El césped, la última reserva espiritual que le quedaba al Valencia este verano, empieza a notar los efectos del fuego cruzado entre Marcelino y Peter Lim. El equipo de Marcelino perdió en Balaídos por la mínima, en un castigo quizá excesivo -se contaron con ocasiones pero solo una entre palos-, pero que deja a los blanquinegros con un solo punto de seis en el casillero. La convulsión societaria se acelerará o enfriará en función de las señales que vengan del verde y este club, aún luciendo el cinturón de campeón de Copa, necesita alegrías.

Sin Rodrigo, pero con Maxi en el once, el Valencia salió al campo convencido de que su capacidad defensiva sería suficiente para desactivar la propuesta del Celta, un equipo valiente dispuesto en torno al balón y cuya posesión en los primeros minutos llegaba a abrumar. Los gallegos trataban de ensanchar el campo y Valencia basculaba de un lado hacia otro con una precisión mecánico. Solo un factor podría amenazar la seguridad de la zaga visitante, como un chispazo de talento de los celestes. Justo eso sucedió al cuarto de hora. Iago Aspas, más celtiña que las gaviotas y la fachada de ladrillo de la grada del Río Bajo de Balaídos, se escapó por uno de los estrechos pasadizos blanquinegros. Dejó atrás a Paulista y desconfiguró la caja fuerte. Denis Suárez, otro exponente de «calidade», cedió al Toro Fernández, que definió de primeras con un sutil taconazo. Ya no tienen a Maxi entre sus filas, pero el cántico de «Uruguayo» sigue sirviendo a Balaídos con su nuevo goleador. El tanto agrietó al Valencia en los siguientes instantes. El partido tenía acento de Moaña, con Aspas por todas partes.

Un pinchazo de Paulista presagiaba otra evidencia en la aparente descomposición del Valencia. La pausa para hidratarse mientras se esperaba si el central brasileño podría seguir, dio sin embargo otro aire al Valencia, un equipo con galones sobrados para obedecer también al instinto, y no solo a la orden autómata. Con presión más adelantada, Parejo empezó a dibujar conducciones largas, Guedes agradecía la brisa atlántica, que le evoca su hogar, participaba más a menudo, Gameiro comenzó a hacer de Gameiro. La mente de los valencianistas hizo click. En el 28 una escapada y centro de Guedes Maxi no llegó a controlar pero sí otro ex, Wass, que remató con mucha intención, pero Rubén Blanco y el travesaño llevaban otros planes. Gameiro, con su asombrosa facilidad para las asistencias, entregaba un balón de oro a Maxi, que no alcanzaba a empujarla con el pie. En el 41 Guedes buscaba el palo corto y luego era Maxi quien raseaba otro balón sin rematador tras cruzar el área chica. La primera parte acababa con el Valencia afilado.

El Celta sonrió con la tregua y agarró aire tras el paso de vestuarios. El partido se volvió de nuevo abierto. Iago reapareció con otra escapada que acabó en definición de Fernández abortada por Cillessen. Era el momento para la salida de Rodrigo, todavía murciélago, para aportar criterio en tres cuartos. Maxi, quizá con exceso de emotividad en la velada, era el sustituido. También se marchaba, bastante crispado, Paulista. Diakhaby, en su primera intervención, microinfartaba a los espectadores mestallistas con una cesión llena de temeridad a Cillessen. Entre Kang-In y Ferran, entre Corea y Foios,Marcelino eligió la segunda opción para acabar de apuntalar el ataque, en espera del asedio final, de la zona Cesarini que definió el Centenario. Fue Cillessen quien sacó una mano cambiada increíble para evitar el segundo. En tiempo de descuento, Garay cayó en la trampa de Denis. El interior gallego, que ansiaba la vendetta por no haber fichado este verano por el Valencia, se topó con Cillessen, que lo conocía a la perfección tras coincidir en Barcelona.