El Valencia vuelve mañana a la Cartuja, al escenario de una de las finales más pletóricas de la historia del club. El fútbol torrencial desplegado aquel 26 de junio de 1999, con un 3-0 arrollador ante el Atlético y goles de espléndida factura del Piojo López (2) y de Gaizka Mendieta, solo tiene comparación estética con el 3-0 en el título de 1954 frente al Barcelona. El impacto de la Copa de 1999 fue grandioso. No solo por el partido ejecutado sino también a nivel generacional, al romperse la sequía más larga de la historia de la entidad, desde la Supercopa de Europa de 1980, y por dar inicio a la última era dorada del club. De aquella máquina contragolpeadora ideada por Claudio Ranieri se pasó a las finales de Champions de Héctor Cúper y las ligas de Rafa Benítez. Y todo con un estilo casi contracultural para una época en la que pesaba la huella del Barcelona de Cruyff, Van Gaal, el Tenerife de Valdano o el recuerdo del mismo Valencia de Hiddink.

«La final del 99 envejece bien, como un buen vino», responde a Levante-EMV Gaizka Mendieta, capitán y héroe de aquel equipo. «El recuerdo sigue muy vivo, sigue presente. Por lo que representó a nivel personal, institucional y social. Esa final marcó una época para la historia del Valencia que perdurará y en la que mi generación estuvo presente». El verano de 1999 un tiempo frenético, en el que parecía que todo pasaba tan rápido como en los pases de Mendieta a la carrera del Piojo, todo estaba tocado de entusiasmo. Solo dos semanas antes de la final, el Partido Popular conquistaba su primera mayoría absoluta y se consolida una hegemonía social que da inicio a una era hiperbólica, desacomplejada, de grandes proyectos y euforia económica que el propio Valencia llevaba serigrafiada en el pecho, con el patrocinio de Terra Mítica. Es una final predestinada a ser de culto. Quien primero intuyó su trascendencia icónica fue el escritor Manuel Vicent, que en su artículo en «El País» la describía en términos de posteridad: «Algún día esta victoria del Valencia también será nostalgia. En el humo de su memoria los niños, los adolescentes, los jóvenes valencianistas de hoy disolverán sus primeros amores, canciones, sensaciones de verano y la inmortalidad de sus cuerpos con los goles de Claudio López y Mendieta. Lejos en el pasado resonará el cañonazo de júbilo de esta final de copa en la que el Valencia se alzó con el triunfo y sus imágenes se volverán amarillas, pero este instante de gloria en el futuro formará parte de la biografía sentimental de cualquier aficionado. Para eso sirven los héroes».

Casi 23 años después, la predicción de Vicent se ha cumplido y la Cartuja alude a los mejores años de toda una generación. El escritor Rafa Lahuerta, consciente de que los recuerdos «siempre envejecen mejor que uno mismo», recuerda que aquella copa «fue grandiosa en su conjunto». «Se eliminó al Barça, al Madrid con un 6-0 en la ida y la final contra el Atleti fue la final soñada con tres golazos antológicos. No se puede pedir más», rememora para este periódico. A Jorge Martí, cantante de La Habitación Roja, hijo de Salvador Martí, extremo derecho del Valencia de finales de los 50, la final de la Cartuja le coincidió a las puertas de grabar “Largometraje” el segundo disco de la banda de pop-rock indie de L’Eliana. La energía que desprendía aquel Valencia arrollador le era familiar componiendo canciones: «En lo personal sentía algo parecido a lo que despertaba aquel equipo, andaba totalmente metido en la música y mi ilusión era máxima. Era joven y apasionado, estaba enamorado, tenía el grupo de música con el que siempre había soñado y, al igual que el Valencia, la sensación de que los mejores años de mi vida estaban a la vuelta de la esquina».

