Se ha salvado una extenuante temporada, pero falta por decidir el futuro del Valencia. La liberación goleadora de Maxi Gómez ante el Valladolid ha acabado con la primera pesadilla, en espera que la masa social pueda revertir el orden accionarial que ostenta Peter Lim, el principal culpable de que el club de Mestalla deba esperar a la jornada 35 para alcanzar la permanencia virtual. El atasco de cara a puerta del delantero uruguayo duró 14 partidos, pero el bloqueo societario atrapa desde hace siete años.

Si los delanteros viven de las rachas, quizá la peor especie de atacantes para convivir con una sequía goleadora sean los arietes uruguayos, que sin puntería parecen peleados con el mundo y amagan con transformarse en un activo tóxico. Quién sabe si para encontrar la paz perdida en 14 partidos sin ver portería, a Maxi se le ha visto últimamente recuperando costumbres familiares, como la pesca. En un territorio de sol y escasa lluvia, como València, Maxi encontró en la desembocadura del Turia en Pinedo, el equivalente más aproximado a sus atardeceres de pesca en el río Uruguay de Paysandú. En la vuelta a las esencias está el camino más corto para regresar a las rutinas olvidadas, como los goles. La liberación llegó en un partido tan feo como la realidad de este Valencia que firmó la permanencia casi matemática con dos goles de Maxi frente a un rival directo como el Valladolid, que dominó todo el partido pero con la desesperación de ser incapaz de hincar el diente a los valencianistas, en su versión más práctica de toda la temporada. Los anhelados goles de Maxi, rodeado de buenos pasadores con el 3-5-2, llegaron en minutos psicológicos, justo antes y después del descanso. Correia redondeó en el minuto 89, con un testarazo, la victoria.

Le ha cambiado tanto la vida al Valencia, le han complicado tanto la existencia que se llega a la jornada 35 sin salvarse y asumiendo que la pelota y la iniciativa deben ser para el rival. Y así transcurrió la primera parte, con los valencianistas sintiéndose incómodos con el traje de local y un Valladolid lanzado a por los tres puntos ante el tráfico denso en la zona baja con la victoria del Eibar en Getafe. A los siete minutos de juego, los pucelanos ya habían avisado con una doble ocasión, con intervenciones decisivas de Guedes, propiciadas después de una pérdida de Carlos Soler en el nacimiento de la jugada.

El equipo de Voro, atrincherado en defensa, tardó en reconocerse en el dibujo (acertado) de tres centrales que había funcionado ante el Barcelona y le costaba un mundo sortear la presión adelantada del Valladolid. No encontraban los blanquinegros capacidad para desplegarse y circular el balón, pese a la abundancia de buenos peloteros: Guillamón como líbero, Soler en la creación o la capacidad para las conducciones largas de Kang In Lee y Guedes, dos atacantes con alma de verso suelto, que sin embargo no lograban que el Valencia abandonase el ritmo previsible de las tardes grises de Javi Gracia.

Maxi, gol y furia

Con el Valladolid acampado cerca de Cillessen, las vías de escape valencianistas se ofrecían por las bandas, con los laterales avanzados. Gayà fue el socio más fiable. Apoyado en Guedes, llegaba hasta línea de fondo, pero sin encontrar un remate claro. Hasta que en el descuento de la primera parte, en una apertura del extremo portugués, el carrilero de Pedreguer volvía a meter un centro raso y tenso al que Wass llegó el primero de todos. El danés trató de rematar de tacón, pero no sincronizó los tiempos, convirtiendo el error en una especie de asistencia invisible que engañó a todos menos a Maxi Gómez, hambriento en el segundo palo tras 14 partidos de ayuno goleador. El ariete sanducero lo celebró con gritos de furia hacia la Fan Cam, la cámara de los goles del metálico fútbol de pandemia.

Por fin liberado, era una intuición creíble que Maxi podía volver a ver puerta. A los tres minutos de la reanudación, un error en la entrega de Jota acabó en los pies de Soler. Cerca del área y por el carril central, el fútbol del mediocentro canterano se vuelve luminoso, adquiere la pausa necesaria para pensar y volver a ser desequilibrante. Soler aguantó y esperó el momento para dar el balón al espacio para el desmarque, como un puma, de Maxi, que batió fuerte y por bajo a Jordi Masip. La mirada le había cambiado al charrúa, parecía de nuevo el delantero poderoso que llegó del Celta.

El Valladolid se miraba perplejo las heridas, sin saber cómo habían llegado a producirse los mordiscos, después de un partido que habían dominado de manera plácida. Los de Sergio, cansados de ver escapar puntos durante todo el campeonato por detalles aislados, se abalanzaron de manera furiosa a por el gol que les diese vida, encerrando al Valencia. Voro quiso enladrillar la resistencia con la entrada de Racic por un Kang In Lee desubicado después de su inactividad.

Con el cielo de Mestalla a punto de romper en tormenta, el partido llegó a su fase final sin que el Valladolid marcara el tanto que pusiera intriga al marcador y convocase los habituales fantasmas. Con todo decidido, Correia, otro jugador necesitado de alegrías, marcó de cabeza el tanto de la tranquilidad en esta pesadilla de temporada.