Rafael Solaz (*)

En todas las públicas solemnidades, en las fiestas y en los regocijos públicos los dulces han ido unidos al ceremonial incrementando su elaboración, variedad y consumo. El pueblo valenciano, goloso por excelencia, se ha identificado con el calendario festivo y el consumo de dulces como pareja inseparable distinguiendo, en ocasiones, una dulcería propia para cada celebración.

Esta costumbre gastronómica no fue ajena a la festividad que nos ocupa. En la procesión general que celebraba la conquista de Valencia participaban todas las instituciones gremiales, y ya era habitual lanzar dolços i pastissets al público asistente. Algunos gremios obsequiaban a las viudas del oficio con diversas confituras, caso de los Guanteros que, en 1638, destinaron para tal fin una libra y media de confitura y dulces. La contraposición vendría dada por los Molineros que, esparciendo gran cantidad de harina, causaban un especial alborozo entre la gente.

Los Curtidores portaban los estandartes y leyendas acostumbradas. Entre los participantes destacaba, por su novedad, un hombre con vestidura de león asido a un palo y dos sátiros a su lado con un arma para dominarlo y contenerlo cuando quería hacer algún daño en las confiterías, hornos o tiendas en las que hubiese géneros comestibles. Este "asalto" a las confiterías era bastante común, sobre todo por los niños, convertidos en una especie de extorsionadores que se contentaban con recibir un buen puñado de llepolies.

A mediados del s. XVIII existían en la ciudad seis maestros pasteleros y tres oficiales, a juzgar por una poesía de 1755 en la que se dice: "Gremio de pocos maestros, pues en esta ciudad sólo son nueve, y los tres de ellos son oficialesÉ" Pese a todo, las confiterías competían en presentar las genialidades que más llamaran la atención, confeccionando artísticas figuras hechas de mazapán. Representaban frutas comunes que eran expuestas junto a una barroca decoración en los expositores del establecimiento.

Una referencia importante sobre la presencia de confiterías en la fiesta de Sant Dionís fue la que nos dejó manuscrita el desconocido Biñeque, un viajero que nos visitó en 1817: "La víspera y día de San Dionisio hay otra diversión, es el de adornar todas las confiterías poniendo a la vista todo de más primor y mérito, de modo que estos días dan gran dentera las tales tiendas, y a bien que los de siempre paganos, en esta ocasión, quedan bastante peinados por ser estilo del país. Las ninfas salen por la noche a pasear la carrera de dichas confiterías y en donde más se detienen es en la del Tosal, por ser la más superior en todo. Los confiteros están muy divertidos y aumentando el caudal. Toda esta función es en memoria de la dulce entrada del Rey Don Jaime 1 de Aragón en esta ciudad".

De esta cita se deduce que, a principios del s. XIX, permanecía la costumbre de mostrar dolços, pastissos, mazapanes y turrones de diversas variedades, elaborados por maestros encargados de demostrar sus habilidades presentando algunas novedades imaginativas en su arte y creando figuras con formas de frutas. También que las gentes se ponían sus mejoras galas, sobre todo las mujeres jóvenes a las que Biñeque llama ninfas. Y que ese día los confiteros hacían su "octubre", resaltando a una de estas confiterías, la del Tossal, como la más visitada al ser famosa por su decoración interior.

La piuleta i el tronador eran algunas de estas clásicas figurillas, de las que siempre se ha dicho que representan dos elementos pirotécnicos genuinamente valencianos. Pues bien, mirándolo bajo el punto de vista de los fuegos de artificio la piuleta i el tronador ya fueron incluidos en ciertos diccionarios del s. XIX, diciendo que representaban los cohetes o petardos que se quemaban celebrando la entrada de Jaume I y que por eso van unidos inexorablemente al recuerdo de ese día tan señalado. Pero queda la duda. No vemos relación entre las celebraciones con elementos pirotécnicos y los obsequios a las novias.

No sería descabellada la hipótesis de que tales figuras puedan tener un origen remoto, ancestral. Tal vez la piuleta i el tronador procedan de una antigua tradición mágico-pagana relacionada con la fecundidad. Estaríamos hablando, entonces, de que la piuleta representaría el sexo de las mujeres y el tronador el de los hombres. Su forma, en efecto, refuerza esta vinculación. Es harto sabido que en muchas civilizaciones aparecieron exvotos con forma de falo que servían de homenaje a las diosas de la fecundidad. Estos exvotos eran ofrecidos por parejas que deseaban tener descendencia o por aquellas próximas a unirse en demanda de una fecundidad futura. Suposiciones éstas que se exponen con la suficiente cautela y que tendrían que contar con estudios antropológicos que así las avalaran.

Incluso la Mocadorà no es exclusiva de la fiesta del 9 d'octubre, aunque con el tiempo se haya adaptado a la celebración y se haya aceptado su relación con este día. A través de diversas épocas han quedado reflejados ofrecimientos de ciertas exquisiteces coincidiendo con distintas fiestas religiosas, citándose ya la costumbre como un acto protocolario: los agricultores, en señal de agradecimiento, ofrecían las primeras frutas de temporada a los amos de las tierras.

Como ritual amoroso representaba una ofrenda por la cual los novios obsequiaban a sus amadas con frutas de temporada, siempre coincidiendo con las fiestas patronales o las llamadas festes de carrer. Si era la primera vez que un pretendiente quería expresar su amor a una joven, esta dádiva constituía la tarjeta de presentación ante ella y su familia. Si el chico ya era reconocido como novio oficial el acto se convertía en toda una reafirmación del amor profesado a la dama en cuestión. En un principio se obsequiaban frutas frescas y frutos secos depositados en un pequeño cesto.

Más tarde se pasó a regalar dulces que sustituían a las frutas, como el citronat (limoncillo) así llamado porque el almíbar hacía relucientes las tajadas de limón o calabazate, unos pastelillos confeccionados con mermelada, carabassa, confitura o jalea, magdalenas, rollets d'anís, espejuelos o pastas similares a las cascas. Posteriormente, el ingenio hizo que estas golosinas se presentaran en figuras, normalmente frutas, hechas de mazapán recubierto de azúcar glas y pintadas con vivos colores con el fin de parecerse a las naturales. Al ocupar menos espacio se sustituyó la cestita por un vistoso pañuelo de batista o de seda normalmente comprado para la ocasión.

Mocadorà, piuleta, trona?dorÉ dulces costumbres que, como ritual inalterado, todavía perduran.

(*) Bibliófilo