La discusión sobre los presuntos insultos racistas de Cala a Diakhaby tendrá largas diluciones porque, como en otras ocasiones, se argüirá que es la opinión de uno contra otro y sin testigos próximos que pudieran testificar sobre la veracidad de lo expuesto por el jugador valencianista. Independientemente de lo que los comités federativos estimen y las posturas intermedias de los medios informativos, sospecho que entre los expertos en psicología la actitud de los protagonistas son reflejo de un hecho que no parecería estar en discusión. Si la cara es el reflejo del alma, si las imágenes del agredido y el agresor pueden servir de algo estoy por afirmar que la mayoría de los espectadores del hecho estarán en favor del agredido. La actitud de Cala lo delató.

Mientas Diakhaby trataba de explicarle al árbitro lo ocurrido soltaba algunas lágrimas de impotencia en las que entendía que había falta de comprensión, Cala deambulaba con un gesto que le delataba. De no haber pronunciado la frase de «negro de mierda» que se le atribuye, probablemente, habría optado por una actitud de protesta. Se habría sentido injustamente agredido y habría mostrado su repulsa, su deseo de que no se le culpara de algo que según él no había dicho. Pero callaba, se paseaba sin mostrar enfado, Toda su actitud daba la impresión de que era la de quien se ha sentido descubierto y no puede y no sabe como ocultar su error. Ni siquiera tuvo la tentación de pedir perdón. Tampoco tuvo la honorabilidad suficiente para irse del campo cuando todos sus colegas adversarios habían tomado la decisión de abandonar el partido.

Diakhaby se quedó en el vestuario y Cala lo hizo después del descanso. Su entrenador, y tal vez algún compañero, algún día sepamos lo vivido en la caseta cadista, creyeron conveniente que no continuara jugando. Fue sabia decisión porque tampoco habría sido extraño que algún valencianista le dijera alguna palabra gorda como represalia por lo sucedido a su compañero. Su presencia en el juego era casi una provocación. Habría sido demasiado pedir a los valencianistas templanza suficiente para el trágala de Cala en el campo. Fue suficiente con los minutos que estuvo tras lo sucedido.

Soy de la opinión de que el árbitro, en lugar de amonestar al agredido, pudo haber decretado la suspensión del encuentro y en modo alguno debió amenazar a los valencianistas con la pérdida del partido y algún punto más. No sólo no contempló el suceso desde un punto de vista imparcial como correspondía a un juez, sino que se permitió amenazar a quienes reclamaban otra postura ante el racismo. Los órganos federativos tomarán las decisiones que consideren oportunas y el Comité Nacional de Árbitros debería dar un toque de atención al señor Medié, que no supo estar a la altura de lo sucedido. La reaparición de los futbolistas del Valencia en el terreno de juego tal vez no fue la mejor medida. Alguna vez habrá que dar un 'no' rotundo al racismo.