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Filosofías del tiempo y el espacio en la final

Filosofías del tiempo y el espacio en la final

En el Musical de mi pueblo ya no cabía una silla más. Mi amigo Pepe, el de Turís, no paraba de aconsejarme tranquilidad cuando él se giraba de espaldas cada vez que se acercaba el Barça: «tranquil, Alberto, que te veig molt nerviós€», decía de tan nervioso como estaba él. «¿Per què cada minut me pareix mitja hora?», se preguntaba. En ese preciso instante, en el presente angustioso que esperaba con ansiedad la llegada de la gloria eterna hubiera querido ver yo a Platón, Aristóteles y San Agustín intentando contestar al dilema planteado por mi amigo. ¿Por qué el tiempo parecía resistirse a correr? Mi amigo Pepe estaba certificando el concepto filosófico que niega la existencia del mismísimo tiempo.

Bastaba que Eisntein se hubiera acercado al Musical de Godelleta y estudiar las reacciones humanas ante el tiempo medible sobreimpresionado en la pantalla, para concluir que sus intuiciones sobre la relatividad se cumplían. Y los alumnos de Bachillerato hubiéramos entendido a la perfección los intrincados vericuetos de su famosa teoría. Con lo fácil que resultaría explicar que La Teoría de la Relatividad es aquella que concluye que: «el tiempo se detiene cuando tu equipo gana y vuela cuanto tu equipo pierde» Todos los chavales lo hubiéramos comprendido a la primera. Y menos ecuaciones sobre densidades, materias y energías. Sí, mi amigo Pepe sufría porque cada minuto le parecía una eternidad, «xé, es que no passa els temps, mare meua queden deu minuts€una barbaritat».

¿Es la realidad lo que pasa? ¿Es lo que pasa y en el espacio que pasa lo verdadero? O como ocurre con el tiempo lo que pasa es una ilusión óptica. ¿Por qué el árbitro veía faltas donde ningún valencianista las veía? «¡Explica'am per què collons, tio fill de puta, pites ara una falta, a vore si m'ho expliques; xé quina vergonya!» , se oía a uno en la mesa de al lado elevándose de la silla e interpelando a pleno pulmón al árbitro, convencido de que le estaba oyendo. Y a nadie le importaban las repeticiones de televisión. Lo que allí se veía era falta o no lo era en función de una variable ilusoria, de un sentimiento que supera la realidad. Conclusión: la verdad, como el tiempo, es pura mentira. Afortunadamente Messi no acertó en su ejecución lo que provocó una unánime ovación de alivio. Porque hay ovaciones para aliviarse. Son las que producen cuando el enemigo se muere.

Todo aquel recorrido por las angustiosas disertaciones del tiempo, el espacio y la realidad se concentraron en la final de la Copa del Rey. Y acabaron con la disparà de unas cuantas carcasas que es como los valencianos manifestamos nuestra alegría. Porque en verdad de la buena esto del fútbol es una explosión de la única verdad: el amor. El amor irrefrenable hacia unos colores, hacia la historia nacida en el Bar Torino, hacia la delantera eléctrica, hacia Claramunt y Guillot, hacia Kempes o el Piojo. Ni tiempos, ni espacios, ni relativismos. El amor no se mide, se siente. Por eso cada minuto era una eternidad para los valencianistas. Y cada falta pitada una quimera arbitral por destruirnos.

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