Mestalla, el teatro de operaciones del conflicto entre un sector ya mayoritario de la afición y una propiedad intentando acallar las protestas con la megafonía disparada o con gestos irresponsables de Anil Murthy desde el palco, vio ganar de nuevo al Valencia después de tres intentos frustrados. Abrigado por Francis Coquelin, el equipo de Albert Celades superó al Alavés en un partido racheado, casi siempre incómodo, que no barre dudas, pero que deja como única ruta posible, la personalidad de Dani Parejo en la jugada del segundo tanto. En tres días había fallado un penalti ante el Ajax, se había quedado fuera de la selección y ayer acumulaba 80 minutos de pérdidas e imprecisiones. Ante cada revés, seguía insistiendo, haciendo bueno ese lema suyo de «en las buenas y en las malas siempre pido la pelota», y acabó provocando otra pena máxima. Asomado al precipicio, el capitán marcó a lo Panenka. Quédense con la moraleja: cuando nada acompaña, solo queda insistencia y atrevimiento.

El oficio de Coquelin para actuar como guardaespaldas de un Parejo impreciso que coleccionaba pérdidas, la maestría de Rodrigo para crear espacios entre líneas y el olfato rematador de Maxi Gómez solventaron una primera mitad que transmitía las mismas sensaciones frías de cada partido como local. El Alavés tenía el orden defensivo de Leganés o Mallorca, pero adolecía el instinto depredador del Ajax a partir de tres cuartos. Sin la naturalidad con la que se despliega lejos de Mestalla, el Valencia quiso ser protagonista. La circulación por las bandas empezó fluida con Ferran Torres y Cheryshev, pero faltaba constancia y no llegaban tampoco remates claros. Parejo erraba entregas que se le atragantaban al Alavés en las inmedaciones de Cillessen. Mientras, la grada combinaba el calor hacia el equipo, con cánticos contrarios a Peter Lim y favorables a Santiago Cañizares, el dragón ultrajado.

El giro argumental solo podía venir con una mezcla delicada de esgrima y «punch» pugilístico, con un pase filtrado de Rodrigo al desmarque de Maxi Gómez, que avanzó con la fuerza de un caballo salvaje para batir cruzado a Sivera. Ya lo hizo ante el Getafe. El atacante uruguayo se confirma como una solución para deshacer enredos. Con la ventaja en el marcador se multiplicó la influencia guerrera de Coquelin y un Rodrigo al que no le frenaba ni el golpe recibido que le dejó un ojo hinchado.

El apagón de parte de la iluminación, justo cuando el Alavés empezaba a encerrar al Valencia, llegó al rescate en el inicio de la segunda parte. La pausa fue utilizada por Mestalla para volver a arremeter contra Lim. Enfocado por centenares de móviles, Murthy, diplomático en París, mandaba callar y cavaba más hondo en el cráter de Mestalla.

Celades quiso tapar la fuga incorporando a Diakhaby de mediocentro, aquella idea de Marcelino que no caló en Londres ante el Arsenal, y volviendo al 4-3-3 que más seguridad despierta en el técnico. Con un desenlace en suspense, Parejo cocinaba y ejecutaba el penalti, que tampoco bajaría la ansiedad de Mestalla, con el tanto postrero del Alavés. Con un tiempo añadido escaso, el Valencia volvió a vencer pero el enfrentamiento entre Lim y Mestalla, estadio que nadie logró silenciar en 96 años, empieza a ser irrespirable. Se hace necesario un ejercicio de responsabilidad, tanto en la toma de decisiones como en cada simple gesto hacia todo un patrimonio sentimental que es centenario.