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1925: Mestalla se consagra al mundo

El España-Italia del 14 de junio de 1925 enloqueció a València, en el primer gran evento deportivo internacional de la ciudad

1925: Mestalla se consagra al mundo

El viaje ha sido de perros. El jefe de la estación de Marsella enganchó el vagón de la selección italiana en un expreso equivocado, por lo que en la frontera con Portbou la comitiva pierde el enlace con el tren de Barcelona. Con un regional, los internacionales llegan de noche a Girona, donde pueden dormir cuatro horas en una polvorienta fonda hasta volver a emprender la ruta que, desde Barcelona, les hace llegar a València a las cinco y media de la tarde. Hacía una semana que habían partido desde Milán. Pero toda la odisea «por este perdido y melancólico país serrado por los Pirineos», como escribe Emilio de Martino, enviado especial del Corriere, vale la pena cuando el famoso centrocampista Adolfo Baloncieri abre la puerta del vagón de primera clase y contempla a toda la enfervorecida masa de seguidores valencianos que les aguardan en la Estación del Norte, agitando sombreros de paja. Casi sin poder avanzar, abrumados por el grandioso recibimiento, los futbolistas italianos corresponden a la ovación con gritos de «Viva València», saludando al estilo fascio, mientras estalla la pólvora y un grupo de mujeres, con trajes típicos, ejecuta danzas regionales.

Muy cerca de la estación, otra gran concentración de gente se arremolina en torno a la sede del Valencia Football Club, en la Plaza de Canalejas, en busca de una entrada para el encuentro. De las 17.000 localidades, hace días que las de la grada de Goal y Preferencia están vendidas. Solo quedan unas pocas de Sol. Los equipiers de la Azzurra se trasladan a Mestalla y encuentran el terreno de juego, de tierra, algo duro. Desde el estadio, a continuación, una caravana de vehículos particulares parte en procesión siguiendo a la expedición italiana hasta su hotel de concentración, fuera de la ciudad, en la pinada de Porta-Coeli. València es una fiesta.

Así, a lo grande, con una descomunal puesta en escena, València se presentó en 1925 al fútbol internacional de élite, para albergar en Mestalla el amistoso entre España e Italia, el primer gran evento futbolístico europeo de la ciudad, del que el próximo 14 de junio se cumplen 95 años. Una efeméride que, además, supone la primera gran cita de relieve en la trayectoria del estadio blanquinegro. Mestalla, catalogado esta misma semana por France Football como uno de los estadios más pasionales del mundo, empieza a labrar su fama intimidatoria con solo dos años de vida. El resultado, un 1-0 con un gol del joven Errazquin sostenido con una docena de paradas prodigiosas de Ricardo Zamora, queda en un segundo plano ante la vehemencia desatada del público valenciano, que copa todas las crónicas de los enviados especiales extranjeros y de los cronistas llegados de Barcelona y Madrid. «Mestalla, antesala del infierno y del paraíso», describen, captando, ya entonces, el incandescente ánimo volcánico del recinto. Con la documentación de la época, Levante-EMV reconstruye una fecha clave en la consolidación del fútbol valenciano, y que movilizó a la entera ciudad y su clase política. El duelo también significó la exaltación enfervorecida del ídolo local Eduardo Cubells, que cumplía su tercera internacionalidad.

El España-Italia, en realidad, era el capítulo que culminaba el crecimiento supersónico del fútbol en València, iniciado quince años antes con los pasos pioneros del Levante FC en la arena de la «platgeta» y del Real Gimnástico en los patios del Patronato de la Juventud Obrera, pero que tuvo en la fundación del Valencia FC, con sólidas estructuras heredadas de clubes anteriores, un decisivo efecto catalizador. La apertura de Mestalla en 1923 congrega la visita de clubes de fuste europeo y marcará para siempre la idiosincrasia del club con «la voluntad de querer llegar», la cita con la que define al club Joseph Sikl, vicepresidente del Sparta de Praga, gran potencia de la época, tras una serie de amistosos. En octubre de 1923, 900 aficionados valencianistas zarpan en barcos y trenes para presenciar dos partidos en Les Corts contra el FC Barcelona. En septiembre de 1924, los seguidores del club, ya con 2.500 socios, copan el centro de la ciudad en la bendición de la nueva bandera. Y en el mes de marzo, apenas dos meses antes de la sonada visita italiana, cuatro socios de la entidad idean la falla «El lleó de Mestalla», reproducida de nuevo en el mismo lugar por la comisión Tio Pep en 2019, con motivo del Centenario.

