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Por qué no llueve

Por qué no llueve

Cuando se cae 4-1 en un campo -que no es su campo- de un rival encendido, en una cita determinante para la evolución del club, y apenas unas horas después las reacciones pasan por: 1/ apelar a la remontada, 2/ justificarse con la abundante lista de bajas, 3/ clamar que el Valencia tuvo muchas ocasiones y atacó más que el rival, 4/ atender a todas las anteriores pero al mismo tiempo emplear la refriega para dilucidar si con Marcelino esto o aquello. Cuando todo esto ocurre tras un 4-1, es que el problema va más allá de una derrota robusta.

¿Por qué un estilo -repleto de mejoras, incluso con síntomas de agotamiento- garantizaba la consistencia del equipo, su estabilidad defensiva, y ahora ya no? ¿Por qué, conocedores de las bajas, la respuesta táctica es discurrir por el carril que delimitó el rival? ¿Hay una pretensión transformadora del estilo hacia un escenario más abierto o esta fragilidad manifiesta es producto de un equipo quebrado que solo responde de tanto en tanto?

Por razones fratricidas, por impotencia, o por querer conservar nuestras franjas de razón cueste lo que cueste, sin que nuestros dogmas se vean en peligro, estamos en un punto de bloqueo. Admitiendo que mi equipo ataca mucho, alcanza la portería contraria. Como dispuestos, por no ceder, a admitir un cambio de estilo tan profundo que ha llevado al Valencia en pocos meses a recibir tres o más goles de hasta ocho equipos; a aceptar un Valencia completamente desdibujado, como una terapia de choque contra los demonios propios.

La falacia del «sí se puede», la ensoñación de la remontada, es un intento estéril de ahogar las preguntas. Claro que se puede. Cómo no va a poderse. Se pudo siempre. Se podrá más veces. Mestalla, ante el mínimo indicio, se inclinará colocando la pendiente a favor del Valencia. Pero no va de eso. No es éste otro ritual en el que sacar a la Vírgen contra la sequía. Es el instante de preguntarse por qué no llueve. De encontrar respuestas futbolísticas de calado. De comenzar, de nuevo, una vez malbaratada la herencia.

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