La rotonda más cara del mundo (ver Levante-EMV 28.07.06) se acaba de cobrar la primera vida humana en la persona de un joven ciclista universitario. Hasta el momento, su protagonismo venía marcado por el retraso de las obras, su excesivo coste o por algunas disfunciones, siempre desde la perspectiva del parabrisas, o sea, desde la lógica de los coches. Ahora son los usuarios de la bicicleta los que claman por culpa de otras anomalías en el diseño.

Muchos de los alumnos extranjeros que vienen a esta ciudad a completar sus estudios -Samuel F. lo era- adquieren una bici confiando en que Valencia es una ciudad tan civilizada como lo pueden ser Copenhague, Estocolmo o Berlín, con la ventaja de que aquí el clima les favorece. Pronto descubren que salvo esto último, las cosas no son tan agradables. Y a veces pagan un alto precio. No obstante, la presencia de bicis en Valencia ha aumentado espectacularmente en los últimos años, sobre todo en los campus universitarios.

La rotonda en cuestión conecta la Ronda Norte -tan generosa en asfalto, pero sin espacio seguro para las bicis- con la Avenida de los Naranjos. Por el subsuelo, el acceso Norte de la ciudad. Esta última arteria atraviesa los dos espacios universitarios (Politécnica y Universitat de València, más de 50.000 personas) con la presencia central del tranvía. Aquí ya ha habido más de un accidente mortal sin demasiada trascendencia en los medios. Más hacia el este, la confluencia de Naranjos con la calle de Ramón Llull resulta especialmente irritante, ya que en ella compiten cada día miles de personas andando, ciclistas, viajeros usuarios del bus, otros del tranvíaÉ y los que van en coche. No es difícil imaginar quiénes comparecen en inferioridad de condiciones y son por tanto los que se llevan la peor parte. Añádase la lógica particularidad del colectivo -prisas por llegar a clase, prisas por llegar al bus o al tranvía- para entender que se trata de una zona de alto riesgo, contrastado con experiencias dramáticas. No son pocos los coches que circulando en uno u otro sentido de ese eje perimetral de la ciudad, lo hacen a velocidades excesivas, cuando no escalofriantes.

Volvamos a la rotonda. Mucho se ha hablado del túnel y poco de la superficie: un inmenso páramo de asfalto al que confluyen decenas de carriles por todas partes, en el que las bicicletas y los viandantes han sido, sencillamente, marginados. Si éstos últimos tienen alguna limitación o llevan algún carrito, las cosas se complican todavía más: pavimentos deslizantes, rampas mal señalizadas, en medio de un territorio en el que ni siquiera un conductor prudente se puede descuidar.

¿Adónde nos lleva toda esta reflexión? La ciudad acaba de aprobar una nueva ordenanza de circulación imbuida, como suele suceder, del espíritu de no molestar demasiado a los coches. La discusión entre gobierno local y oposición sobre si las bicis deben ir por la calzada o por las aceras no demuestra más que la cortedad del debate. El fondo de la cuestión, amigos, no es otro que la permanencia de un modelo de movilidad absolutamente reprobable, que viene poniendo al servicio de los coches los mejores recursos urbanos y grandes cantidades de dinero cada año, al precio que conocemos, por mucho que se traten de ocultar sus perjuicios sociales, ambientales y económicos.

No se entiende cómo nuestras dos universidades, ahora que parece que convergen, no ponen el grito en el cielo ante las instancias pertinentes para poner fin a esta situación de despropósito que afecta más directamente a sus estudiantes y personal universitario, en lugar de alimentar el atractivo motorizado de los campus con la construcción de nuevos aparcamientos. La respuesta de regalar a los usuarios de la bici los cascos o elementos reflectantes (UPV) no significa sino desviar hacia estos colectivos la única responsabilidad para su protección.

En cuanto a la Ronda Norte y Naranjos, lo razonable resulta replantearse su diseño para trasformarlas en vías urbanas civilizadas. Las intenciones de la administración no resultan nada tranquilizadoras. El traslado más hacia el norte de la ronda en el tramo de la Politécnica, vendría acompañado por el objetivo de esta universidad de duplicar su propia superficie (un bocado más a la Huerta), decisiones ambas necesitadas de un amplio debate e información. Pero no nos desviemos del objetivo de este alegato.

Mientras llega otra manera de proyectar el viario, otra cultura de la movilidad, algunas medidas de inmediata ejecución se podrían llevar a cabo: calmar el tráfico, no estimularlo, también en las entradas y salidas de la rotonda, reduciendo en ella la amplitud y número de carriles; transformando el innecesario carril bus de la Ronda Norte en un carril bici, aprovechando la existencia de un bordillo de protección; salvaguardando en fin el paso de ciclistas y viandantes por la rotonda, hoy obligados a un penoso rodeo por la misma.

Ahora lo que procede es tratar de poner todos los medios para evitar a toda costa que ninguno de nuestros estudiantes vuelva a sufrir un accidente en esta parte de la ciudad. Las universidades no pueden permanecer en silencio ni mucho menos pasivas frente a este problema.

Profesor de la Universidad Politécnica de Valencia