La ciudad se vuelca en el partido. El directorio militar de la dictadura de Primo de Rivera no evapora la efervescencia republicana blasquista que impregna València. Hasta la ciudad se desplaza Alfonso de Borbón, príncipe de Asturias, y el ayuntamiento, presidido desde diciembre por Luis Oliag Miranda, convoca en la previa del encuentro a las dos selecciones en una «Garden Party» en el restaurante de Viveros, de gran reputación en la época y sede habitual de cada almuerzo en las estancias oficiales de ministros. La visita, con la interpretación de los himnos de los dos países a cargo de la banda municipal, incluye un paseo por los jardines. Luigi Bozino, presidente de la Federación Italiana, se detiene con especial interés en la granja de avicultura.

La «mala fama» de Mestalla

La organización del encuentro no ha sido para nada sencilla. Al conocerse la designación de València, la Federación Italiana pide información sobre Mestalla. A pesar de que el estadio solo lleva veinticinco meses abierto, los transalpinos recelan de la «mala fama» asociada al campo, generada en las críticas de la prensa deportiva catalana al público valenciano. Las visitas del Barcelona y el Espanyol a Mestalla son a menudo descritas destacando una aparente rudeza y hostilidad de los aficionados merengots, como se resalta hasta en las viñetas cómicas de semanarios satíricos, como la revista barcelonesa «Xut», en las que los futbolistas del Barcelona juegan protegidos con armadura medieval mientras vuelan piedras, botellas y patadas. De trasfondo, no hay que obviar el rápido crecimiento deportivo del Valencia FC, la enemistad indisimulada entre Zamora y el ariete Arturo Montes y una tensa eliminatoria de Copa en el mes de marzo, resuelta a favor del Barcelona, pero con la lesión del valencianista Rafa Peral en la ida y la expulsión de Samitier en la encendida vuelta en Mestalla. Los cronistas valencianos se unen en un escrito conjunto en «Sport Valenciano» para defender al público local. Y la Federación Valenciana hace un llamamiento a la ciudadanía para recibir por todo lo alto a los italianos, temerosos ante tanta leyenda.

La polémica, sin embargo, no acaba de disiparse. La organización programa la semana antes un amistoso para recaudar fondos entre la selección española, ya presente en València, mezclada con jugadores del Valencia (Montes, Peral, Molina) y del Levante (Juanito Puig y Orriols). Zamora se presenta en el partido conduciendo desde Barcelona su propio vehículo, un Amilcar burdeos de fabricación francesa. El público asistente protesta airadamente ante la parsimonia del «bolo» y acusa a algunos futbolistas, como el jovencísimo internacional Errazquin (18 años), de no enviar balones a Montes, para evitar su lucimiento. La bronca va en aumento y el árbitro debe parar el duelo para exigir algo más de brío. Cubells, con su «científico juego», provoca los únicos aplausos. Mestalla, queda claro, no es tierra de pachangas.

