Celades llegó a Mestalla buscando su lugar en el sol como un novillero. Le valía lo que le ofreciesen y aceptó un proyecto ganador que, tal y como el tiempo ha demostrado, a todas luces le venía grande. Una herencia que otros en distinta posición habrían rechazado y que él, en connivencia con una plantilla desestructurada y sin pulso en el campo, está dilapidando. La inercia con la que empezó su andadura duró hasta finales de año, pero hace ya mucho que con aquella transición dulce de los principios se ha dejado de dar el pego. Cuesta abajo y sin frenos, el Valencia tiene un pie fuera de la actual Champions y a este paso, a goleada por partido fuera de Mestalla, también de la próxima. Todo el mundo está de acuerdo en que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

Tres días después de la debacle en San Siro, el equipo repitió en el Reale Arena los defectos defensivos y de actitud que su entrenador trae de serie. Por ahí fue por donde derivó el partido la Real Sociedad, que con las piernas frescas y sin necesidad de apretar el acelerador le dobló en vueltas. Errores de Mangala, de Diakhaby, de Kondogbia, de Jaume Costa, tanto de atención como conceptuales, desembocaron en los tres goles txuriurdines, uno de ellos al borde del entreacto y otro inmediatamente después, una tumba psicológica. Aún no se había llegado a la hora de juego y todas las líneas, no sólo la de zagueros, estaban ya patas arriba. Sin noticias, además, del capitán Parejo, que cuando asomó las orejas lo hizo para señalar el estropicio en los goles. Tampoco de Kondogbia, transparente. Como la mayoria.

El golpe con el que la Real abrió el marcador fue el paradigma de lo que es hoy el Valencia. Quien menos méritos hizo de todos fue su autor, Merino, que solo tuvo que poner la cabeza para celebrarlo. El resto corrió a cargo de Mangala, responsable de una pérdida infame que permitió la llegada de Zaldua y el servicio al área para que lo rematara el único albiazul que estaba dentro. Fue una pésima noticia, la enésima en estos tiempos, que a una pareja de centrales bajo sospecha se le saltasen las costuras a las primeras de cambio.

Y es que no sólo metió la pata Mangala. Diakhaby también quedó retratado por su incapacidad espacio-temporal. Aunque para desubicación la que tuvo cuando se desentendió, ya con 1-0, de una segunda jugada en ataque para quejarse al árbitro. Nadie, por cierto, le secundó en la protesta. Como tampoco nadie se echó las manos a la cabeza cuando vio calentar al chaval Guillamón en la banda. Se supone que también Celades, pese a que la necesidad obligaba, sabía que el central francés estaba al límite. Lo mismo que antes Gayá, Rodrigo, Guedes, Coquelin o cualquiera de los que forman o han formado una interminable lista de bajas.

Tal y como venía el palo del partido, la Real no necesitó juego para crear ocasiones. Igual que en el primer gol, también en el segundo el autor fue el menos protagonista. Kondogbia y Jaume Costa se quedaron pegados al suelo, Elustondo saltó más que nadie en el córner y su prolongación al segundo palo la embocó Monreal a la red. El Valencia ya tenía forma de ataud y Janujaz le puso los clavos nada más volver del entreacto. Un chutazo sin nadie que le saliera al paso fue el empujón con el que el equipo de Celades se precipitó definitivamente al abismo. De ahí al final sólo oscuridad. Un agujero negro en la media y la nada en ataque. Cheryshev, que a diferencia de Gameiro sí que se lo había ganado en San Siro, trató de mantener la buena onda. Sin éxito. Ferran cazó mordido un centro del ruso en la única ocasión clara hasta que se rompió el partido. El francés, sin embargo, vivió en permanente fuera de juego.

Así como de la delantera del Valencia no se ocupaba nadie, la de la Real la capitaneó Isak, el Ilicic de Anoeta. No todos sus compatriotas son rubios, pero desde luego el sueco con sangre eritrea no es lo que parece. Sus casi dos metros de cuerpo contienen no un tanque para el remate sino un delantero con mucha, variada y coordinada actividad, capaz de armar el disparo sin pensárselo. En el ojo del huracán, la llamada de Celades a la rebelión se limitó a un 4-2-3-1 que no tardó nada en diluirse, encajonarse y alargar sus líneas, en las antípodas del equipo compacto en el que necesita reencarnarse. El mismo plan que ante la Atalanta pero con la diferencia de que la Real, sin ser tampoco la defensa su fuerte, no es una bicoca tan grande. Dijo Celades en su presentación, allá por septiembre, que el Valencia era un toro pero que no tenía miedo. Cinco meses después son muchas, demasiadas, las cogidas y cornadas que lleva. De las últimas a cada cual más grave y con varias trayectorias. La de la Real, cerca de la aorta.