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Abdennour nos hizo mejores

Abdennour nos hizo mejores

Existen amargas teorías que sostienen que el fútbol nos hace peores. Más deshonestos, más primarios, más encendidos. Ya se sabe, esa soberbia del que no transige con lo que no siente o comprende. El fútbol, más bien, si lo miras al pasar, si atiendes a sus mensajes, si decantas su furor, termina por ser el fabuloso guión para la existencia. ¿Que no? ¿Qué aprendizaje mayor hay en ver a un defensa rutilante apodado la roca viajar en vuelo directo desde la gloria monegasca, Lim mediante, hasta el Kayserispor turco, con escalas de descalabro. Menudo chute de enseñanzas.

No, no lo tienes todo bajo control. Por mucho que parezca un refuerzo solvente, elogiado por la sociedad, pagado a precio de gran refuerzo... la incertidumbre es la acompañante y puede desbaratar en cualquier momento tu soñada hoja de ruta. Convive con lo incierto, my friend. Como para poner la mano en el fuego por un delantero uruguayo con aspecto de bombardero del gol. La tarea del buen estratega deportivo es precisamente la de ser limitador de riesgos.

No saques pecho tan pronto... El propietario, con el compás de los primeros golpes, se fue volviendo huidizo, recatado, casi casi invisible. Más aura que ser. A Lim, Abdennour también lo hizo mejor hombre. Debió aprender desde entonces que lucir la pieza como quien pesca el besugo mayor es un lance arriesgado. El lucimiento prematuro y gratuito (por muy caro que sea) acarrea consecuencias.

Cuidado con la admiración unánime. Ahora Abdennour es lo que es. Un bendito titular para optimizar el click. Un buen cebo del que hacer leña del árbol caído. La indiferencia cuando no desprecio que le dedicamos viene de los mismos que lo veíamos como un nuevo Otamendi norafricano y lo recibíamos con fanfarrias.

A veces perder hace ganar. Asumir la derrota a tiempo puede hacer que la vida se desatasque. El Kayserispor, depositario del activo tóxico, es el objeto de una renuncia. Cuando no hay nada que ganar, puede convenir renunciar.

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