No fue necesario que Edinson Cavani marcara en su tan esperado debut para que los 41.000 espectadores de Mestalla vieran ante el Celta de Vigo otra victoria local del Valencia, del joven y alegre equipo de Rino Gattuso, que ya contempla los partidos sentado en una neverita portátil como Marcelo Bielsa. Los goles de Samu Castillejo, Marcos André y Almeida decantaron otro encuentro de mucha efervescencia, de un bloque que desafía la fragilidad de un equipo en construcción con gran atrevimiento, desde el primer al último pase. La satisfacción del valencianismo es tan grande que tributó a Cavani una generosa ovación en su sustitución. Mientras se retiraba, el delantero uruguayo, cuya presencia impone como la de un león enjaulado, mascullaba su insatisfacción por no estrenarse en su debut contra el mismo rival contra el que debutó, en 1976, Mario Kempes, el primer y más grande Matador que vio Mestalla.

En este Valencia hay que asumir, más pronto que tarde, que los partidos van a pasearse cada fin de semana por el alambre, por un elevado riesgo en el que todo cabe. Desde el vértigo del primer pase en el inicio de la jugada sin contar con jugadores expertos y con el rival oliendo la sangre en la presión adelantada, así como la alegría atacante una vez que se logra traspasar esa trinchera con la que Mestalla contiene la respiración. Es entonces cuando aparecen las conducciones largas de Ilaix y la elegancia de André Almeida para descolgarse y buscar la asociación con los extremos. Los Samus son una de la grandes noticias del Valencia de Gattuso, una de las señas de identidad más marcadas de esta temporada. A diferencia del debate defensivo para sacar el balón jugado, Lino y Castillejo sí encarnan el perfil específico de jugadores desequilibrantes que dan sentido a la apuesta táctica y empiezan a decantar partidos.

Pero antes y después del gol de Castillejo hubo un partido tan vivo como frágil. Los susurros de expectación en los pases hacia Cavani eran de preocupación con las pérdidas peligrosas en los inicios de las jugadas o en la inocente zancadilla a los pocos minutos de juego de Cömert sobre Strand Larssen, en la que que el VAR no rectificó la decisión inicial de González Fuertes. Y de nuevo, en las apariciones celtistas en ataque, se hizo precisa la intervención siempre fiable de Mamardashvili. Pese a los sustos, el Valencia no rifaba ninguna pelota y acabaría creando peligro. No necesariamente de las botas de Cavani, pero sí con el balón al poste de Diakhaby, que luchó con todo por un balón caído al segundo poste tras un saque de esquina.

Y en el 37 decantaba el Valencia el partido a su favor, con la eléctrica internada de Samuel Lino, con una diagonal afilada en la que obvió los recortes y malabarismos de su repertorio habitual para ir directo a puerta y ganando en corpulencia en el choque con el cuerpo a un central como Aidoo. Con pocas fuerzas, intentó batir a Marchesín, cuyo rechace cazó Castillejo en boca de gol. Cavani fue el primero en felicitar al extremo, celebrándolo como si el gol valiese un título. El Matador se muere de ganas por rugir, tanto que Gattuso aguantó su cambio, que todos presumían sobre el minuto 60.

En la segunda parte, el Valencia evitó escenas de riesgo con Mamardashvili tocando más en largo. El partido se enturbió en cuestión de cinco minutos, los que pasaron entre la tarjeta al omnipresente Samuel Lino por simular un penalti, en el que tal vez exageró un contacto existente, y la roja directa a Franco Cervi, que enganchó con un plantillazo la tibia de Thierry Rendall. La frustración viguesa se expresaba en las protestas encendidas de Iago Aspas, pero el partido no estaba del todo encarrilado, pese a la cómoda posesión que el Valencia incrementó con superioridad numérica. El público lanzaba olés y ovacionaba a Cavani en su sustitución, cuando Mamardashvili sacó una gran manopla para desviar el cabezazo de Strand Larssen.

Una advertencia que activó al Valencia en el cuarto de hora final de partido, gustándose en el primer toque y al espacio. Marchesín evitó el gol de Gayà en el 74, en el 79 Justin Kluivert erraba en una posición inmejorable y en el 81 Marcos André no perdonaba. El delantero brasileño, uno de los rescatados por Gattuso, se marcó un baile en la celebración y los 41.000 de Mestalla festejaron los últimos diez minutos ansiando que los viejos buenos tiempos vuelvan, entre cánticos y el gol final de otro aspirante a jugón como Almeida.