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Mestalla declara la guerra a Lim

No ha habido crisis como la actual en una entidad que representa más que un club para la sociedad local, movilizada para desalojar a Peter Lim - Después de treinta años de luchas de poder, con picos de gloria deportivas y excesos político-financieros, el Valencia CF bordea el colapso con la vista en Singapur y un futuro entre nubarrones.

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Mestalla declara la guerra a Lim

 «¿No lo habéis pillado? El club es nuestro, podemos hacer lo que queramos con él y nadie podrá decir nada». Treinta años de lucha salvaje de poder en el Valencia desde su conversión en sociedad anónima desembocaron en una concluyente publicación en Instagram de la hija de Peter Lim. La blogger singapurense confirmaba que la parálisis societaria que puede conducir a la ruina de la institución cívica más representativa de los valencianos, depende de la indescifrable voluntad de su padre. Tras casi siete años como máximo accionista (con un año y medio sin aparecer por Mestalla), Lim ha acelerado un aparente proceso de desmantelamiento de la entidad. Ha debilitado en mínimos históricos al equipo, a seis puntos del descenso; ha soliviantado a la masa social, que este sábado ha convocado una gran manifestación unitaria con Mario Alberto Kempes llamando a la “revolución”; ha coqueteado con ceder la gestión al estrafalario heredero del sultanato de Johor y finalmente ha perdido toda credibilidad ante las autoridades políticas por no ofrecer señales de querer cumplir el compromiso de acabar el estadio, hasta el punto de arriesgarse a perder los privilegios de la explotación terciaria de los dos recintos.

La inacción en las contingencias urbanísticas contrasta con la frenética actividad en la que Lim ha mostrado realmente interés durante su reinado, la compraventa de futbolistas, con 965 millones acumulados entre fichajes y traspasos. La situación es límite ya que el club debe afrontar pagos antes de septiembre por valor de 127 millones de euros, 54’5 de los cuales reclamados por el propio Lim por el vencimiento de dos préstamos, pignorados con los derechos económicos de hasta ocho jugadores de la primera plantilla, cuya identidad el club se ha negado a revelar. Es decir, si el Valencia no es capaz de pagar a su propio dueño o de renegociar los plazos con el acreedor (es decir, que Lim convenza a Lim), las próximas ventas no irían destinadas ni a paliar las cuentas ni a reforzar al equipo.

Ninguna crisis sufrida por el Valencia se parece a la actual. Quizá por su nacimiento tardío (1919, dos décadas por detrás de sus principales rivales de otras capitales), el Valencia ahorró en su relato toda épica amateurista de cine mudo y se asomó desde muy pronto a la frontera traicionera de las expectativas. Pero cada convulsión tenía una ruta de salida porque, como todo equipo hegemónico, al final el Valencia seguía siendo una típica expresión del stablishment local y caminaba paralelo a los anhelos de sus élites y patricios: era republicano en los años 30 o desarrollista con las grandes ferias y exportaciones naranjeras de los 60 que le catapultaron a Europa. Siempre, incluso con el descenso a Segunda de 1986, cabía la red de seguridad de afirmar, como Tuzón, que el Valencia «será lo que quieran los valencianos». Hoy los valencianistas asisten indefensos a un principio de colapso sin poder discutir la mayoría accionarial y, siquiera, ejercer la soberanía popular de asistir a Mestalla.

Es la consecuencia última de la controvertida conversión del Valencia en sociedad anónima hace tres décadas, con un efecto catalizador que tensó al máximo la disputa por el control del club. De esa agitación se originó la mejor época deportiva de la historia. Pero paralelamente, tuvo el reverso hostil del final de la inocencia: la sucesión de recalificaciones urbanísticas abusivas e instrumentalizaciones políticas para aupar febriles proyectos patrocinados hasta el exceso por entidades financieras. Un cóctel feroz por el que, tres años después de que Maradona y Pelé rechazasen la millonaria invitación para asistir a la presentación de la maqueta de un lujoso estadio, se acabaría vendiendo el 50% de la entidad a un fondo inversor fantasma uruguayo. Se evitó (o aplazó) el desastre con una ampliación de capital avalada por las finanzas públicas, con un préstamo del que no se podían ni pagar los intereses y que condujo a la caída en desgracia de dinastías locales con tramas de secuestros y a un proceso de venta turbio que acabó con el aterrizaje apoteósico del inversor singapurés. Y aquella maqueta de coliseo hoy es una ballena de hormigón varada desde hace doce años. Bunkerizado por la espesa maraña financiera y urbanística tejida en errores heredados que no ha resuelto y que ahuyenta a inversores, la salida de Lim depende de una compleja ecuación social, financiera y política.

El catedrático en Derecho Juan Martín Queralt se ha propuesto explorar la quimera posible, junto a la acción de LibertadVCF, un enérgico grupo de jóvenes que aspira a agrupar el 5% del 16% del capital social que no controla Lim con el fin de fiscalizar la gestión, como punto de inicio de un proceso democratizador de reversión accionarial, con el viento favorable de las movilizaciones en la Premier tras el fracaso de la Superliga. El futuro del Valencia se juega en el césped, en los despachos y hasta en la calle, con el arte-protesta del colectivo It Must Be Love 86, bautizado en honor a la canción de los Madness que sonaba en los altavoces de Mestalla en el último partido de la temporada 85-86, con el equipo ya descendido. Un instante de reafirmación de la militancia convertido en episodio de culto por el escritor Rafa Lahuerta.

