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ace un mes, el brillante periodista Cristino Álvarez Herrera, especializado en gastronomía que firma con el pseudónimo Caius Apicus, publicaba en las páginas de Levante-EMV unos sabrosos comentarios sobre el famoso vino blanco gallego albariño que tiene su cuna en las Rías Baixas de aquella autonomía, donde hay contradicción sobre cómo llegaron al noroeste español las cepas que han dado fruto para estos caldos. La teoría más difundida es que fueron los monjes de Cluny quienes trajeron las primeras plantaciones.

Y Caius Apicus decía en estas páginas que, si bien el albariño es tradicional de aquella comarca de Galicia, que tiene registrada su denominación de origen, también lo elaboran ?-o pretenden elaborarlo- en Castilla, en Aragón, en Cataluña, en Oregón (EE UU) y hasta lo intentan en Australia.

Pero he aquí que en esta provincia en que nos encontramos, en la localidad de Siete Aguas, se encuentra un veterano enólogo, Jesús Requena Gómez, que ha tenido en su actividad creadora una importante intervención en el buen renombre del albariño.

Fue en dos publicaciones valencianas, Ven Aquí y Top-Turisme, donde hace pocos años el colega, especializado en temas turísticos y gastronómicos, Esteban Gonzalo Roger, dio cuenta de que hace medio siglo un ciudadano de Siete Aguas, en la Hoya de Buñol, fue requerido por el Patronato de Promoción Obrera para desplazarse a la comarca de las Rías Baixas "para que ayudara a la mejora de las condiciones de vida rurales, que estaba basada, principalmente, en la crianza de vacas y el cultivo del maíz, con el complemento de una pequeña producción vinícola". Esta última se refería, naturalmente, al conocidísimo albariño. Y continuaban aquellas aludidas informaciones diciendo que hasta entonces aquel vino frecuentemente fermentaba tanto que se echaba a perder.

Nuestro paisano vio pronto que era ésa la causa de su degradación, y comprobó que el secreto estaba en "controlar la fermentación maloáctica". Y su criterio fue muy bien acogido, amparándose en esas consignas lo que en seguida fue uno de los caldos más celebrados en todo el mundo. Las incredulidades iniciales, a su llegada, se convirtieron pronto en apoyos, alabanzas y cooperación con el valenciano, de manera que se creó en seguida el consejo regulador y muchas bodegas ya se decantaron por este albariño fermentado a tiempo. Un cuarto de siglo permaneció en aquella comarca trabajando nuestro paisano, que se jubiló hace ya más de tres lustros y que mereció el reconocimiento con el título de Albariñense de honor, entre otros reconocimientos públicos en aquellas tierras.

Regresado a su localidad de origen, Jesús Requena sigue en su bodega elaborando lo que ha sido su afición y ahora elabora vino tinto Mencía y blanco Albariño con cepas que ha plantado en Siete Aguas. Y anualmente embotella unos quince mil envases que le dan la satisfacción de haber llevado a cabo una tarea que tiene repercusiones en los anaqueles de restaurantes de medio mundo. Y gracias al colega que en sus escritos descubrió que tenemos un paisano sieteagüense cuya estela dio paso a algo tan sabroso y digestivo.