Valencia fue en los siglos XVII y XVIII una de las ciudades españolas con más conventos, monasterios e iglesias parroquiales por metro cuadrado. Los artistas y cronistas de la época la bautizaron como «la ciudad de las mil torres». Según un estudio realizado por la vicedecana de la Facultad de Historia del Arte, Esther Alba, incluido en parte en el Atlas Estratégico de Valencia de reciente publicación, la ciudad llegó a tener 23 cenobios a finales del siglo XVIII de los que en la actualidad quedan en pie ocho.

Son el convento del Carmen, sede de la Academia de San Carlos; los monasterios de San Miguel de los Reyes, sede de la Biblioteca Valenciana, y de la Trinidad, el único que sigue ocupado por religiosas (clarisas); el convento del Pilar y el de San Felipe Neri, actual iglesia de Santo Tomás; el monasterio de San Vicente de la Roqueta, en estado ruinoso y en espera de una consolidación urgente; el convento de la Corona, que fue cedido a la Casa de la Beneficencia y que hoy alberga el Museo de Prehistoria; y el convento del Temple, que pasó por varios usos civiles e institucionales y que en la actualidad es la sede de la Delegación del Gobierno en Valencia.

La fundación de conventos en Valencia data de la época de la Reconquista. El de San Francisco, cuyas ruinas se encuentran bajo la actual plaza del Ayuntamiento, fue el primero. Lo impulsaron dos frailes que iban en el séquito del rey Jaume I y se asentó sobre el palacio de verano del rey moro Ceid Abu Ceid.

La desamortización de Mendizábal (1835), que supuso la supresión de las órdenes religiosas y el paso de sus bienes al Estado —justificado por la «necesidad de disminuir la deuda pública»—, sumada al urbanismo higienista de apertura de grandes avenidas dieron al traste con numerosos los conventos.

Unos fueron reutilizados y rehabilitados y otros directamente derribados. En el proceso de exclaustración, subasta y derribo de los edificios religiosos impulsada por la Junta de Enajenación de Edificios, la comisión de arquitectura de la Academia de Bellas Artes de San Carlos recomendó en 1837 salvar de la quema y conservar «por su calidad artísticas» ocho edificios intramuros. Eran el convento del Temple, el de los dominicos de Santo Domingo, el de San Felipe de Neri, el de la Compañía de Jesús, el del Carmen, el de San Agustín, el del Pilar y el de Trinitarios descalzos. También pidió que se protegieran extramuros otros seis cenobios, entre ellos el de San Miguel de los Reyes y San Pío V. Las recomendaciones fueron seguidas sólo a medias.

De la ciudad eclesial que fue Valencia «apenas queda nada», explica Esther Alba. Especialmente lamentable fue la pérdida de los conventos de Santa María Magdalena y de la Merced, ubicados en el centro de la ciudad junto a la plaza del Mercado, los Santos Juanes y la Lonja y cuyo derribo generaría la plaza del mismo nombre. El convento de la Merced ocupó una notable posición en la Valencia bajomedieval, junto a la plaza del Mercado y a los cementerios de San Martín y Santa Catalina. Su demolición y la creación de la plaza de la Merced fue una de las actuaciones urbanísticas más importantes intramuros de la ciudad.

El convento de San Francisco se salvó inicialmente de la política de derribos pero finalmente fue demolido en el siglo XIX y sobre su solar se proyectó en 1894 una plaza que fue diseñada por Antonio Ferrer Gómez y que es el origen de la actual plaza de obra dura del Ayuntamiento.

Los burgueses e industriales que adquirieron los conventos los hicieron con argumentos peregrinos que acaban recibiendo el visto bueno de la junta de enajenación por llevar el aval de un arquitectos. Reclamar la propiedad de un convento para fundar una fábrica de hilatura fue un motivo recurrente aunque en muchos casos el edificio acababa derribándose y vendiéndose a peso sus materiales y posteriormente los solares resultantes. Así ocurrió con el convento de la Puridad, ubicado junto a la calle Quart, adquirido en 1843 por Domingo Skerret, un industrial de Madrid, para establecer una industria fabril que nunca se creó. El cenobio se derribó en 1846 y los terrenos fueron vendidos a diversos particulares entre ellos el arquitecto Antonio Sancho, que fue el encargado por la junta de enajenación de fijar el precio de subasta. El derribo del convento de la Puridad, cuyo muro de cerramiento y el jardín se conserva en parte, dio lugar a tres nuevas calles: Moro Zeit, Conquista y Rey Don Jaime.

Tomás Trénor y Sebastián Monleón (el arquitecto del Jardín de Monforte) son otros de los nombres que aparecen en las operaciones de subasta y venta de las propiedades de los conventos.

El monasterio de San Vicente de la Roqueta sobrevivió a un intento de compra de Pedro Henrich —que ya había adquirido el de Santa Magdalena— que quiso comprarlo por 150.000 reales, según recoge el investigador de la Universitat de València Fernando Pingarrón. No tuvo la misma fortuna el convento de Trinitarios cuya propiedad fue reclamada por Ramón López «vecino de Madrid» quien declaró ante la junta de enajenación que el «convento se hallaba en uno de los barrios más solitarios» y tenía un «aspecto lóbrego y con mala compaginación de alturas de los pisos».

Los grandes beneficiarios de los derribos

La pérdida del patrimonio de los conventos, explica el profesor de Historia del Arte Fernando Pingarrón-Esaín en su artículo «Derribos, ventas y destinos de los conventos suprimidos en Valencia», con sus derribos y transformaciones, «apenas fue compensada con la mejora urbano de los espacios que ocupaban». El interés público del que se habló en la enajenación de algunos cenobios «queda desmentido en varios casos con la acción directa de los compradores que adquirieron la propiedad a precios más que interesantes y agraciados por el poder». «El interés negociador y especulativo —apunta— queda manifesto en personas como Pedro Henrich, Domingo Skerret y sobre todo Santiago Dupuy». Santiago Dupuy de Lôme, que se hizo con la propiedad de tres conventos (Santa María de Jesús, Nuestra Señora del Socorro y San Felipe Apostol) fue un industrial y político descendiente de la nobleza francesa que se estableció en Valencia en la primera mitad del siglo XIX, donde fundó la fábrica de seda Batifora en Patraix. En total fueron 14 los conventos subastados entre 1837 y 1839 en Valencia. El del Remedio, situado junto al puente del Mar, fue demolido por su ubicación militar estratégica, un argumento que recuerda al derribo del Palacio del Real.