Vuelve el Valencia a los octavos de final de la Liga de Campeones, vuelve otra visita a San Siro, y volverán a la memoria de los 2.300 aficionados valencianistas desplazados a Milán en aviones, trenes y autobuses la adrenalina, los nervios y los pellizcos de memoria. El equipo de Albert Celades acude severamente castigado por las bajas, repartidas como una plaga en todas las demarcaciones, pero la oportunidad histórica de regresar a los cuartos de final por primera vez en trece años empequeñece toda contingencia. Favoritos por historia y potencial, aunque quizá no tanto por su inmediato presente, si quieren pasar de ronda los blanquinegros deberán al menos igualar el grado de entusiasmo que envuelve a la Atalanta y a sus aficionados.

El reto es de vértigo. El VCF dispondrá de una defensa inédita, cogida por pinzas, contra un equipo que ya fue el más goleador de Italia el año pasado (77 goles) y lo sigue siendo en esta campaña, con 63 dianas que lo elevan también como el segundo bloque con más puntería del continente y sin un solo lesionado en todo el curso. En los vídeos vistos por Celades, goleadas como un 7-0 al Torino, un 7-1 al Udinese y dos 5-0, a Milan y Parma.

El rival disfruta de su mejor momento histórico. En octavos en su debut en la máxima competición europea, con un equipo muy reconocible, que atrapa por su fútbol atacante y que despierta identificación en una masa social reducida pero tremendamente orgullosa. Más de 40.000 aficionados, la tercera parte de la población total de Bérgamo, peregrinarán por la Autostrada E-68 hacia San Siro, en la misma ruta que miles de atalantinos realizan cada día para trabajar en las grandes empresas de la capital lombarda. Como aquel Valencia de principios de siglo que tumbaba a todo Arsenal, Lazio, Barça y favorito que se le cruzase por el camino, la Atalanta, crecida desde la supervivencia, cree en imposibles. Hace una década estaba en Serie B, justo en la llegada crucial a la presidencia de Antonio Percassi, exfutbolista del club convertido en empresario de éxito con la cadena de cosméticos Kiko Milano y aliado con firmas como Victoria's Secret o Starbucks.

La tarea no era fácil, con un club en segunda, ocultado bajo la sombra de grandes núcleos urbanos, Milán y Turín, donde era abrasiva la superioridad demográfica de Inter, Milan y Juventus, grandes sociedades especializadas, además, en la sistemática pesca de arrastre para llevarse toda promesa que despunte de la prestigiosa cantera de «la Dea». El plan pasaba por tres ejes: aumentar más si cabe la inversión en la escuela que garantizase la salud deportiva y financiera del club. Por otro lado, la estabilidad deportiva de un cuerpo técnico, lograda desde la llegada de Gian Piero Gasperini. Y el pilar más importante: el sentimiento de pertenencia. Entre sus primeras medidas, regalar camisetas del equipo a todos los niños y niñas nacidos en los cuatro hospitales de la ciudad. Como en aquel viraje hacia la cantera de los 90, era un plan paciente, con frutos destinados al largo plazo pero que ya se aprecian en la simbología estética, desde la decoración de bares hasta el «Street Art» que inunda la ciudad de azul y negro. Un trabajo que ha desembocado en un feliz presente al que solo le queda por rematar la remodelación del casi centenario Gewiss Stadium, que en sus orígenes se levantó como hipódromo.

El Valencia afronta el primer «round» con las bajas en el eje de la defensa de los titulares Garay y Paulista, a los que se les ha unido jugadores claves en el equilibrio colectivo como Francis Coquelin y Rodrigo Moreno. Ya era baja, por una varicela, Alessandro Florenzi, y ayer también cayó Kang In Lee. Ante la perspectiva de un partido de sufrimiento, de «salir vivos», la esperanza del momento de Ferran Torres ante unos laterales, Hateboer y Gosens, a los que le gusta ser extremos y dejan espacios libres. La misma esperanza de una afición que pasará en autobús 28 horas entre ida y vuelta en días laborables solo para comprobar que su Valencia ha vuelto, que a diferencia de aquel 2001 se puede regresar feliz de San Siro.