Apenas un lustro ha bastado para que uno de los barrios más castizos de Valencia haya invertido una tendencia que lo abocaba a la marginalidad. Russafa ha pasado en este tiempo de ser un barrio inseguro, cercano a un gueto de inmigración, a un barrio en ebullición con una gran regeneración demográfica y comercial. En el origen de este cambio está el trabajo policial contra el tráfico de drogas y la inmigración ilegal y el empuje de los propios vecinos, que a falta de un mayor apoyo administrativo ha revitalizado la zona desde dentro.

En el número 72 de la calle Cádiz tiene su restaurante "Sabors" Viente Giner. Es uno de los nuevos pobladores y preside también una asociación de ocio y hostelería de nueva creación. Es, por tanto, un buen guía para visitar el barrio. Todavía en su local un cliente, Antonio, explica que desde que llegó de Bilbao hace siete años el barrio es otro. "Cuando vine -relata- aquí no había nadie, pero en los últimos años esto ha crecido un montón". Según dice, el perfil del nuevo residente es de gente joven, profesionales liberales o funcionarios que han sustituido paulatinamente a los jubilados que dominaban el barrio. Esto ha hecho que se abran muchos negocios por todos sitios. "Cada mes te encuentras tres locales nuevos", cuenta.

En el origen del cambio hay, a juicio de Vicente Giner, dos elementos fundamentales. El primero, es el plan del Ayuntamiento para acabar con el menudeo de droga y la inseguridad. También para atacar la inmigración ilegal, que a menudo se escondía detrás de este fenómeno.

"La gente empezó a sentirse segura y los vecinos -existe un gran movimiento asociativo- se propusieron que se hablara bien de Russafa. Entonces comenzó a venir gente joven, empezaron a quedarse a vivir en el barrio, se compraban casas viejas a buen precio para rehabilitarlas y empezaron a surgir los negocios. La tendencia cambió totalmente", explica.

El mejor ejemplo de ese cambio de tendencia es el propio sector de la restauración, pues "hace 9 años había unos pocos bares de barrio y ahora hay 60 o 70 locales de nueva tendencia". Buscan además, "un ocio sostenible y tranquilo -explica Giner- para que la convivencia con los vecinos sea perfecta".

Ilusiones hechas realidad

La lista de nuevos locales y nuevos vecinos, pues, es muy larga. Al principio de nuestro recorrido por la calle Cádiz paramos en una vieja tienda de comida ahora convertida en "Lázaro Fernández gourmet". Empezaron en noviembre cuando este valenciano número uno del corte de jamón se fijó en el barrio y decidió ofrecer "un servicio conjunto, con comida, cátering y productos de alta calidad", explica Vicente Senabre, encargado de la tienda, que no duda de que "algo se mueve en Russafa.

Un momento así es el que esperaba precisamente para volver a su barrio Isabel Gallardo, que después de 17 años con una tienda de muebles en Monteolivete se ha instalado en la calle Doctor Serrano aún perdiendo negocio y dinero. "Volver a Russafa era mi ilusión y aunque las condiciones son peores, porque la economía no acaba de tirar, aquí estamos ya dos años y medio, apostando por el barrio", comenta.

Espacios alternativos

Esta zona, la que componen la calle Cádiz, Sueca y Literato Azorín, puede decirse que es la de la restauración y los nuevos comercios, entre los que puede encontrarse biotiendas, consultorías como la de Tomás Alenda e Isabel Vila, y tiendas especializadas en todo tipo de mercados.

Luego hay otra zona que se concentra en torno al mercado municipal, uno de los más importantes de la ciudad y una tercera que podría denominarse alternativa, más enfocada a la cultura, el arte o las nuevas tendencias gastronómicas.

"Nuestra idea era hacer una taberna vegetariana con recetas tradicionales", declaró Gisela desde el otro lado de la barra de "La Tavernaire". Ella y sus socios, Jordi y Silvia, se vinieron del barrio de Carmen porque "aquello estaba muy saturado". "Aquí la clave es que se han ido abriendo locales pero se ha mantenido la vida de barrio. La gente se siente cómoda. Ahora lo que hay que evitar es que la gente del barrio se vaya porque no pueda vivir", advierte Silvia, que dice ser "de aquí de toda la vida".

Apenas unos metros más allá, en la calle Denia, bajo un letrero que reza " Slaughterhouse", se entra en una cafetería-librería abierta por Jacobo y Ramón hace siete meses. En el local alternan las estanterías de libros con los tercios de cerveza, aunque ellos sienten que deben ir avanzando hacía los libros en detrimento de la bebida.

Ramón es una de esas personas a las que "les gusta el barrio". Según dice, "antes la gente lo veía como un lugar peligroso, con mucha gente inmigrante, pero no es así. Ahora hay gente de todas clases. Hay gente mayor y hay gente joven que está empujando mucho con sus negocios". "En su día -opina- deterioraron esto pensando en el Parque Central, pero cuando bajaron los precios se ha llenado de gente joven que ha comprado barato y se ha establecido aquí. La idea les ha salido al revés", argumenta Ramón.

Cae la inmigración

Sólo hay un grupo de población que ha perdido posiciones, que es el de los comercios chinos o árabes. Ellos componen la última Russafa, la de la inmigración, que ha dejado de ser el referente del barrio. A las puertas de su tienda encontramos a Mohamed. Antes invitamos a varios comerciantes chinos a hablar y no lo hicieron. Él sí, quizá porque quiere contar lo que pasa.

Su diagnóstico es simplemente que "la gente ya no va a comprar. La larga duración de las obras "impide entrar a los compradores" y les ha salido una dura competencia en el polígono de Manises, donde se han desplazado muchos de sus clientes.

Eso ha provocado el cierre de comercios y la reagrupación de los que quedan en la calle Cuba, "la calle más importante" de la zona, dice Mohamed, que asegura que tampoco el colectivo de inmigrantes se fija ya en este barrio. "Antes venía mucha gente, pero ahora no hay nadie que quiera venir aquí. Se están yendo a sus paises y los que hemos ganado dinero antes nos lo estamos comiendo ahora", sentencia.

En cualquier caso, ya a punto de terminar el recorrido por el barrio, Vicente Giner valora el hecho de la multiculturalidad como un elemento positivo y hasta dinamizador del entorno. "De lo que se trata es de que todos podamos vivir juntos y estar bien. Eso más que un problema puede ser también un elemento positivo", dice.