La verbena de Blanquerías empezó en el año 1983 en lo que era una auténtica rareza por aquel tiempo: sacar la fiesta a la calle. «Era una semana entera de verbenas —rememora Juan Antonio Calvo—. Era darle a la gente una alternativa porque, por entonces, cuando se disparaba el castillo prácticamente ya no había nada en la calle. Hasta abríamos los servicios de nuestro casal. Aquello era una maravilla. Aun ahora tenemos relatos de matrimonios que se conocieron en la verbena Blanquerías. Era una fiesta diferente, sana, y que duraba hasta las tantas, pero sin dar problemas.»

Cuando fue elegida fallera mayor de Valencia de 2008, Gloria Martínez Amigó reconocía en una entrevista a este diario que «para los falleros no es fácil salir a la verbena. A mí más de una vez me han empujado y he acabado en el suelo».

Decenas de miles de personas se han llegado a concentrar por las noches, taponando totalmente la calle del mismo nombre, hasta el punto de convertirse en un problema de seguridad y una fuente de conflicto. «Había tanta gente, que se solapaba todo el barrio y hasta nos han llegado multas de verbenas que no eran nuestras, pero que nos atri­buían a nosotros».

Aparte de la aglomeración humana, Blanquerías se ha distinguido en su última época por ofrecer unos monumentos falleros de carácter alternativo, que le han dado una personalidad propia.

¿Qué hará ahora la comisión? ­Están gestionando que haya unos puestos de venta de artesanía, a imagen y semejanza de Na Jordana (incluso lo gestiona el mismo empresario). «Ahora tendremos más sitio para nosotros.»