras su segunda intervención. También el cancerbero valenciano empezaba a pedir un trocito de heroicidad, como aquel portero, Bert Trautmann, paracaidista alemán que ganó la Copa con el City en 1956 con dos vértebras dañadas, y que acabó eligiendo Almenara, el pueblo de Jaume, para vivir sus últimos días. Queda claro que alguna conversación mantuvieron, entre naranjos, frente al mar. Hubo que defender el 0-2, finalmente, sin Parejo, que se marchó lesionado tras haberlo dejado todo, como un héroe clásico. Su lenta retirada, bordeando el campo y recibiendo el aplauso emocionado de su gente, pasa a formar parte de uno de esos momentos inmortales. Messi redujo distancias. El desenlace fue tremendo, con despejes de 70 metros de Paulista, tackles de Coquelin y contras piojescas desperdiciadas por Guedes. Ya volvíamos a ser campeones. No volverá a haber otro año igual.

Compartir el artículo

stats