n La maldición de Berna castigó ayer al Valencia en Lille. Si el año pasado, el equipo valencianista se dejó media Liga de Campeones con un empate insustancial frente al Young Boys en Suiza, anoche en Lille dejó escapar una oportunidad de oro para dejar que la Liga de Campeones fuese un duelo a tres junto al Ajax y Chelsea. El empate, con el mazazo añadido de llegar en tiempo de descuento, fue un castigo merecido para los blanquinegros, después de sobrevivir con dificultades a un partido en el que nunca se alejó del precipicio, en el que rara vez supo sacudirse una superioridad rival sin secretos, volcada en el ímpetu. Una mágica triangulación fugaz entre Maxi Gómez, Gameiro y Cheryshev había dado la ventaja al Valencia que no aprovechó la desesperación local para aplicar oficio y pasear su mayor garbo y tradición continental.

Un periodista parisino apodó en los años 30 del pasado al Lille como «Les Dogues» (Los mastines), por la agresividad de un juego que hacía que «no soltasen a sus rivales». El equipo de Christophe Galtier hizo honor a la leyenda, mordiendo desde el primer instante la salida de balón de un Valencia confundido en la zona de creación con el regreso al melancólico 4-3-3. Una pérdida de Parejo, arrollado limpiamente por André en el minuto 5, sirvió de aviso para lo que sería el resto de la primera mitad. Tanto esa llegada, abortada por Cillessen a disparo final de Luis Araujo, como las restantes generadas por pérdida visitante no acabaron en gol por la poca pericia en la finalización de Oshimen.

La agresividad y verticalidad del Lille, con laterales avanzados, contrastaba con la lentitud de acción del Valencia, exponiéndose a pases muy comprometidos en una zona llena de minas. Parejo, que calma sus pulsaciones en situaciones de riesgo, casi nunca optó por saltar la trinchera avanzada de los franceses con pases en largo para que Maxi Gómez, fichado en parte para esos menesteres, se pelease con los centrales galos para bajar la pelota y reducir un suspense que no abandonaba al partido. Quizá la idea era la de adormentar el brío rival con mayor posesión, pero el balón no duraba un instante. Solo en una ocasión el Valencia, precisamente con un gran pase de su capitán, deshizo la severa vigilancia local. La pelota llegó a Wass, que mandó atrás a la llegada de Gameiro, cuyo disparo seco fue atrapado por Maignan.

De cara a la segunda mitad, igual que había sucedido en el Wanda Metropolitano, había que rectificar el dibujo, abrir el campo, imprimir más ritmo, recordar el empate hacía justo un año en Berna y que Ajax y Chelsea ya están con seis puntos. El final del primer acto dejó nombrosas llegadas del Lille que, salvo en un zurdazo al larguero del turco Yazici, delataban la falta de calidad y precipitación. En medio del asedio, Paulista y Diakhaby brillaban.

Carlos Soler salió en el descanso en lugar de Kondogbia para aportar mayor claridad de ideas. Su primera intervención, una inteligente maniobra sin balón, confirmó las intenciones. Y con el libreto clásico, pocos toques y una transición de relámpago, llegó el gol. Parejo, descarga de Maxi Gómez a la banda hacia Gameiro, que desempolvó su conexión con Cheryshev del año pasado en la Copa. El ruso, que estaba firmando un partido errático y que nunca (pero nunca) baja los brazos, marcó de disparo cruzado.

Si bien la presión ambiental del Pierre-Mauroy pareció enfriarse, el Lille continuó ganando la batalla del centro del campo. Celades introdujo a Kang In Lee de segundo punta, su posición más golosa, mientras que en el Lille salía a escena una de sus estrellas, Ikone, y a Remy, que en su primera jugada erró un balón clamoroso tras un despeje en falso de Cillessen. En el tramo final, Paulista notó un pinchazo en el muslo, pero el brasileño se vendó la pierna y siguió, decidido a aguantar como un titán. Fue el mejor murciélago.

El final del partido se acercaba y, en vez de acunar la posesión y dejar que pasase el tiempo, Diakhaby empañó su magnífico partido con dos tarjetas amarillas en apenas dos minutos. De camino al vestuario, Diakhaby se perdió en una tángana. Garay recompuso la zaga. El partido se había llenado de tarjetas y Aytekin dio seis minutos de añadido. En el 94 Ikone, que había dado un par de avisos, marcaba y castigaba al Valencia, obligado no solo a vencer en la vuelta en Mestalla, sino probablemente también a volver a doblegar al Chelsea para tener esperanzas en la final de diciembre en Ámsterdam.