Remedios Montero recibió el nombre de Celia en las guerrillas antifascistas. Dos años en el monte, ocho años y medio en la cárcel y doce años de exilio no consiguieron arrebatarle la fuerza y el deseo de seguir luchando por una sociedad más igualitaria y justa.

P. ¿Cómo era para una mujer la vida en guerrillas?

R. Cuando yo llegué a guerrillas eran casi todo hombres, solo éramos tres mujeres, y nosotras hicimos exactamente lo mismo que ellos, con nuestro macuto al hombro, las marchas por las noches a oscuras por aquellos montes. Nunca han tenido que ayudarnos para nada. La experiencia nos ha enseñado que efectivamente podemos ser igual que los hombres, lo mismo en el trabajo que en cuestiones de mando, en todo hemos hecho igual que ellos, en todo, y creo que no les queda duda, lo único que les queda es ese machismo de ver que antes dominaban ellos en todos los campos y ahora vamos adquiriendo más terreno nosotras. Hay que seguir luchando hasta llegar a lo que nos corresponde.

P. ¿Cómo llegó a las guerrillas?

R. Mi padre era guarda forestal y vivíamos en una casa de campo bastante aislada. Cuando acabó la guerra metieron a mi padre y a dos de mis hermanos en la cárcel, y mi madre, mis hermanos pequeños y yo, nos refugiamos en un pueblo cerca de Cuenca que se llama Morte, donde teníamos una hermana casada. Mi padre, que no había hecho nada más que ser un hombre republicano, un hombre de izquierdas, nada más, y había tenido dos o tres hijos voluntarios en el frente, estuvo cinco años en la cárcel. Cuando le detuvieron, le pegaron tanto que le rompieron un brazo y una pierna, y a mi madre, la pobre, la cogió la policía y la sostuvo delante de mi padre para que viera lo que le hacían. Mi madre llegó a casa deshecha y aquello le costó la vida, por eso yo siempre digo que a mi madre la han matado ellos, igual que han matado a mi padre, a dos de mis hermanos y para matarme a mí no les ha faltado casi nada.

P. Antes de subir al monte, desempeñó usted una tarea importante para los guerrilleros.

R. Mi hermano, el mayor, al salir de la cárcel se marchó a guerrillas porque era del Partido Comunista y lo vigilaban, y nosotros nos convertimos en punto de apoyo de ellos, que consistía en comprarles lo que necesitaban y llevárselo al monte, decirles dónde estaba la Guardia Civil, y en fin, orientarlos. Ellos necesitaban de nosotros porque no podían bajar al pueblo. Mi padre no podía hacer de apoyo porque salió de la cárcel medio cojo y manco, pero sobre todo porque estaba muy señalado porque había estado en la cárcel, y era un pueblo pequeño. Y fui yo misma la que le dije que lo iba a hacer yo, que por entonces debía tener unos 18 años.

Pensé que era mejor hacerlo yo porque como las mujeres estábamos tan discriminadas, nadie iba a creer que una chiquilla se fuera a poner de apoyo. Me puse en contacto con una amiga de una aldea cercana, Esperanza Martínez, y cogimos la tarea las dos. Ella venía con una borriquilla que tenía, nos íbamos a Cuenca a comprar, a unas dos horas, porque en el pueblo no podías comprar algo que se notara que no era para ti, por si te veían y porque te vigilaba la Guardia Civil y los del pueblo. No era nada fácil aquella tarea, porque en aquella época la Guardia Civil andaba mucho por las carreteras.

P. ¿Recuerda algún incidente que la pusiera especialmente en peligro?

R. Me acuerdo que una de las veces iba sola y salió la pareja de la Guardia Civil y uno de ellos me preguntó qué llevaba en las alforjas y les respondí: "¿qué quiere que lleve, ¿bombas?, mírelo y lo verá". Yo era una niña e iba siempre con un peinado muy infantil, para disimular más, y ellos se echaron a reír y me dejaron pasar. No llevaba bombas, pero llevaba cosas que si me hubieran registrado me la habría cargado.

P. ¿Cuánto tiempo permaneció de apoyo a las guerrillas?

R. Estuvimos suministrándoles dos años, desde el 47 hasta el 49, que fue cuando nos descubrieron porque la cosa se puso muy mal. Al principio todos creían que las naciones democráticas nos iban a ayudar a nosotros e íbamos a poder tirar a Franco, y la vigilancia era menor, pero en el momento en que las naciones democráticas reconocieron a Franco y al régimen y se pusieron a su lado, el régimen se puso más fiero y vigilaba a troche y moche, y tenías que tener un cuidado brutal. Había veces que ellos –la Guardia Civil- se vestían de guerrilleros. Se colaban por las ventanas para ver si había alguna contraseña, te vigilaban, iban a casa a preguntar por algo. Nosotros, como ya estábamos avisados, no caíamos. Pero era un acoso que no se podía resistir. Llegó un momento en que nos descubrieron y un punto de apoyo nos dijo que iban a venir a por nosotros. Entonces lo consultamos con los compañeros y nos dijeron que si queríamos subirnos al monte que lo hiciéramos.

