Son poco discutibles los méritos de Marcelino. En su ausencia, muchos de los valores que imprimió en el grupo siguen indelebles y permiten la tensión competitiva. Tan poco discutible como que Celades -descontados los primeros compases- ha sabido extender esa costumbre para añadirle nuevas capas. Allá los especuladores y trileros para determinar qué porcentaje en la materia de este equipo le corresponde o no a Marcelino.
Por eso, por la evidencia de los méritos, porque incluso quienes reprenden a García Toral acaban reconociendo su aguerrida influencia, se entiende entre poco o nada esa reivindicación posesiva con la que el entrenador se ha despachado estos días. En Radio Marca dijo: «Este Valencia lo construimos nosotros, antes de llegar Mateu el club era un caos absoluto».
Poco necesitado de ello, su legado tiende a la fragilidad cuando tiene que subrayarlo, cuando se apunta en su marcador todos los méritos y apenas los comparte con la entidad que, de manera sindicada, le permitió su primer título. Nunca ha hecho falta esta pregunta, pero su andanada la trae a colación: si tanto ha hecho Marcelino por el Valencia (y ha hecho bastante), ¿qué no le ha aportado la institución a él?
Es habitual confundir el ruido de unos directivos con la rotundidad de una institución. Marcelino los confunde. Como si ganar la Copa hubiera elevado su dimensión y reducido la del Valencia. Unos meses después Marcelino parece confirmar el sentido de la apropiación con el que comenzó a desenvolverse desde entonces.
Este club, repleto como tantos otros de ciclos de caos absoluto, tiene la habilidad de sobrevivir a ellos. Es capaz en las peores circunstancias de potenciar el trabajo de buenos profesionales. Ocurrió con y gracias a Marcelino. Que quiera quedarse con todos los méritos es un gesto impropio de su legado.