Jack Greenwell ha mandado que se escondan todos los balones en los días de retiro en la playa de Sitges, antes de la gran final. A los jugadores del Valencia Football Club receta baños de mar, algún chapuzón en la piscina y carreras sobre la arena a las que se suma entre risas el mister inglés, minero en su juventud. Antes del estreno valencianista en una final de Copa, la del 6 de mayo de 1934 contra el favoritísimo Madrid CF de los Ricardo Zamora y Samitier, los de Mestalla desconectan la mente. Juegan a las cartas junto a Max Schmeling, el excampeón mundial de los pesos pesados, también hospedado en el hotel Terramar junto a su esposa, la célebre actriz de cine mudo checa Anny Ondra. El boxeador alemán, cuya fama se ha escrito en combates contra Jack Dempsey y en victorias en el Madison Square Garden, se mide a Paulino Uzcudún solo una semana después, el 13 de mayo, también en Montjuic, escenario de la final. Antes de la pelea contra el púgil guipuzcoano, Schmeling atiende a Iturraspe y Vilanova, mientras le explican las reglas del juego de ‘la negrita’. Ajenos al paroxismo que se respira en València antes de la gran cita, con los aficionados llenando trenes y barcos, los jugadores buscan al fotógrafo de Levante-EMV: «¡Colina! ¡Que nos hagan una foto tomando un vermouth con almejas, pero con muchísimas almejas!».

Colina es Luis Colina, el cerebro en la secretaría técnica del Valencia, el arquitecto que ya ha empezado a levantar el gran equipo que dominará el fútbol de la posguerra. El dirigente madrileño da con toda naturalidad la alineación titular de la final del día posterior a los enviados especiales, algunos de ellos bastante emocionados con el encuentro al haber sido testigos desde Algirós del fulgurante crecimiento de un Valencia que, conviene recordarlo, solo cuenta con 15 años de existencia, menos tiempo de vida que los 17 años que el Madrid lleva sin levantar la Copa. Colina despacha con diplomacia las preguntas sobre los recelos del juego bronco con el que se define a su equipo. Influyentes plumas desde la capital, como Pedro Escartín, reconocen que al estilo técnico del Madrid le hubiese favorecido más que el Oviedo fuese el finalista. Algunos periódicos llegaron a salir a imprenta con el pase a la final de los carbayones, tumbados en su estadio 1-3 por los valencianos tras el 2-2 de la ida en Mestalla. En el trasfondo del debate estético, susurra Colina, se desconfiaba de varios de los precedentes de los últimos años, decantados a favor de los de Mestalla. Y sobre todo estaba muy fresca en la memoria de los aficionados la polémica de los cuartos de final de Copa de 1930, cuando Cirilo Amorós mandó retirar al Valencia después de que Fausto Martín anulase con 0-2 en el marcador dos goles que habrían supuesto la remontada del Valencia en Chamartín, tras el 2-5 favorable a los merengues en la ida. A pesar de las suspicacias, el Valencia evoluciona a la misma velocidad con la que madura el fútbol de la época. No en vano, solo una semana después de la final, la selección española de fútbol entrenará con el Sunderland, de gira por España, solo para adaptarse al contundente juego físico que le aguarda en el Mundial, que se disputa el mes siguiente en Italia.

Mientras que el Valencia relaja las piernas en Sitges, el Madrid vela armas en un majestuoso hotel en el Tibidabo. Desde las privilegiadas alturas, la expedición madridista contempla la inmensidad de Barcelona y el stadium de Montjuic, considerado el Wembley español. La presión para el Madrid (con el prefijo Real sustituido al haber una república) es grande. En 1934 el club ya ha conquistado cinco títulos y ha sido siete veces finalista, pero el trofeo se le resiste desde 1917. La necesidad es tan grande que hasta un aficionado madridista publica un anuncio en prensa ofreciendo «seis mil pies de terrenos» al jugador más destacado de su equipo, en caso de victoria. Ante la coincidencia de colores, será al Madrid a quien corresponda la condición de local, por su mayor antigüedad. El Valencia, con escasos años en Primera y consciente de la ocasión que se le presenta por primera vez en su tierna historia, elige una camiseta conmemorativa al añadir a su habitual rojo de visitante una Senyera escapulada. València, mientras tanto, está patas arriba. El entusiasmo del club para organizar la final es el de la propia ciudad de la que ya es embajador. En el diario «Informaciones», el periodista Rienzi escribe que la València republicana «está de moda, triunfadora en política y triunfadora en deporte». La misma llegada del equipo tras vencer en Oviedo unos días antes había sido apoteósica. Ni la subida de precios de las entradas más populares en Montjuic, de 2 a 3’3 pesetas, respecto a la final del año anterior, frena la movilización de los hinchas. Muy pronto se llenan los servicios regulares de trenes y barcos hacia Barcelona. Frente al Bar París y el Fénix Bar, los seguidores buscan los últimos billetes de autobús, a un precio de 35 pesetas, ida y vuelta. Las gestiones a contra corriente del Valencia propician que se habiliten hasta dos trenes especiales más. Un numeroso gentío llena en el Grao las últimas plazas del barco “Ciudad de Cádiz”, que zarpará de forma expresa para la final. Ante la gran demanda de entradas y de medios de locomoción, se trabaja para que el buque ‘Plus Ultra’ procedente de Guinea haga escala en València y llegue a tiempo a la ciudad condal. Se espera a 10.000 aficionados valencianistas en Montjuic y desde las tres tiendas de la camisería Tendero se vende ‘merchandising’ en forma de banderines. Los integrantes de la Peña El Radio de Benimaclet han salido días antes en burras, esperanzados en llegar a tiempo. El apogeo es grande también en la Ribera y la Safor, desde donde salen en caravana de coches particulares. Para abrir boca, el Olímpic de Xàtiva y el Real Unión de Irún disputarán la final amateur. Antes del duelo, el Valencia realizó una ofrenda floral en la tumba del dirigente nacionalista catalán Francesc Macià, fallecido meses antes.

Cano; Torregaray, Pasarín; Bertoli, Iturraspe, Conde; Torredeflot, Abdón, Vilanova, Costa y Villagrá conforman el once de Greenwell, que antes del partido ha mandado un telegrama a sus amigos Zamora y Samitier pidiéndoles que «pierda el mejor», tratando de aumentar la ansiedad. Durante más de una hora el plan del joven equipo «challenger» funciona, con un bloque muy ordenado, agresivo en la presión y veloz ante un Madrid que no podía hacer valer su superioridad técnica. Iturraspe, con 20 años, seguía cada paso de Samitier. A los dos minutos del segundo tiempo el ‘Xiquet’ Vilanova adelanta al Valencia. Y fue entonces, con todo a favor, cuando la presión y la mayor calidad rival hacen sucumbir al Valencia. En dos minutos, del 72 al 74, remonta el Madrid. El inspirado Cano poco pudo hacer ante el golazo del empate de Lazcano y el 2-1 definitivo de Hilario, tras una genialidad de Samitier. Pese a la derrota, el valor de la primera final de Copa es la confirmación del Valencia como la gran alternativa. Una etiqueta que ya no abandonará en las 16 finales (17 en una semana) que protagonizará en el futuro.