Y claro, entre ir a la cárcel a que te mataran a palos y subirte al monte, no había duda, fuimos al monte y por lo menos allí podíamos seguir haciendo alguna cosa. En mi casa ya no quedaba más que una hermana de 16 años, mi padre y yo. Mi madre se había muerto y nos fuimos los tres.

P. ¿Cómo recuerda aquella experiencia?

R. Nos recibieron contentos pero la partida fue triste porque habíamos tenido que dejar una tarea, la de apoyo, muy importante, y la casa y todo. Desde el momento en que llegamos allí no éramos mujeres, éramos camaradas exactamente igual que ellos, con nuestro macuto al hombro. Y estuvimos dos años. Aquello era durísimo, era dormir en el suelo, no poderte desnudar, a veces no comer, hemos llegado a estar incluso una semana sin poder comer nada porque había nieves y de allí no se podía salir porque se dejaba rastro y tenías que pasar los ríos a nado, porque tampoco podías pasar por puentes ni por caminos, que estaban vigilados, había que ir atravesando el monte. Era durísimo como no te puedes imaginar, pero aprendimos mucho. Todo lo que he aprendido lo he aprendido en guerrillas y en la cárcel. Las otras chicas casi no sabían ni leer ni escribir, yo muy poco. Pero allí había gente muy preparada que nos enseñaba cultural y políticamente. Se preocuparon muchísimo de enseñarnos y cuando salimos éramos otras. Respetándonos exactamente igual que ellos. Cuando hemos estado en la cárcel nos han dado palos como no os podéis imaginar porque querían que mintiésemos y dijésemos que estábamos allí para acostarnos con ellos y eso jamás lo han conseguido, por muchos palos que nos han dado nunca lo han conseguido. Porque efectivamente no era así. Nos han respetado como nadie, nos han enseñado a ser igual que ellos y han sido gente a la que nosotras admirábamos y admiramos todavía.

P. ¿En guerrillas mataron a su hermano?

R. Sí. A los tres o cuatro meses de estar allí mataron a mi hermano de 16 años. Iba a cambiarse a otro campamento y pidieron comida a un grupo de apoyo. Estaba vendido y en lugar de salir el grupo de apoyo salieron los guardias civiles vestidos de paisano y según estaba metiendo la comida en el macuto, le empezaron a dar hachazos.

El otro tiró el fusil y salió corriendo al campamento pero a mi hermano pobre, que era nuevo y no conocía nada, le cogieron y allí le terminaron de fusilar. Siempre recordaré que llegó este otro compañero al campamento y esperamos hasta media noche por si por casualidad venía, y mi padre el pobre que todavía vivía, siempre lo tengo en el oído diciendo:"¡ay! mi hijo, mi hijo". Y su hijo no llegó, lo mataron. Y al año de estar allí mataron a mi padre también. Ya era el tercer muerto de la familia. Le mataron porque en un camino tropezaron con la Guardia Civil y le dispararon.

P. ¿Cuánto tiempo estuvo en el monte?

R. Estuvimos en guerrillas hasta el 52. Llegó un momento en que los grupos de apoyo ya no podían responder porque la Guardia Civil no les dejaba salir de casa. Además ya no había nada que hacer. Yo creo que nos tendríamos que haber retirado antes, y así lo hemos reconocido todos, en el cuarenta y tantos, porque ya una vez reconocieron el régimen ya no había nada que hacer. A finales del 51 me mandaron con una compañera a Francia para una misión. Aquello era horrible, seis o siete noches andando hasta llegar a la frontera. De allí unos camaradas del Partido Comunista nos llevaron a París, descansamos y al poco tiempo nos volvieron a llamar para pasar a gente. Y me fui con otros tres o cuatro compañeros a pasar la frontera otra vez andando, para ir a Salamanca y allí recoger a otros compañeros.

P. ¿Qué pasó en Salamanca?

R. Al llegar a Salamanca recogí a los camaradas en los puntos que me habían dicho, sin ningún acontecimiento. Cogimos el tren en dirección a Burgos y al llegar estaba rodeada de policía y guardias civiles, y es que hubo un chivatazo y nos detuvieron. Nos metieron en la Dirección General de Burgos, y allí el trato fue brutal, es algo de lo que nadie sabe. En mi documentación mi nombre era María Castro Glenda, y por más que me preguntaban por mi nombre verdadero de ahí no salía. Sabía que me iban a descubrir porque estábamos anunciadas en todos los cuarteles pero pretendía entretenerlos para que transcurrieran dos o tres días, porque quedamos con unos compañeros que nos esperaban en la frontera en que si a los tres días no aparecíamos es que había pasado algo y tenían que marcharse para que no los cogieran.

