El viernes a las 8 de la mañana nos metimos Andrés García, redactor, José Manuel López y Francisco Calabuig, fotógrafos de Superdeporrte, y un servidor, en el coche rumbo a Sevilla. Un día antes hacía la maleta para vivir mi primera final como periodista en el estadio. Espero que la primera de muchas y evidentemente con mejor resultado. A pesar de eso, días después de ese momento en el que todo arrancaba sigo guardando imágenes en la memoria. Tres días dan para mucho. Más aún con un valencianismo que tras tanto sufrimiento en los últimos años pisaba de nuevo una gran cita como la de La Cartuja. En la carretera ya se notaba un ambiente mágico. Banderas y bufandas saliendo de las ventanillas y camisetas dentro de los coches dejaban claro que la marea estaba en camino. Ya en Sevilla, la sensación era inmejorable. Valencianistas en cada rincón, cantando, bailando, buen rollo con los béticos, traca cada 30 segundos, ‘el Papa’ en la fuente a las afueras de la Giralda, esa procesión a La Cartuja para llegar a una fan zone poco acondicionada, el recibimiento al autobús y el tifo de ‘Bronco y copero’. Estaba todo en orden. El primer gol no lo metió Borja Iglesias, sino la afición.

De esa ilusión al final del partido pasaron 120 minutos y una tanda. Y desde aquel pupitre de prensa aparecían tres ‘flashes’ en forma de imágenes. La primera fue Yunus. Con 19 años había fallado un penalti que todos habríamos deseado tirar. No fallar, pero sí tirar. Pero a saber cuántos tendrían el valor de levantar la mano y decir ‘aquí estoy yo’. Él lo hizo y queda poco por reprochar. El vestuario lo sabía y por eso la preocupación de muchos tras el gol de Miranda era ir, darle un abrazo, un beso y ‘mimarle’ mientras pasaba el duelo. Las otras imágenes estaban en la grada. Aunque la mayoría era bética algunos seguidores del Valencia estaban cerca de aquel asiento en el que no pude permanecer sentado durante la fatídica tanda mientras le agarraba del brazo a Andrés. Una de esas imágenes que aparecían era la de padres y madres agarrados a sus hijos. Llorando juntos. Unos de manera interna para no provocar mayor drama a los ‘pequeños’ y otros viviendo, en muchos casos, la que será su primera gran desilusión en una final. En unos años recordarán ese momento. El dolor seguro que será inolvidable pero pocas veces he visto tanta ternura en una mirada o un simple beso en la frente. Y entre todos esos momentos también aparecía la de otro valencianista de cuna. Un aficionado más con el brazalete puesto pero también con lágrimas en los ojos. Primero en la televisión, donde Gayà no pudo contener su emoción, y después sentado en una nevera azul y blanca. Casi tan icónica como la que Marcelo Bielsa volvió viral pero con un mensaje totalmente diferente. El capitán estaba sin consuelo. Con los ojos abiertos pero sin observar prácticamente nada. Su sufrimiento fue el epílogo de un viaje a Sevilla que debía haber tenido un final distinto. Con la novena en el bolsillo, con lágrimas pero de felicidad y con una portada de Superdeporte celebrando una Copa histórica.