Hay partidos agónicos y puntos pírricos que acaban siendo decisivos en la trayectoria de un equipo. El gol del mayúsculo capitán del Valencia José Luis Gayà en la semichilena del 2-2 en el minuto 98 contra el Mallorca recordó al rugido de liberación de aquel tanto de Piccini contra el Huesca en aquel mediodía de la temporada 18-19, con todo en contra, en otro partido desesperado en el que nadie se dejó de creer. El zurdo de Pedreguer se echó a las espaldas a todo el equipo en el asedio final a un Mallorca ordenado y contundente, impulsado y a la vez lastrado por la genialidad e inmadurez de Kang-In Lee. El mediapunta surcoreano, el príncipe heredero que el Valencia esculpió durante una década para jamás verle reinar, había abierto las puertas de la crisis con una prodigiosa jugada en la asistencia del 0-1, pero dio alas con su expulsión para que el Valencia albergase la esperanza de levantar un 0-2. Gayà lideró cada ataque, dibujó centros tensados que no encontraban rematador, probó latigazos desde la media distancia y, tras el obús de Guedes en el 90, siguió insistiendo hasta la jugada del minuto 98, que lo celebró un Mestalla del que no se había largado ningún espectador. El punto tiene mucho sabor pero no se debe pasar por alto el pobre saldo acumulado del Valencia, que ha sumado solo 3 puntos de los últimos 18.

El trote errático del Valencia no es una cuestión de identidad, que la tiene, ni tampoco de intensidad, que le sobra hasta no bajar los brazos ni en el último segundo del añadido. El problema del Valencia durante muchas fases de fútbol. Los cambios en el once del técnico alicantino no surtieron efecto en una primera parte muy escasa, que pesó como una losa y que solo con un arreón salvaje y con superioridad numérica se pudo contrarrestar.

El ambiente en Mestalla era tan propicio que muy pocos podrían sospechar que todo se torciese en cuestión de media hora. La hinchada, sedienta de normalidad, había respondido con una considerable asistencia y entró en el partido incluso antes de que comenzase a rodar el balón, con la primera oleada de cánticos contra Peter Lim y Anil Murthy. En Mestalla lucía el sol y se animaba y protestaba en sonido estéreo. El Valencia parecía animado, con llegadas fáciles en los primeros compases. En el minuto 5, Wass picó con intención una falta al punto de penalti en el que Maxi, poderoso, se anticipó con un excelente control y recorte. Cuando solo debía embocar, un central le robó el gol y Racic envió alto el rechace. Acto seguido, Gayà enviaba un lejano centro-chut a la cruceta. 

El partido fue nivelándose hasta que dejó de pertenecer al Valencia, después de una fase muy poco fluida de tosquedades e interrupciones. Era el momento de Kang-In Lee, muy motivado en su regreso a Mestalla, en su vuelta a "casa", como confió esta semana a sus más íntimos. Su nombre había sido silbado al ser anunciado por megafonía y en sus primeras apariciones parecía pasado de frenada, con un plantillazo a Racic y un manotazo a Gayà, que le valió la amarilla. Es la batalla interna que siempre acompaña al mediapunta surcoreano, a la hora de medir su gran ambición, que le acabaría penalizando en la segunda parte con su expulsión. Pero del mismo modo que lo protesta todo y se frusta con puñetazos al césped, también es capaz de desnivelar el partido con un toque de genialidad, el que acabó por agrietar al Valencia en el minuto 32. Kang-In contó con la colaboración de Racic, que perdió la pelota en una zona prohibida y al que después le recetó una espléndida gambeta dentro del área, casi sin ángulo, para regalar el gol a Ángel.

Con el gol en contra se evidenció que el problema del Valencia era, sobre todo, de producción futbolística, muy poco limpia al filtrar el juego en la salida desde Diakhaby y ceder los mandos en la medular a un Racic desbordado. El plan de rotar un equipo con piezas cualitativas contadas había saltado por la borda. El equipo ya no se acercaría a la portería de Manolo Reina en lo que quedaba de primera parte, y no solo eso, sino que el Mallorca vería aumentada su ventaja en otra jugada por su flanco diestro en la que Dani Rodríguez se vio favorecido por un afortunado rebote en Diakhaby. El tanto, revisado por el VAR, devolvía al Valencia al precipicio. 

Mestalla saludó el ingreso en el campo de Carlos Soler, Marcos André y Alderete con un rugido. Igual que lo haría con Manu Vallejo y su aura de talismán. Se notó de inmediato la incidencia en la entrada de Soler, que contribuyó en dos peligrosas llegadas a primeras de cambio. El partido tomó definitivamente otro color con la segunda amarilla a Kang-In Lee. El surcoreano se desplomó en el suelo del disgusto y fue necesario que le levantasen entre cuatro valencianistas. Como le sucedió en las visitas con el Valencia al Real Madrid o al Atlético, Kang-In se acaba frustrando en grandes escenarios, en los que más espera lucirse.

Los últimos 25 minutos fueron el previsible monólogo de un Valencia que acunaba de una banda a otra sus ataques, como si fuese un partido de balonmano, en busca de un hueco libre, anhelando que algunos de los centros laterales anunciasen peligro. Marcos André tuvo un cabezazo claro, que se llegó a protestar como si hubiese rebasado la línea. Tampoco parecía el día, pero se insistiría. Gayà lo continuó intentando con zurdazos rabiosos y con incursiones y centros rasos y tensos que se paseaban sin encontrar rematador. También Hélder Costa, merecedor de contar con más minutos. Y el Mallorca arañaba segundos al reloj prolongando cada caída, cada falta. Guedes, que solo marca grandes goles, acortaba distancias en el minuto 90 con una espléndida volea a la escuadra desde la frontal. Con el agua al cuello, y en una jugada muy similar a la del gol desesperado del empate ante el Athletic, un envío al área fue convertido en asistencia por Marcos André para que Gayà, que jugó de 3, de 11 y finalmente de 9, marcase el empate y llevase la locura a Mestalla.