P. ¿Y lo consiguió?

R. Sí. A los dos o tres días llegaron con una fotografía mía y de mi compañera y me preguntaron si reconocía a esas mujeres. Uno me cogió del brazo y pegándome con una verga, me decía que le había engañado. Pero a mí todo eso me hacía reír, porque pensaba que era señal de que mis compañeros se habían ido y no los habían podido coger. De allí nos llevaron a la Dirección General de Madrid, un matapersonas. Da mucha rabia que pueda haber personas que hagan con otras lo que ellos hacían. Me pregunto cómo es posible que pudieran hacernos eso. Pues sí, lo hacían. Creo que fue la rabia que tenía la que me ayudó a mantenerme, porque estabas en un calabozo pequeño simplemente con una piedra para sentarte y allí tenías que pasar la noche y allí hacer todo. Y cuando te sacaban de los calabozos al despacho para declarar, veías a cinco o seis hombres altos, en mangas de camisa con las porras en la mano, y empezaban a darte porque te preguntaban y no contestabas. Si a mí me preguntan "¿quién te manda, qué camaradas tienes?", yo no lo iba a decir, porque eso era entregarlos. Si puedes, debes resistir. Yo afortunadamente lo pude resistir. Ha habido quien no ha podido y no los culpo porque nadie sabe de lo que es capaz esa gente. El uno te pega una patada, el otro te pega otra, te tumban en el suelo, se te suben encima con las botas, te clavan astillas en las uñas de las manos y de los pies. Bueno, algo de lo que nadie sabe, cuando te desmayas te echan un cubo de agua, para que vuelvas en sí y otra vez. Y luego hay gente que dice que lo hacen porque les mandan. No, no es porque los mandan, son ellos así, porque me acuerdo que llegaba el domingo y te dejaban ahí tirada de la paliza que te habían dado y te decían, ahora tienes dos horas para descansar, porque nos vamos a misa. Y yo me preguntaba ¿pero esta gente a qué va a misa?, ¿esta gente le dirá al cura lo que está haciendo?. En esos sitios que hemos estado no ha habido humanidad. En la cárcel, en los calabozos, no he encontrado a nadie, a ningún policía, a ningún director, a nadie que se haya compadecido. Lo hacían a conciencia.

P. ¿Qué pasó con sus compañeros?

R. Igual que me hicieron a mí estaban haciendo con mi compañera y con los compañeros. A uno de ellos lo mataron a palos allí mismo. Estaba en la celda de al lado de la mía y él oía lo que me hacían a mi como yo lo que le hacían a él. Y al cabo de dos días le mataron. Oí que decían: llevaros al muerto. Es algo que no te puedes imaginar. Estuvimos allí más o menos 20 días resistiendo y cuando ya no podíamos más y vieron que no nos sacaban nada, nos trajeron a Valencia. Aquí nos llevaron también a la Dirección General, y otra vez igual, y a resistir, hasta que se cansaron y nos trajeron a la prisión, y una vez en la prisión ya descansé. Me liberé porque por lo menos ya no te pegaban. Recuerdo que cuando llegué las compañeras me separaban con pinzas la piel de la carne. Y con los curas he sufrido horrores. Uno, por no rezar cuando me llevaban a misa obligada, en la cárcel, me mandó meter dos meses en una celda sin colchoneta, sin comunicación y sin cartas.

P. ¿Estuvo los ocho años en la misma cárcel?

R. No. A los cuatro años de estar en Valencia nos hicieron el consejo de guerra. Nos condenaron a 20 años y un día, y nos llevaron al penal de Alcalá de Henares, y allí era otra cosa porque en Valencia de políticas no había más que una mujer mayor, estábamos solas pero en Alcalá no. Además allí había talleres de costura y de bordar y se te hacía más llevadero, además redimía, cada dos días de taller te quitaban medio día de condena. Había unas 20 ó 30 compañeras que llevaban allí muchos años, les habían puesto pena de muerte, después se la quitaron y se la dejaron en 30 años, y estaban allí, no porque hubieran hecho algo, una porque era del Socorro Rojo, otra porque había trabajado con las juventudes. Y a los cuatro años y medio de estar en Alcalá, entre la redención y un indulto que me tocó, salí a la calle con la condicional, y con unos patrocinadores, una hermana y su marido, que se hacían responsables de que yo no hiciera nada. Y tenía que presentarme todos los meses a la policía y firmar.

