Ni la amargura del gol del empate en la última jugada del partido de Benzemaiba a impedir que Mestalla despidiese al Valencia con una gran ovación. Un aplauso que premiaba no solo el magistral partido ante el Real Madrid, en el que se acarició un triunfo obrado a golpes de virtuosismo y mucha resistencia, sino que se prolongaba al entero año 2019, que nadie olvidará. El año de las remontadas increíbles, de levantar nuevamente títulos, de volver a pasearse con garbo por Europa. Hay materiales que hacen eternos a los equipos. En el mismo día en el que una multinacional como el Manchester United recordaba que lleva desde 1937 alineando al menos un canterano, un Valencia con cinco valencianos en el «once» y con referentes con seis y nueve temporadas en el club, como Rodrigo y un monumental Daniel Parejo Muñoz, estuvo a un suspiro de tumbar al Madrid. Desde esa base, poco importan el número de lesionados o los volantazos de un máximo accionista venido de Singapur. En noches y años así, el arraigo y el sentimiento de pertenencia se mantienen tan intactos como el primer día que se visita Mestalla.

El partido tuvo toda clase de matices. El Madrid quiso enfriar la caldera de Mestalla con una presión alta y asfixiante que se prolongó durante 25 minutos. El Valencia intentaba cuidar la elaboración desde la primera línea pero, con Dani Parejo tapado por Valverde, la pelota no avanzaba más de 30 metros y los madridistas enseñaban colmillo en un placentero dominio de paredes y disparos desde la frontal, con Benzema dándose un festín al primer toque. Jaume Doménech intervino para repeler un chut seco y cerquita del palo de Valverde. Benzema dispuso de un remate de cabeza picado y Kroos ensayó desde la segunda línea, aprovechando que el Valencia se encajonaba, cada vez más cerca de su portero. Sin Maxi Gómez, el pelotazo tampoco era una posibilidad para alejar el aliento visitante.

En esa tramo, el Valencia CF se dedicó a resistir, un arte que ha perfeccionado en este 2019 . Se mantuvo despierto con el calor de un Mestalla siempre activado en este Clásico y supo tocar códigos de supervivencia. Por ejemplo, cuando Rodrygo se lanzó al suelo tras una carga de Coquelin. Acudió rauda la «gang» blanquinegra, integrada por Paulista, Coquelin y el propio Gayà, para recriminar la acción a la juvenil estrella brasileña, que ya quedó desdibujada.

Pero al Valencia no le servirían solo impulsos cancheros. Necesitaría también de fútbol para igualar al Madrid. Allá por el minuto 25, los «merengues» rebajaron la intensidad y el Valencia empezó a fluir, desde el momento en el que a Parejo le dieron el balón. A partir de ese instante, se empezó a apreciar el equipo de autor (como las películas con pocos recursos e imaginativas) que ha esculpido Celades. La inclusión de Ferran Torres como delantero fue un feliz hallazgo. En su día, Luciano Spalletti, como técnico de la Roma, descubrió cuando se quedó sin atacantes natos que un «trequartista» como Francesco Totti podía ser delantero. Celades intuyó que la velocidad y los desmarques del extremo de Foios podían sorprender por el pasillo central al Madrid.

Ya había pasado el peor trago y el Valencia se aproximaba a Courtois, con la carta de Ferran, que coleccionó tres ocasiones claras. La primera, tras una en una conducción individual larga. La segunda, con un cabezazo a centro en rosquita de Gayà. La tercera, nada más comenzar la segunda parte, al escaparse en solitario tras un resbalón de Sergio Ramos. En las tres ocasiones, a Ferran solo le faltó la pericia del «nueve», al rematar centrado, no cabecear picado y sobrarle un control. Virtudes que raramente puede poseer cuando justo ahora ha empezado a familiarizarse con un oficio tan particular como el de un ariete. Pero el material a pulir es excelente.

Al mando de Parejo

La segunda mitad avanzaría ya igualada, sin el excesivo respeto de los prolegómenos. La resistencia de piernas y pulmones eran la única amenaza, como consecuencia del kilometraje que se arrastra de estos meses y, ayer, por haber corrido más de la cuenta persiguiendo la mayor posesión madridista.

Celades movió el banquillo, con una solución óptima. Retiró a Jaume Costa por Manu Vallejo para perfilar una banda derecha en la que Wass y Ferran debían incordiar a Nacho, la solución improvisada de Zidane para reponer la banda izquierda huérfana de Marcelo y Mendy.

El partido, lo sabían los jugadores y los 44.230 espectadores, hacía un buen rato que dormía en los pies de Parejo, en modo director. Zidane reaccionó renovando el ataque. Ante el protagonismo coral blanquinegro, la dinamita de Bale y Vinicius. El mensaje caló en el Valencia, que instintivamente volvió a entregarle la pelota al rival y esperar a atacar de manera sigilosa. Como en el 77. Robo de Wass, conducción de Rodrigo, pase atrás del «todocampista» danés y remate de Soler. El canterano, algo desubicado por una temprana tarjeta y dolorido por una patada un minuto antes de Carvajal, remataba de forma impecable. Tocó sufrir, por supuesto, con el Madrid enfrente. Era el momento de los despejes de Paulista, de la entrada de Diakhaby dando órdenes con sus brazos gigantes, de la picardía barrial de Jaume y Vallejo, del microinfartito del gol bien anulado a Jovic. Solo por homenaje a este 2019, el triunfo debía haberse quedado en casa. Pero en el último suspiro, empató Benzema, en un córner que había subido a rematar Courtois. El modo en el que los madridistas celebraron el empate, define el mérito de haber salido indemne de un estadio en el que el Madrid solo ha vencido en una de sus últimas seis visitas. Sentado en su palco privado de Mestalla, es improbable que a Peter Lim no le conmoviese la enésima demostración de coraje de este excepcional grupo humano al que tiene el deber y la obligación de proteger y no desestructurar, en el próximo mercado de invierno.