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Y el parapeto quebró

Y el parapeto quebró

La resistencia de Murthy La presidencia de Anil Murthy, el diplomático sin diplomacia, cobró sentido durante bastante tiempo por su habilidad para la contención. Un carisma especial para echar balones fuera, la virtud de ser contemplativo con los problemas. Cuando las aguas se volvieron bravas, Murthy siguió siendo un buen presidente para el propietario. Capaz de ejercer de dique, un cabeza de turco eficaz, un buen saco para recibir sopapos.

La inconveniencia llega cuando se degrada en piñata. Cuando, de tan desgastado, Murthy no contiene sino que se convierte en un eficaz transmisor de la crítica a Lim. No solo no es ya un presidente que minimiza los daños sobre el propietario, más bien los consolida. No resuelve problemas, los genera. Solo parece quedarle la capacidad para emborronar el dibujo y confundir a su superior.

Los aliados esperados Como sucede en otros frentes, quienes debían ejercer la musculatura civil del valencianismo dejaron de resultar válidos. La reacción tan mustia, ante el esperpento de Murthy, por parte de la agrupación de peñistas, cuyo presidente repentinamente se disfraza de portavoz corporativo, o la ausencia de la asociación de pequeños accionistas (ejem), manifiesta la necesidad de nuevos organismos capaces de ejercer una crítica decente.

No conviene todo lo que se puede Llevamos unas cuantas semanas enfrascados en una persecución de los detalles íntimos de Anil Murthy, transformado en un Truman fugaz. Dónde come, cómo bebe, con quién transita, de qué manera corta la tarta, qué avatares usa, qué foto se colocó esta mañana? Más allá de que el protagonista partícipe o favorezca el show, no sé qué provecho hay en saltarse ciertas fronteras morales. Todo lo que se puede, no conviene. Termina favoreciendo al cuestionado, mostrando la inconsistencia del argumento. Y argumentos, llegados a este punto, no es que falten.

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