La exaltación infantil se cerró a golpe de zambombazo pirotécnico de Vicente Caballer. El colofón a una tarde-noche feliz y cumplida. Carmen Monzonís fue la protagonista como horas antes lo había sido Laura Caballero. Es una niña que está llevando su reinado con naturalidad. Cayendo bien. Ayer se puso a llorar en cuanto pisó el escenario y al público espectador le salía el "mira que maja" sin forzar.

Además, el acto se convirtió en un homenaje familiar a los actores secundarios: su hermana Alejandra se encargó de traer bandas y ramos de flores tanto a ella como a la corte y el hermanito Luis le puso el cojín y no dudó en estamparle un beso en la mejilla. El mismo que Alejandra también le dio a la Virgen, puesto que le permitieron subir al camarín de la Basílica al acabar el acto. Todo un detalle con la melliza.

La elección de color del traje fue original: un violeta clarito. El pique entre las dos grandes sederías (Catalá y Vives i Marí) es notorio y de eso sale ganando la fiesta. Calidad al servicio de las falleras, que ahora le darán un buen tute a sedas y manteletas. Monmeneu se lució con el cosido y de Enrique Marzal, responsable de la corte, llamó la atención que optó por poner a todas el mismo color rojo de las cintas.

La exaltación infantil es un acto de alto riesgo por definición. Porque meter a 700 niños, solos, en un patio de butacas, puede desconcentrar al más pintado. Ayer se rozó el desastre cuando los músicos de MozArt salieron al escenario, vieron que casi no había nadie sentado y se marcharon. Volvieron y aún tocaron más de diez minutos entre el griterío general. Un desmadre organizativo había retrasado la entrada de los niños en la sala y aquello era un guirigay. Cuando todo se tranquilizó se pudo redondear un espectáculo efectista si se quiere, pero muy divertido. Mucho más dinámico que el del día anterior. Un exitazo. Quince mil euros costó traerlos de Polonia, pero fue una de esas demostraciones de que, a veces, lo caro puede ser barato y lo contrario.

Alguien dio orden de encender la calefacción y los niños empezaban a caer como moscas. La alcaldesa se enteró y ordenó que, sí o sí, volvieran a meter frío, que ya el viernes hasta alguna fallera de la corte se había mareado.

Si Laura Caballero fue la fallera mayor número 20 de Rita Barberá, Carmen Monzonís fue, por supuesto, su vigésima infantil. La primera, allá por 1992. también era Carmen: Serrano Bononat, ahora feliz mamá y odontóloga. En su corte ya hubo una Monzonís: la tía Elia, que ayer lo contempló desde una de las butacas reservadas en primera fila a la familia.

Marta Querol fue la última fallera mayor exaltada en el Teatro Principal. Ella no tuvo mantenedor, en aquel corto, pero feliz período de años (del 88 al 91) en el que se optó por una voz en off. Tiró de oficio para redondear con su discurso una fiesta feliz.