En el partido clave para dar el salto clasificatorio hacia Europa, el Valencia retrocedió varios pasos, en fútbol y en imagen. Diezmado por las bajas pero sobre todo con las reservas justas de convicción, cayó con todo merecimiento en el campo del Betis, un rival que se presentaba con signos de decrepitud y que, sin embargo, le acorraló en su propia área durante la mayor parte del encuentro. Con Joaquín como líder, con pulmones gigantes pese a sus 38 años, los béticos sometieron al Valencia con 25 remates hasta lograr que les sonriera la justicia poética. No son, ni de lejos, las mejores sensaciones para afrontar la anticipada final europea del miércoles ante el Chelsea. En el Valencia, anulado como colectivo, solo destacaron las aportaciones individuales de jugadores con la naturaleza incisiva de Ferran Torres, el goleador Maxi Gómez o al final Kang In Lee, que antes del 2-1 de Canales en el 93, tuvo un balón que el larguero (y quizá el karma) evitó que se convirtiese en un 1-2 que habría sido injusto a todas luces.

Aunque es un partido por un patrón frágil, con marcadores de cristal, todos los Betis-Valencia del último trienio se parecen. La iniciativa fue verdiblanca, como es previsible y los dos contendientes aceptan. El Valencia se replegó y trató de sellar las entradas locales desde la izquierda. Con Jaume Costa de improvisado lateral a pierna cambiada, Álex Moreno trató de desbordar una y otra vez. El repliegue de los jugadores de Celades transmitía una calma traicionera. El Valencia tiende a retroceder yardas en exceso y el Betis tocaba con comodidad en las proximidades del área. La ausencia a última hora de Garay, suplido por el inédito Mangala, invitó a los valencianistas a dar dos pasos atrás y fortificar la cueva.

Si Joaquín o Fekir no podían consumar el último regate, era lógico que los béticos acabasen probando fortuna desde la media distancia. Así fue como Sidnei, un central, pudo armar con excesiva comodidad un chut seco que Cillessen despejó con los puños. No sería la única intervención salvadora del guardameta holandés. También desde la frontal, Fekir lanzó un derechazo fuerte, pero centrado, que Cillessen blocó de primeras.

Por más que mandase el Betis, como en los duelos precedentes volvió a quedar patente que, con poco que el Valencia estirase líneas con la zancada poderosa de Ferran Torres y mostrase algo de colmillo, podría tumbar la quebradiza resistencia verdiblanca. Gayà fue el primero en intentarlo. Ante los excesivos preámbulos en el toque del Betis, el Valencia debía anteponer la concisa claridad de sus futbolistas más resolutivos. Así llegó el gol, rebasada la media hora. Ferran encaró con la autoridad que le da un talento innato alimentado de la necesaria confianza. Se fue de dos, salió ganador de un rechace y la pelota acabó en los pies de Maxi. Con el delantero uruguayo no hay lirismos. La que ve, la remata. Su determinación desafía la leyenda que dice que los arietes fracasan en Mestalla.

El 0-1 despertó en Heliópolis el rumorcito típico de los estadios en crisis. El Valencia veía libre el botín. Pero si algo tiene el Betis, descompuesto como bloque, es la calidad de sus individualidades. Apensa tres minutos después del gol, Álex Moreno burló la vigilancia de Jaume Costa y descompensó la defensa blanquinegra. Paulista acudió a tapar la fuga de agua e, inexplicablemente suelto, Joaquín entró desde la frontal para remachar a placer.

A sus 38 años, Joaquín había levantado el estado de ánimo de los 46.500 espectadores. Antes del descanso, el Valencia se tambaleó con ocasiones claras de Loren y otra de Fekir. Salvó Cillessen con la manopla derecha, contorsionando el escorzo, confirmando que, aunque faltaba media parte y a pesar de su error de colocación en el gol final de Canales, ya iba a ser el mejor de los valencianistas.

El paso por vestuarios no fue una tregua para el Valencia. Cillessen seguía acaparando el protagonismo de un equipo subordinado al dominio territorial bético. Las contras empezaron a escasear. Parejo y Rodrigo quedaron anulados. A Ferran, con el desgaste de la sub21, se le veía fatigado y Manu Vallejo, efervescente cuando siempre que sale desde el banquillo, erraba entregas y fue el primer cambio de un Celades que sigue conservador para mover el banquillo. Ante un partido de trazo tan ligero, se invocaron supersticiones y salió Gameiro para atacar a su portería favorita, la de la semifinal y final de Copa. Carlos Soler fue el siguiente en entrar, para intentar mandar un mensaje de tener mayor personalidad en el tramo final. Pero la realidad era que solo Parejo, con un disparo despejado en alto por Joel Robles, había provocado una sospecha de peligro. El latigazo real fue de Fekir, que por primera vez en la tarde logró conectar su zurda prodigiosa. El larguero escupió con violencia su chut. Kang In Lee, que aunque salga tarde siempre sale a tiempo, devolvió el zurdazo con otro zurdazo repelido por la madera. Habría sido un premio excesivo para un Valencia que en el 93 acabó claudicando. Si bien la falta de Gayà fue innecesaria y Cillessen se comió el globo lanzado por Canales, si el Valencia cayó fue por sus miedos.