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Una vergüenza de equipo

Una vergüenza de equipo

El gesto torcido y, sobre todo, las palabras de José Luis Gayà a la conclusión del esperpento en Palma de Mallorca simplifican los análisis del peor partido del murciélago en mucho tiempo. Desde luego, mucho más allá de las dos últimas temporadas. El Valencia de Marcelino podía matarte de aburrimiento, pero nunca de vergüenza. Cuando uno de los capitanes reconoce que al equipo le ha faltado actitud e intensidad la pizarra queda en un segundo o tercer plano. Observando de forma conjunta las paupérrimas prestaciones del grupo en Valladolid, Arabia y ayer en Son Moix, parece evidente que hay razones para la preocupación.

En primer lugar, por los jugadores. ¿A santo de qué cometer la negligencia de salir a verlas venir en el campo de un rival que va a morder por cada balón dividido tratando de no perder la categoría? Tendría poco o ningún sentido que alguno piense que el expediente está cumplido tras conseguir la clasificación para octavos de final de la Champions League. Ese es un éxito incontestable de la plantilla, pero el club tiene más objetivos. El primero y más importante, acabar la Liga entre los cuatro primeros. Jugando como ayer, va a ser imposible.

Después viene Celades. Entre el planteamiento acomplejado de Arabia Saudí y la garba ante el Mallorca, se ha dejado en el camino parte de la credibilidad que él mismo había conseguido. La «baja activación», un eufemismo que emplea el técnico para rebajar la gravedad del sonrojante 4-1, es uno de los intangibles clave en este negocio. Que el Valencia tenga el punto de activación, actitud, intensidad -llámenlo como quieran- siempre y en cada partido es parte de su responsabilidad.

Y, por último, el drama. Tras la injustificable salida de Marcelino García Toral y Mateu Alemany, la plantilla del primer equipo era el único motivo para confiar en el futuro a corto plazo de la SAD. Si los futbolistas no están a la altura de las circunstancias y empiezan a elegir partidos, estamos perdidos. El club es un solar en todo lo referente a la parcela deportiva. No hay un solo ejecutivo con la capacidad de zarandear a la plantilla o pedir explicaciones de lo que sucede al entrenador, por mucho que nos vendan la capacidad de Anil Murthy para renovar jugadores (uno de ellos, Jaume Doménech) o se filtren publirreportajes de los viajes que efectúa la secretaría técnica. Departamento que, por cierto, únicamente realiza desplazamientos significativos para ver en directo a los futuribles que ordena Peter Lim.

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