«Tengo muy presente es la explosión de júbilo que se produjo en el Cap i Casal y el recibimiento al día siguiente», prosigue Lahuerta. «Ver la ciudad entregada a su equipo más representativo me ayudó a comprender la dimensión real de lo que es el Valencia. La ciudadanía necesita picos de euforia para proyectarse y el Valencia lleva 100 años ofreciéndolos. Es un pastel muy goloso», señala el autor de La balada del Bar Torino y Noruega, si bien considera que pese a que la Cartuja fue «icónica y maravillosa», «la gran final de la historia del Valencia sigue siendo la de 1954». En todo caso, el 3-0 ante el conjunto rojiblanco «lo tuvo todo», en opinión de Martí: «Las ganas eran arrolladoras y la mayoría de la plantilla estaba en su máxima plenitud o llegando a ella. Me hubiera gustado mucho que la generación anterior, la que subió al equipo de nuevo a primera, hubiera conseguido un título. Pero fue el equipo capitaneado de manera excelsa por Mendieta el que se llevó la gloria. Se ganó al Barcelona de manera espectacular (con otro gol realmente increíble de Gaizka, como cantaría J de Los Planetas en “Un buen día”) y también se goleó al Madrid y luego en la final pasamos por encima del Atlético. Hasta su afición acabó aplaudiendo». Un Mendieta por el que sentía especial «debilidad» y con el que trabaría amistad al poco a través de la música: «Años más tarde incluso se pasó a vernos por los míticos estudios Rockfield de Gales, cuando grabamos en 2013 ‘La Moneda en el aire’».

La Copa de 1999 es icónica por su trascendencia posterior, destaca Mendieta: «La Cartuja fue el inicio de una gran época para el club. Los éxitos se continuaron en los años siguientes. A pesar de que el Valencia no ha sido tan prolífico en títulos como en aquel tiempo, ha seguido llegando a finales, y eso ha alimentado que aquel espíritu que acabó con tantos años de sequía de trofeos. En la Cartuja empezó todo, siempre estará los corazones de los valencianistas y de la generación que formó parte». Mendieta, consagrado con 25 años en aquella final con un gol y una asistencia, reconoce en la figura de Claudio Ranieri al «ejecutor» que dio «forma, personalidad y carácter» a un proceso iniciado desde el subcampeonato con Luis Aragonés: «Cambió el curso. Un equipo como el Valencia, que siempre se destacó por tener jugadores de calidad y nivel, ganó en carácter y en una intensidad física importante. Por eso Ranieri encajó tan bien, en un bloque con equilibrio de juventud y experiencia, cuajó perfectamente con la idea de contraataque y velocidad».

25

Así ganó el Valencia CF la Copa del Rey en La Cartuja en 1999 F. Bustamante/R. Díaz

"Jugar finales lo cambia todo"

La mentalidad del valencianismo cambia a partir de 1999, o más bien vuelve a instalarse en la lógica de una historia trufada de finales desde los años 40: «Lo que te hace realmente competitivo es jugar finales. Ganarlas o perderlas no es tan determinante. Con las finales los clubs alcanzan cimas de máxima efervescencia. Se movilizan todos los resortes de la entidad y eso proyecta muchísima energía, que bien canalizada es lo que te consolida como club de referencia. El Valencia además necesita jugar finales porque es un club que sólo construye épica a partir de sus momentos álgidos», apunta Lahuerta. A diferencia de clubes desbordantes de relato, «no tenemos una metafísica novelada al margen de la pura competición, no somos un género literario. Eso es un arma de doble filo. O el club proyecta ilusión o languidece, porque la base social es voluble. De alguna manera, todo es voluble en València y el Valencia encaja a la perfección en el estereotipo», señala Lahuerta, que diferencia entre los «30000 irreductibles que tenemos al club como religión al margen de los resultados» y «el millón de simpatizantes ocasionales que necesitan gloria para sentirse partícipes».

Siguiendo la estela de la posteridad imaginada por Manuel Vicent, la victoria de 1999 contiene todos los elementos para seguir aumentando su culto, e incluso multiplicarse en caso de victoria mañana ante el Betis, en una ciudad que ha visto campeonar al Valencia en todos sus estadios. Preguntado por si la (primera) Copa de la Cartuja puede llegar a inspirar, como la Liga de 1971, canciones, libros y documentales, Martí no alberga dudas: «Todo lo que se vive con pasión es susceptible de ser contado para la posteridad y esa final se vivió tal cual se jugó: para pasar a la historia. Decía el escritor norteamericano James Salter que lo que no queda escrito se desvanece, y qué mejor que escribir sobre ello para que quede el poema que se hizo realidad en aquella maravillosa noche del verano de 1999. Para mí el poema está en vivir las cosas intensamente, y aquella final fue el triunfo de varias generaciones de valencianistas que habían vivido su afición de manera intensa a pesar de la sequía de títulos de varios lustros. Las cosas que nos marcan acaban indefectiblemente en canciones, libros y documentales, así que por supuesto que esta final da para inspirarnos».