Una evolución impactante. Qué nos ha pasado para terminar ansiando algunos de los principios vitales del Getafe. Como si el enfrentamiento enconado del ciclo pasado hubiera girado en un encuentro aspiracional. Pero el Valencia no mira al Getafe queriendo parecerse a ellos, sino queriendo parecerse a sí mismo. El Getafe es un espejo de lo que nos hubiera gustado no perder: la tensión competitiva continuada.
La aparición de Bordalás como la alquimia legendaria con la que remendar los horrores, su candidatura para entrenar en hipótesis al Valencia, es igualmente un afán freudiano por recuperar lo perdido. El desencuentro que los dos entrenadores convirtieron en coreografía, es en realidad un principio de simetría.
Ha habido que apartarse del choque con el Getafe, para comenzar un idilio que puede acabar fatal: terminar creyendo que las soluciones concretas que Bordalás aplica en un hábitat cerrado pueden reproducirse igual en cualquier parte.
Es una nostalgia del pasado€ pero también del futuro. Imaginar un equipo hipertensionado, que vive los partidos como parte de una misión en trinchera. La hipérbole de la motivación. Una cualidad perdida para el Valencia de un día para otro, ya el debe más gravoso de este tiempo con Celades: la competitividad fluctuante, dar la talla aleatoriamente, sin solvencia regular.
Bordalás es uno de esos entrenadores que han entendido que la mejor forma de envolver a su equipo en su método, es exponerse por sus jugadores. Cavar las zanjas con sus propias manos para tener, ante cualquier tarde insípida, motivos para estar encendidos. La antítesis, en fin, de un entrenador funcionario.
Ante la crisis de identidad, es sencillo querer parecerse a otros, calcar modelos ajenos. No es necesario. El modelo, y sus referencias, se encuentran en el libro genético del Valencia. Pero para todo ello hay que pretender tener un método y no simplemente un objetivo.
