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Miguel Arraiz recibe a Levante-EMV en el casal de la comisión fallera Castielfabib-Marqués de San Juan, a cinco minutos a pie del lugar donde el promotor Juan Armiñana plantaba su imbatible monumento fallero en época de vacas gordas del ladrillo. Está convencido de que los arquitectos pueden aportar mucho desde el punto de vista de la innovación y el reciclaje a la fiesta. El diseño del monumento infantil de esta comisión será su banco de pruebas.

¿Por qué le interesa el mundo de las fallas?

La industria de los artistas falleros, con la excepción de los cuatro o cinco que trabajan en la sección especial, lleva tiempo estancada. No se innova. De tercera categoría para abajo se ha perdido mucho en diseño, tradición y crítica. Se trabaja con unos moldes y unos bocetos. Se hace muchas veces por encargo y ni la comisión sabe cual será la temática del monumento. Es casi una producción en serie que tiene mucho de artesanal y poco de artística. Es un campo desaprovechado donde los arquitectos tienen mucho que aportar y más ahora que tenemos más tiempo para la reflexión.

¿Tanto les afecta la crisis?

Según el Colegio de Arquitectos los visados han caído entre un 70 y un 90%. Es un sector en quiebra absoluta. En estos momentos, puede que sobren la mitad de profesionales. Los despachos, entre ellos el nuestro [Bipolaire]han tenido que reducir drásticamente sus plantillas para ajustarse al cambio de ciclo. Los grandes despachos que han internacionalizado en estos años lo han notado menos. La salida es diversificar e internacionalizar, buscar trabajo fuera en países emergentes como India o Brasil.

¿No teme que le acusen de intrusismo?

El de los artistas falleras es un gremio muy cerrado y puede que a algunos no les haga gracia. Otros estarán encantados de que entre gente nueva y aporte cosas. Los arquitectos y diseñadores gráficos también han sido reticentes. Se pensaba equivocadamente que el campo de los monumentos falleros se veía como un sector de menos prestigio. Además con el "boom" urbanístico no había tiempo para ponerse a diseñar fallas experimentales.

¿Qué pueden aportar los arquitectos?

Yo quiero trabajar con el reciclaje, con la búsqueda de nuevos materiales y con las técnicas de construcción de los monumentos. Pienso que en las fallas se puede ir más allá del poliespán [espuma de polietileno expandido o corcho blanco] que es un material muy contaminante, que produce un denso humo negro y con el que el monumento se consume en pocos minutos. En la falla de Castielfabib vamos a trabajar con material de desecho, con tubos de cartón usados, y con telas, recuperando la tradición de vestir a los "ninots", que es como se hacía antiguamente. Me interesa recuperar la crítica que está bastante perdida incluso en monumentos de especial que cuando vas a verlos parece que estás en Eurodisney. La declaración de las fallas como fiesta de interés nacional ha llevado a aumentar la escala de los monumentos para dar proyección a la ciudad y atraer turistas. Es bueno que haya fallas reclamo, pero no podemos dejar que se pierda la tradición de la falla de barrio.

¿Se considera un pionero?

No. En el taller de Manolo Martín han trabajado en esta idea de renovación. Manolo Martín [padre] trabajó con arquitectos como Rafael Rivera en proyectos como el parque infantil del Gulliver. Era un grupo que trataba de innovar, de ir más allá del barroquismo, que no es que sea malo por sí sino por la repetición constante.

¿Serán más caras las fallas diseñadas por un arquitecto?

Las primeras que se hagan pueden costar más, no por nada, sólo porque se tendrán que hacer más pruebas. Se trabaja con el sistema de error-prueba-error. Nosotros estamos haciendo pruebas con balas de paja. De todos modos, las fallas suelen tener un presupuesto cerrado al que hay que ajustarse. Es más una cuestión de imaginación que de dinero.

¿Cómo imagina usted un monumento de primera o especial?

Podría ser un falla "happening" [evento, ocurrencia] en la que la gente a partir de una estructura básica y una temática construya su falla en el momento de la "plantà".