P. ¿Cuánto tiempo aguantó de este modo?

R. Así estuve dos años. Pero así me sentía más presa que dentro. Porque me acordaba de todo lo que hacían mis compañeras y yo no podía hacer nada porque tenía a la policía detrás de mi. Así que cuando cumplí la condicional me marché a Francia. Me arreglé el pasaporte. Con los antecedentes no me lo daban pero a través de un conocido y de bastante dinero conseguí un pasaporte y me marché a Francia, a Tolousse, donde tenía a unos camaradas y estuve un año con ellos. Hice contacto con el partido, empecé a trabajar otra vez con una organización de mujeres democráticas y recogíamos muchas firmas para mandar aquí a España cuando detenían a alguien. Al año de estar allí el partido me preguntó si quería ir a Praga.

P.

¿Y aceptó?

R. Sí. Había que llevar unos documentos a una delegación española de emigrantes que había allí. Recuerdo que al llegar, desde la estación tenía que llamar a un número de teléfono que me dieron. Llamé y dije que era una camarada y que vinieran a por mí. Cuando me contestó la persona que había al otro lado casi me caigo. Me dijo que venían a por mí en seguida y reconocí al momento la voz. Era Florián García, al que conocía porque comandaba el sector once en guerrillas y alguna vez había venido a mi sector, al quinto. Y yo lo daba por muerto. Me habían dicho que le habían matado al intentar pasar a Francia, con todo su grupo. No le dije quien era yo porque quería darle una sorpresa y efectivamente cuando llegué allí y nos vimos, nos abrazamos llorando como dos niños. En Praga cumplí con lo que me habían encomendado y permanecí esperando en un hotel varios meses porque ya no podía volver a España. No tenía pasaporte tampoco. Y en esos meses él vino mucho a verme, salíamos a pasear, y teníamos tantas cosas en común, que nos unían, que el amor llegó pronto y nos casamos en Praga en 1966.

P. ¿Cuándo volvieron a España?

R. Volvimos en 1978, porque hasta ese año no le dieron a Florián el pasaporte. A mí me lo dieron un poco antes pero a él hasta el 78 no se lo dieron. Ya había muerto Franco, habían legalizado el partido, todo. Y en cuanto él lo tuvo no lo pensamos más, arreglamos los papeles, las cosas y nos volvimos con un poco de apuro porque mayores, sin trabajo, sin dinero, sin nada, pero nosotros teníamos unas ganas de venir a España tremendas. Y como teníamos la familia nos vinimos y nos metimos en casa de mi hermana unos meses hasta que encontramos trabajo, él por mediación de unas amistades y yo me cogí dos casas para limpiar. Después encontramos un piso baratito y nos fuimos y seguimos nuestra vida, hasta hoy.

P. ¿Volvería a hacer lo que hizo?

R. En las mismas condiciones sí que repetiría lo mismo que he hecho. Aun sabiendo lo que tendría que sufrir volvería a hacerlo. Cuando ahora veo a la juventud y veo que hay democracia aunque no es por la que nosotros hemos luchado, me digo que, si ha servido para algo, bien empleado sea lo que hayamos sufrido.

P. ¿Le pediría algo a las mujeres jóvenes?

R. Sí, que no os canséis, que sigáis luchando, que las mujeres podemos luchar exactamente igual que los hombres y que hay que hacerlo para que nunca, nunca más haya guerras, ni más muertes de mujeres a manos de sus parejas. No entiendo como es posible que a estas alturas esto siga ocurriendo. Ha cambiado mucho la sociedad, pero aún tiene que cambiar más.

P. ¿Hay algo que no perdona?

R. No tengo hijos porque me hicieron polvo la matriz. Esa es una de las cosas que no perdonaré nunca porque a mi los niños me gustan con locura. Mataron a tres de mis hermanos, otro se fue a Francia, estuvo en los campos de concentración alemanes y también ha muerto. Me acuerdo muchas veces de mi padre, al que mataron también, y de mi hermano pequeño que era una criatura cuando lo asesinaron, con 16 años recién cumplidos, pero la lucha era así de bestia y no se ha podido hacer nada. Si se dieran las mismas condiciones y tuviera que hacerlo, lo volvería a hacer, desde luego lo haría.

P. ¿Ha visto recompensado el esfuerzo y el sacrificio que hizo?

R. Aunque hay gente que no quiere saber nada de lo que pasó, me recompensa ver a gente joven y no tan joven, que en cambio sí está interesada. Pienso que está bien lo que hicimos porque si no seguiríamos igual y ver los cambios que ha habido me recompensa.

P. ¿Qué piensa de la izquierda política de hoy?

R. Me causa un poco de pena ver que no estemos todos unidos. Me causa mucho dolor. Porque mientras en la izquierda no seamos capaces de unirnos no haremos nada. Si todos nos uniéramos los mandaríamos a tomar viento porque somos más que ellos. Pero desde el momento que cada uno va por un lado, se beneficia a la derecha, que son muy listos, lo aprovechan y es una pena.