Mónica Ros

valencia

Fotos de m. molines y e.ripoll

Un hombre entra en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia, y da un par de vueltas observando, con detenimiento, uno de los templos más bellos y emblemáticos de la ciudad. Ronda por la iglesia arriba y abajo como si fuera un turista despistado. Sin embargo, cuando va a abandonar la iglesia el sacristán se percata de que, bajo la ropa, el hombre esconde algo. "Disculpe un momento", le grita. En ese momento, el hombre sale corriendo y el sacristán se da cuenta de que el cirio pascual ha desaparecido. El caso no pasaría de la pura anécdota sino fuera porque los robos en las iglesias son tan "continuos que ya ni siquiera los denunciamos", afirma el sacristán. Y no sólo ocurre en los Santos Juanes. El problema es general, y la solución "muy difícil de alcanzar".

En las iglesias ni se prohibe -ni se debe prohibir- la entrada a nadie. Esta premisa básica de la cristiandad convierte las iglesias en un blanco fácil para los ladrones, los "rateros" y los toxicómanos que, sabedores de la ausencia de vigilancia en los templos, sueñan con las riquezas que antaño albergaron y que hoy guardan a buen recaudo. Por ello, y ante la proliferación de robos y hurtos constantes -incluidas piezas de gran valor-, los párrocos decidieron mantener las puertas de las iglesias cerradas a cal y canto a determinadas horas. Los templos abren sus puertas, principalmente, para realizar los cultos religiosos. Pero, al parecer, esta medida no es suficiente.

Candelabros, manteles, incensarios, jarrones, el cepillo, campanas, figuras... Cualquier objeto es susceptible de ser robado en un recinto donde, por guardián, solo está el sacristán. Y como mucho, el párroco.

Ante este panorama -que aunque aumentado por la crisis siempre ha estado a la orden del día- los párrocos de las iglesias han decidido "echar el candado". Literalmente. De esta forma, los párrocos candan aquellos objetos que no desean ver desaparecer y mantienen la "llave echada" en las diversas capillas o estancias del templo. Pero no solo eso. Los cepillos de los centros -incluso los ventiladores que se utilizan en verano- están anclados al suelo, los objetos de decoración como candelabros, cajas, jarrones o manteles han sido sustituidos por otros con un valor irrisorio. Y ni con esas. Hasta los cirios pascuales. Hasta la recaudación para las familias en paro.

"A diario desaparece algo. En los Santos Juanes no hay nada de valor a la vista, desde que robaron unos candelabros de bronce. No te puedes despistar. No respetan nada. Se llevan cosas al mínimo despiste, aunque no valga ni un euro", afirma el sacristán de los Santos Juanes.

La iglesia de Santa Catalina, por su parte, es una de las más visitadas de la ciudad, y por ende, una de las que más hurtos ha sufrido a lo largo de los años. El párroco afirma que, en el templo, "ya no queda nada valioso. Ni expuesto ni por exponer". En Santa Mónica también están habituados a los robos, algo que ya ven "normal".

Sustraído un busto del s. XV en Santa Catalina

Para la iglesia de Santa Catalina hubo un antes y un después tras la desaparición de un busto del siglo XV expuesto en una de las capillas laterales del centro. La escultura era de estilo gótico y representaba la cabeza de un obispo. Según los expertos, su valor era "incalculable". Los ladrones emplearon tiempo e imaginación para arrancar el busto del soporte donde estaba anclada con un tornillo y un pegamento especial. A día de hoy nada se sabe de esta pieza de museo. El párroco del templo, sin embargo, decidió entonces (hace ya seis años) que nada que tuviera valor estuviera a la vista. El busto robado se halló, junto a otros restos arqueológicos, durante la restauración y vaciado de los arcos funerarios de la fachada del templo

De sacristán a

guarda de seguridad

l sacristán es la persona encargada del cuidado de la sacristía, las vestimentas, los objetos sagrados de la liturgia y todo lo necesario para celebrar la eucaristía. Sin embargo, y tras la proliferación de robos y hurtos en los templos, su principal función ha pasado a ser la de un "guarda de seguridad". "Hay que estar muy atento para que nadie se esconda en la iglesia y pernocte allí", aseguran distintos sacristanes de la ciudad. "En ocasiones -reconocen- pasamos miedo porque la gente está muy desesperada y nunca sabes lo que será capaz de hacer por conseguir algunas monedas".