Los jugadores del Valencia y los 612 murciélagos desplazados a Londres celebraron con el gol que borra el luto descargando toda la rabia contenida. El goleador Rodrigo se golpeaba el escudo, Coquelin vociferaba, todos los futbolistas se abrazaban bajo una sola piel. Lo recordó Parejo: «No hemos dejado de ser una familia». El primer triunfo de la historia del equipo blanquinegro en Stamford Bridge fue el de un bloque con personalidad, muy unido y sin dudas, con una competitividad intachable, digno de la cita y la competición. El agónico penalti fallado por Barkley dio a los tres puntos ese regusto emocional que tanto se agradece y necesitaba el valencianismo. Pasará lo que tenga que pasar, pero ya se derrotó al silencio. Celades, con un planteamiento redondo, y Mestalla sonríen.

Con Cheryshev y Coquelin en las alas, Celades alineó un equipo de hormiguitas obreras, el once con más sentido colectivo a la hora de correr y no perder la posición. Y sobre todo, a diferencia de los cinco minutos de pesadillas con Ansu Fati en el Camp Nou, el Valencia contó con un inicio de partido tranquilo, sin sobresaltos, para templar las pulsaciones y desde el bloque bajo crecer en el partido. Muy bien replegados, los valencianistas dejaron que el Chelsea controlase una posesión improductiva. A los «blues» les faltaba el puntito de electricidad juvenil que ha imprimido desde el banquillo Frankie Lampard Jr: 21 años y 124 días tienen de media los goleadores del Chelsea en la Premier y con protagonismo canterano. Los locales notaron la lesión de uno de sus jóvenes héroes, Mason Mount, lastimado por Coquelin.

El ritmo del juego se fue volviendo más espeso y el Valencia desde la seguridad defensiva empezó a estirarse, a disipar la nube negra del adiós de Marcelino y a disfrutar de la noche londinense y de la madre de todas las competiciones. En el 21 Parejo entraba en acción y regalaba un globito a la cabeza de Gayà, que no peinó fuerte. El plan era sencillo, con recuperación y pocos toques. En el 27 Rodrigo, muy activo entre bastidores, mandaba un balón bombeado a la espalda de los centrales, pero Gameiro perdía opción de disparo tras el control. Con el partido estancado, el único lunar de los valencianistas era mantener la presión muy replegada, lo que motivó que Gameiro tuviese que correr mucho y siempre en solitario. «Que bote Mestalla» se escuchaba en el Bridge, sin rugidos ingleses.

Solo en los últimos diez minutos de la primera parte, el Chelsea rompió el ritmo. Lo hizo con las conducciones largas y regates de Willian, que generaron superioridad en el último tercio. El goleador Tammy Abraham (7 tantos en 5 partidos en la Premier) recibía por primera vez de espaldas y llegaban los primeros disparos de media distancia, aprovechando la línea muy retrasada de los centrales. En la última acción del primer acto, Cillessen evitaba el gol después de un disparo seco al primer palo de Abraham.

En el segundo acto, los de Celades siguieron enteros, adelantando metros, sin desorganizarse. El Chelsea era previsible para atacar en estático, sin posibilidad de colgar balones directos. Marcos Alonso, de falta , fue el primer local que hizo intervenir a un notable Cillessen.

Pese a todo, los guantes de Kepa estaban fríos y había que atacar el partido. Con la entrada de Maxi Gómez se mandó ese mensaje. Con el charrúa aguantando balones, empezaron a llegar faltas al borde del área. En el 74, Parejo colgó una de esas acciones de estrategia al desmarque de Rodrigo, que voleó picado para batir a Kepa. Con qué furia lo festejaron jugadores y los aficionados que volaron a Londres con todos los presagios en contra. Una mano accidentada de Wass, vista por el VAR, dio a la velada el remate perfecto, con el penalti al larguero de Barkley que quiso haber lanzado Willian. Puntazos de Champions.