J. V. G., Valencia

Cuando en 2001 la Conselleria de Educación instaló una puerta de barrotes metálicos en la entrada del colegio público Santa Teresa, en el barrio del Carmen de Valencia, los padres y madres de alumnos hicieron una colecta para comprar una valla metálica que tapara los huecos. No querían que sus hijos, todos menores de 12 años, fueran testigos del continuo trapicheo de drogas que se efectuaba casi a diario en los dos edificios en ruinas situados frente al patio, ni que los animales que vivían en él como consecuencia de la basura acumulada se colaran en el centro educativo.

Cuatro años después, la situación ha cambiado, pero no a mejor. En menos de un mes, los dos edificios han ardido como consecuencia de la acumulación de residuos fácilmente inflamables. El inmueble ubicado en el número 158 de Guillem de Castro se incendió la noche el domingo 11 de septiembre. El del número 23 de la calle Llíria se quemó el martes por la tarde, cuando algunos niños jugaban en el patio mientras sus padres se reunían en asamblea. Las dos fincas son de propiedad privada y forman parte de una manzana en la que la modificación del Plan Especial de Protección y Reforma Interior del barrio del Carmen prevé construir viviendas, una plaza ajardinada y equipamientos públicos.

La jefa de estudios del colegio, Isabel Tomás, explica que al poco tiempo de ocurrir la anécdota de la puerta, la droga desapareció del solar durante un par de años. Sin embargo, los edificios vuelven a estar ocupados desde 2003 y la zona se ha convertido en un auténtico foco de suciedad e insalubridad. Desde hace dos años, inmigrantes en situación irregular de origen rumano y, en menor medida, magrebí y subsahariano, pasan la noche y parte del día en los dos edificios en ruinas, sin agua corriente ni luz eléctrica, que no reúnen las más mínimas condiciones de seguridad y que, al igual que el solar al que recaen, almacenan residuos y basuras altamente inflamables generados por sus moradores.

Años de denuncias

La dirección del colegio lleva tiempo denunciando la situación. «En la memoria de todos los años pedimos que se limpie el solar y sus alrededores, pero no se nos ha hecho caso. Cada vez hay más basura y suciedad acumulada. A veces tenemos hasta ratas en el patio. Pero lo que más nos preocupa es evitar cualquier peligro que puedan causar a los niños los daños en la estructura», dice José Manuel Pérez, director del centro.

Lo mismo piensa la presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos, Celia Catalán. «Las aulas de quinto y sexto curso están en el primer piso, desde donde se puede ver todo lo que ocurre en el solar. No es bueno que los niños vean drogas en edades tan críticas. Además, el edificio está cada vez en peor estado y ya ha habido varios incendios», aseguró ayer a preguntas de este diario. «Que se pongan las pilas o un día va a pasar algo grave de verdad», pronosticó Nuria Soria, secretaria de la Asociación.

Los bomberos inspeccionaron ayer los dos edificios y aconsejaron desalojarlos por riesgo de colapso en su estructura. Si el servicio de Ruinas ratifica el informe, el ayuntamiento desalojará a sus ocupantes y trasladará a los propietarios la obligación de derribarlos. Si no lo hacen, será el propio consistorio el que se encargue de la demolición.