El partido real se espera con expectación. España quiere cobrarse la revancha de la derrota ante Italia en Colombes, en los Juegos Olímpicos de París. Y se aguarda con expectación la presencia de los célebres futbolistas de la Nazionale. Son los llamados «Ragazzi del 99», que en 1917, al cumplir la mayoría de edad, fueron llamados a filas para combatir en la Primera Guerra Mundial. Arrastran, además, fama de gigolós. Los jugadores españoles, antes del pitido inicial, se quedarán boquiabiertos al ver que sus rivales saltan a la arena de Mestalla con redecillas en la cabeza, para no despeinarse. Es, además, un equipo de primer nivel, muy joven. Su estrella es el torinista Baloncieri, que pasó su infancia en Rosario, Argentina. De aquella etapa vital se interpreta su fútbol, exportando a Europa el toque, la conducción y otras artes estéticas latinoamericanas. Es conocido como el primer gran «fantasista» del Calcio. Bruno Roghi, el joven cronista enviado de la Gazzetta dello Sport (y futuro director de la publicación y emblema del periodismo italiano) toma asiento en Mestalla recordando el gol de cabeza desde 40 metros del mediocentro Luigi Burlando a Bélgica en 1922. Pero el núcleo fuerte de Italia reside en la defensa, en el triángulo de acero del guardameta Gianpiero Combi, el lateral Umberto Caligaris y el central Virginio Rosetta, que en los años 30 liderarán a la Juventus. Recitar el inicio de la alineación con sus nombres, reconocerá décadas después el primer ministro Giulio Andreotti, le conferirá seguridad en sus discursos políticos. El técnico es Vittorio Pozzo. Un hombre de mundo: políglota, periodista, relaciones públicas de Pirelli y estudioso del fútbol inglés, que llevará a Italia a la gloria de sus primeros mundiales, en 1934 y 1938.

No cabe una aguja en Mestalla. Se han recaudado 97.000 pesetas. El campo está lleno con 17.000 espectadores y se estima que, en los aledaños, los aficionados sin entrada completan la asistencia hasta las 30.000 almas. A las 17:27 horas, remarcará el historiador Jaime Hernández Perpiñá, empieza el partido. El seleccionador José Ángel Berraondo alinea a Zamora, Quesada, Pasarín (futuro fichaje mediático del Valencia en 1929), Samitier, Gamborena, Peña, Piera, Cubells, Errazquin, Echeveste y Alcázar. Italia parte con Combi, Rosetta, Caligaris, Genovesi, Burlando, Gandini, Conti, Baloncieri, Della Valle, Magnozzi y Forlevesi. Baloncieri y Samitier, capitanes, se intercambian banderines, pergaminos y ramos de flores. Arbitra el inglés Kingscott, que como buen hijo y nieto de árbitros educados en Eton, dará permisividad al juego. «Si Mister Kingscott arbitra un Valencia-Gimnástico, no sale vivo», narra Salvador Pont, «Alarcón», cronista de El Mercantil Valenciano. La pelota es desde el inicio de los italianos. España persigue sombras hasta que, a las 17:54, un disparo de Cubells, rebotado por Caligaris, en su único error de la tarde, acaba en los pies de Errazquin, que bate a Combi. El griterío es ensordecedor para celebrar el tanto del malogrado delantero del Real Unión de Irún, que fallecería a los 24 años de tuberculosis.

En la segunda parte, la ofensiva de Italia es total, pero la labor de «Quesadita», Pasarín y «El Gran Ricardo» Zamora salvaguarda la ventaja. «Con once luchó Zamora y a los once venció», escribe Alarcón. «È il migliore portiere del mondo», se levantará Roghi, aplaudiendo, tras cada intervención milagrosa del meta, entonces en el Espanyol. Las crónicas del 1-0 final, no muy positivas desde el punto de vista técnico, enfocan sus textos de sábanas de ocho columnas en el ambiente de Mestalla. El público ovaciona a los perdedores y lanza rosas al césped. «Diversas veces se habló de Mestalla en tonos agrios», escribe «Pepe Balón» en el barcelonés Mundo Deportivo, desmarcándose de tópicos. «Los italianos habían oído hablar de Mestalla como la antesala del infierno (€). Pero llegaron al campo y sus ojos chocaron, agradablemente, con un derroche de flores. Aquello más bien parecía la antesala del paraíso». Si alguna duda quedaba, de noche Italia fue despedida de nuevo de forma apoteósica en la Estación del Norte. Nadie en aquel equipo, ni en la ciudad, olvidaría uno de los amistosos más pasionales jamás jugados. El impacto de la visita italiana fue tan significativo que el Valencia encargó una gran pieza de mármol para recordar el evento, con los nombres de la alineación española. Durante años se exhibía todavía en la tribuna interior de Mestalla. En un club que, tradicionalmente, no ha prestado demasiada atención a su patrimonio material, la pieza sigue conservándose en perfecto estado.

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