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¡Al loro, que no estamos tan mal!

¡Al loro, que no estamos tan mal!

Con la asunción de las juntas de accionistas (neutralizadas por la asepsia de la distancia, sin la fogosidad que tuvieron) sobrevuela inevitable el haiku laportista: ¡Al loro, que no estamos tan mal! Y justo es eso lo malo: el trance continuado de contingencia, el club al trantrán de su herencia tóxica. Saltan los números, las lecturas oficialistas con sus brotes verdes (lastimosos, no paran de quejarse del injusto trato de la misma prensa que antes adulaba), la cifra gruesa de los 529 millones de deuda (la modernización del Valencia en el último lustro era esto).

De fondo, lo peor. Haber normalizado de manera tan absoluta el rol de una administración comandada por un multimillonario asiático que venía a conducir al club a su época de vanguardia, con una doble misión: servir de torniquete ante una herida profunda y, una vez cicatrizada, abrir la avenida que haría posible seguir la velocidad del nuevo mercado.

La herida, en cambio, sigue a lo suyo (¡529!), y la velocidad financiera es la de un vehículo con rodines frente a los bólidos. Justo en esas asambleas de principios de siglo, donde los accionistas se despellejaban entre broncas definitivas, el Valencia parecía vivir un idilio con su propia marca sin que fuéramos muy conscientes de ello, ajenos a lo que terminaría viniendo. La burguesía tradicional del fútbol y una nueva, hormonada, pasando a todo trapo por los dos flancos mientras la entidad, viéndolas venir, intentaría tirar de reflejos para no desplomarse.

Por eso, en 2005, el Valencia era capaz de entrar en el top 20 del índice de referencia Football Money de Deloitte según ingresos, con 84,6 millones. Desaparecía en 2006, regresaba en 2007 (107,6 millones). Iba perdiendo posiciones (25 en 2009 con 99,3 millones) mientras le superaban marcas como Stuttgart o Girondins y el City, solo tres años antes por detrás, ahora se disparaba. Ya en la mitad de esta década, acostumbrados a quedar fuera del top30, los West Bromwich, Swansea, Sunderland, avanzaron por delante. Una tendencia continuada.

De 2000 a 2019. Los años en los partiendo de una posición idónea para pertenecer a un nuevo marco de poder, el Valencia desperdició la gran ocasión, sin tener un verdadero plan para dibujar su futuro. Las lecturas internas se sucederán estos días salteando balances y porcentajes. ¿Pero dónde queda el resto?, ¿dónde queda la intención de proponer un modelo de club a década vista?, ¿está?, ¿alguien que lo verbalice? El gran fracaso de esta administración es terminar conformándose con ser lo que ya era, aplicando Betadine al boquete para resistir un lustro más. ¡Al loro, que no estamos tan mal!, acabará exclamando algún ideólogo.

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