La «mayor transacción del fútbol mundial» anunciada por Amadeo Salvo en enero de 2014, cuando convirtió Mestalla en un circo romano de cartulinas verdes, no ha significado ningún cambio de estrategia de gestión empresarial. El modelo de negocio se ha basado en la fórmula llorentista de las grandes ventas, con más 400 millones ingresados en traspasos, en las ganancias originadas por la participación en tres ediciones de la Liga de Campeones y, finalmente, en los ingresos por los derechos de retransmisión televisiva, gestionados por LaLiga y que en ejercicios sin Champions han llegado a completar tres cuartas partes del presupuesto. Por contra, la procedencia extranjera de la inversión no ha significado una expansión internacional de la marca del club, más allá de los planes comerciales no ejecutados con Kang In Lee, abocado a una venta este verano al no querer renovar. Una apuesta que Meriton ha querido singularizar a su favor, la política de promoción de cantera, es inherente a la propia tradición del club que vio emerger a Puchades, Claramunt y Albelda y se está ejecutando con vaivenes. Ferran Torres fue vendido al City por un valor global de 35 millones (bonus incluidos), y tras dos meses con Guardiola su cotización, de acuerdo con el Observatorio CIES, se disparó a los 106 millones de euros. Otros jóvenes propulsados al primer equipo, como Yunus Musah o Uros Racic, se gestaron con un modelo, el del Big Data de Pablo Longoria, desmantelado con el derrocamiento del «Marcelinato». El equipo resiste en el valencianismo irreductible de Gayà, Soler y Jaume.

Por contra, a diferencia de gestiones anteriores al proceso de venta, que murieron de éxito, Meriton ha trastocado proyectos deportivos estables, que coincidían con políticas deportivas delegadas en estructuras profesionales. La gestión participada por Rufete y Ayala llevó al récord de 77 puntos en 2015, y la llamada «Doble M», Marcelino García Toral y Mateu Alemany, ascendió al club a dos cuartas posiciones y a ser campeón de Copa ante el Barcelona de Messi. En esos escenarios de plantillas con una alta tasación de mercado Lim, con una personalidad desconfiada, ya no necesitaba dejarse aconsejar. Le era suficiente con los asesores que siempre le acompañaron. El agente Jorge Mendes y sus amigos de la Class of 92, las estrellas del Manchester United a las que idolatraba a inicios de los años 2000 cuando abrió una cadena de restaurantes en Asia con la licencia oficial de los Diablos Rojos y que hoy son sus socios en el Salford City y en el Football Hotel, con vistas a Old Trafford. Y tanto entre 2015 y 2017, como entre 2019 y 2020, el manejo del club sin contrapesos internos ha llevado al equipo a grandes crisis. El karma ha determinado cierta justicia poética con los afectados de la gran purga: Marcelino ha jugado tres finales con el Athletic Club en tres meses, Parejo y Coquelin jugarán la final de la Liga Europa, Longoria preside el Olympique de Marsella y Alemany es la mano derecha del nuevo Barça de Laporta.

Pese a todo, la delegación singapurense observa, perpleja, la galopante impopularidad de Lim. Los emisarios de Meriton en la ciudad creen con convicción que la sociedad valencianista ha sido injusta con quien «salvó el club». Una óptica condicionada por el culto a la adoración al líder de las grandes corporaciones asiáticas, que ha chocado con las movilizaciones de aficionados que han hecho mella en el orgullo personal del magnate. De la respuesta desafiante a esa presión ha tomado velocidad el desarraigo.

Meriton ha acercado al Valencia al precipicio después de haber sido testigo de dos de los capítulos de mayor magnitud emocional de la historia reciente del club: la celebración del Centenario y la conquista de la Copa de 2019, apoyos claves para proyectar un horizonte de estabilidad. El despido contra toda lógica de Marcelino tras desafiar en sala de prensa a Lim fue el inicio de una serie de decisiones erradas acompañadas de gestos inoportunos. Como mandar callar a la grada, como perpetrara Anil Murthy, o ejecutar caprichos vengativos, como los despidos del delegado Camarasa tras cuatro décadas de vinculación por su amistad con Marcelino o desalojar a las peñas del local en el que estaban 25 años, solo por pedir la dimisión del presidente.

Los puentes se han dinamitado con la masa social que ha pasado a organizarse; con un proyecto que ha ahorrado 120 millones de euros entre traspasos y fichas para no realizar más fichajes que el de tres jugadores cedidos; con una deuda disparada por encima de los 500 millones de euros; con una recalificación ventajosa en el nuevo estadio que caduca en mayo y que ha puesto en alerta a instituciones y Caixabanc, a la que se le deben 130 millones. Después de 102 años, el tiempo corre dramáticamente en contra el Valencia y Lim, a 11.116 kilómetros, ni atiende a razones ni se da por aludido.

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