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Liga de campeones

Cruyff y el Ajax soñaban con Wilkes

El inolvidable atacante holandés del Valencia de los años 50 inspiró a Cruyff para convertirse en uno de los mejores jugadores del mundo - "Johan siempre fantaseó con ser como Faas", rememora el biógrafo del gran símbolo del Ajax y el Barcelona

Faas y Johan, maestro y aventajado discípulo, posan para una revista holandesa en 1991. levante-emv

El Ajax se presenta esta noche en Mestalla como el más distinguido abanderado del «fútbol total», de una cultura de juego basada en la alegría atacante y la posesión abrumadora de la pelota, con querencia insobornable por el primer toque y el regate, todo sostenido con jugadores de gran calidad técnica. Johan Cruyff (1947-2016), como jugador y entrenador, y el conjunto de Amsterdam, como club, son los símbolos indiscutibles de un modelo que sobrevive a la venta de estrellas y que data su inicio enciclopédico a finales de los años 60.

Pero Cruyff, en realidad, revolucionó el fútbol queriendo ser como Servaas Wilkes (Rotterdam, 1923-2006). El gran extremo holandés del Valencia entre 1953 y 1956 es el eslabón olvidado en el relato del fútbol de ataque holandés. Se puede decir que Wilkes («il tulipano volante» que no olvidan los aficionados más viejos del Inter) se adelantó a su tiempo. Porque el que le tocó vivir fue el de un fútbol neerlandés orgullosamente amateur, tras la Segunda Guerra Mundial, y que conocía a sus jugadores por su nombre o diminutivo de pila, como Faas. La leyenda dice que cuando el MVV Maastricht quiso fichar a Wilkes y a su hermano, el portero Leen, que militaban en el Xerxes de Rotterdam, la propuesta para cerrar el trato fueron dos camiones Bedford para la empresa familiar de los Wilkes. La Federación no dio validez al acuerdo y los Wilkes se quedaron donde estaban y tuvieron que pagar los vehículos.

En ese fútbol de aire clandestino, el ídolo de Cruyff, el niño que habitaba a escasos metros del campo del Ajax, fue Wilkes. «Johan siempre fantaseó con ser Faas», señala a Levante-EMV Auke Kok, el autor de la reciente y más completa biografía jamás escrita sobre Cruyff. «Johan jugaba en las calles del barrio Betondorp, al lado del estadio. Para emular a Wilkes, en los partidos en las calles Johan solo driblaba, nunca pasó una pelota». La fascinación que Cruyff sentía por Wilkes venía «por la forma fluida de sus regates y sus acciones sorprendentes», apunta Kok. Y no hubo mayor momento de felicidad en la adolescencia de Cruyff cuando, a principios de los cincuenta, vio a Faas jugar en el Estadio Olímpico de Amsterdam, como jugador nacional. Así lo explicaría, con los años, el futuro revolucionario del fútbol: «Todo parecía tan fácil para él. Como si no necesitara ningún poder. Frenaba, aceleraba y regateaba al defensor. Desde el momento en que tuvimos televisión en casa, solo tuve tres favoritos: Faas, Florian Albert y Di Stefano».

La admiración era mútua. Wilkes aprovechó una de sus periódicas visitas para comer paella en La Pepica con su esposa Mona-Yvonne, para asistir a un homenaje a Cruyff en València, el 5 de octubre de 1974, con motivo de su segunda Bota de Oro. Entrevistado por Levante-EMV, Faas confirmaba la sucesión en el trono holandés del fútbol: «¿Cómo era yo como futbolista? Digamos que el Wilkes de entonces era como el Cruyff actual, solo que en aquel tiempo los periódicos trabajaban con menos medios. Cruyff es el mejor jugador de esta época».

La huella de Wilkes en el fútbol «oranje» fue tan indeleble que tuvieron que pasar décadas para que tumbasen su récord goleador con Holanda: 35 goles en 38 partidos. Patrick Kluivert y Dennis Bergkamp necesitaron disputar el doble de encuentros con la selección para rebasar su registro.

¿Y qué clase de jugador, tan especial, era Wilkes? A Mestalla llegó rozando los 30 años, en junio de 1953, después de brillar en un homenaje a Antonio Puchades contra el Valencia como estrella de un Torino que intentaba olvidar la tragedia de Superga de 1949. «¿Cuántos vagones de naranjas aceptarían a cambio de Wilkes?», bromeó Guzmán Zamorano, presidente de la Federación Valenciana, a los directivos turineses en la cena post-partido. El Madrid tenía a Di Stefano y el Barcelona a Kubala. Pero el Valencia tendría a Wilkes. Mestalla ya nunca vería a un jugador tan virtuoso como Faas. Su fino regate extrañaba en un futbolista fibroso, que rebasaba el 1'90 de estatura. La tribuna del proyectado Gran Mestalla que la riada de 1957 arrasó, se pagó con las localidades vendidas para ver al primer ídolo de masas de Mestalla, autor de 64 goles y de centenares de requiebros en 102 partidos con el murciélago como escudo. Compañeros de equipo, como Mestre, fascinados por su finta, llegaron a decir que era «el único jugador del mundo capaz de hacer una pared consigo mismo».

«Ellos no tienen 'ni puta ni idea'»

Con un centrocampista de buen toque como Pasieguito, la química era especial: «Wilkes siempre le pedía a mi padre que le diera pases para finalizar él la jugada. Y siempre le reclamaba la pelota diciéndole: 'Pásame a mí que ellos no tienen 'ni puta ni idea'», recuerda a este periódico Cristina Pérez, hija del mítico exjugador, exentrenador y ex secretario técnico del Valencia. La ocurrencia hizo tanta gracia en Pasieguito que en su familia continuan adaptando esa expresión con el castellano de Wilkes. La amistad con Pasieguito, o con la familia del gerente Vicente Peris, nunca se perdió. De hecho, Pasieguito llegó a aprender frases sueltas en holandés que, décadas después, chapurreaba a estrellas de Mestalla como Johnny Rep o Frank Arnessen, que rompían en carcajadas. El valencianismo quiso tanto a Wilkes que le tributó tres partidos de homenaje, ante el Botafogo, Rangers y Forest.

En 2003, tres años antes de fallecer de un infarto, el Valencia le distinguió con la insignia de oro y brillantes en Rotterdam, aprovechando un partido europeo en campo neutral contra el Maccabi Haifa. Se abrazó a unos emocionados Cañizares y Carboni. Conservaba la planta de aquel extremo que enamoró a Cruyff y a Mestalla.

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