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El VCF siempre vuelve

El VCF siempre vuelve

Tendría que preguntarle al genio Rafa Lahuerta pero, sinceramente, no recuerdo una pancarta con tanta simbología y que diga tanto del Valencia y su historia como la que el club exhibió en el Fondo Norte del Villamarín en la previa de la gran final contra el Barça. Soñar que no tenemos techo. Una camiseta con los rostros de Kempes, Piojo y Rubén Baraja agotaría las existencias en la Megastore de la Plaza del Ayuntamiento. Los ejecutivos de comunicación y marketing responsables de la idea, gente más o menos anónima que se deja el alma por el murciélago 365 días al año, han acertado de lleno con la idea que ha presidido esta inolvidable temporada del Centenario. Después la diseñó el ilustrador Jorge «Lawuerta». La alternativa al poder establecido. El alma contestataria. La voluntad de querer llegar. Eso fuimos y así somos. Así nació el club hace un siglo. Esa sigue siendo su esencia, intacta.

La importancia de esta Copa conseguida ante el FC Barcelona es tremebunda. Sobran los motivos. En primer lugar, porque el murciélago continúa siendo infalible y mantiene la liturgia de, como mínimo, conquistar un título por década. No falla desde aquella tarde de 1941 en la que el gran capitán Juan Ramón levantó el primer trofeo oficial en Chamartín tras la final contra el Espanyol. Además, ese apoteósico 1-2 del pasado sábado en Heliópolis enseña una lección importantísima a los peques que ahora nacen al fútbol: Messi es el mejor, pero no es invencible. No solo Barça y Madrid son campeones. El VCF también es capaz. Puede tardar más o menos, pero el murciélago siempre retorna de la oscuridad para hacernos llorar de alegría. En una entrevista reciente, Baraja me decía que deseaba de corazón que la actual plantilla conquistara un título. «Ese día sabrán cómo es esta ciudad cuando el autobús descapotable entra por la Avenida del Cid con una Copa en el piso de arriba. Así entenderán lo que significa el Valencia». Las imágenes de ayer, desde la aparición de Parejo rememorando a David Albelda en la cabina del avión, hasta la apoteosis final en un abarrotado Mestalla, garantizan otros cien años de abnegada fidelidad. Lealtad al escudo a prueba de finales del agua, tandas de penalti malditas o gestores manirrotos.

Esa es la moraleja de estos tres días que ya serán eternos. Por duras que sean las temporadas de sequía, por fuertes que sean los golpes, jamás, en ninguna circunstancia, se puede abandonar al murciélago. El Valencia siempre vuelve.

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