Esta primavera se cumple medio siglo de que se fletara y llegara a Valencia el primer barco fallero con paisanos residentes en Hispanoamérica, que a lo largo de doce años trajo desde aquellas tierras a emigrantes valencianos para asistir a las fiestas josefinas. El proyecto había surgido mediada la década anterior, en los años cincuenta, cuando un grupo de valencianos residentes en Santiago de Chile, que habían fundado la casa regional y pretendían desde aquel país andino montar una expedición que por mar les trasladara a la patria chica. La propuesta a la compañía Ibarra fue muy bien aceptada, pero tenía un inconveniente: desde el Pacífico, por el sur del nuevo continente, dar la vuelta para afrontar el Atlántico, suponía un trayecto exagerado.

Los creadores de la idea no se desvanecieron, porque los navieros estaban animados, siempre que resultara menos alargado el recorrido. Y aquellos promotores desde Chile tomaron pronto contacto con los dirigentes de la falla El Turia de Buenos Aires, así como con paisanos emigrados a Brasil y Uruguay; y se llegó al acuerdo de viajar todos por sus medios hasta la capital argentina, de cuyo puerto partiría el primer barco fallero hacia El Grao en marzo de 1961.

Fueron doce ediciones en las que los buques Cabo San Roque y Cabo San Vicente, de la citada naviera, emprendieron el recorrido, con escalas breves en Canarias y en Algeciras, para finalmente llegar al puerto valenciano en las primeras fechas de marzo y asistir a la semana fallera, al tiempo que, lógicamente, visitar a parientes y amigos que hacía tiempo a los que no se veía.

Este cronista puede evocar que varios periodistas viajábamos previamente hasta Algeciras para, al llegar allí el Barco Fallero, dar la bienvenida a los paisanos regresados y hacer con ellos el final del trayecto, entre el Campo de Gibraltar y Valencia.

Han pasado cincuenta años de aquella primera singladura y, aunque muchos de sus promotores regresaron a su patria chica, la mayoría de ellos ya no están entre nosotros. Recientemente, hemos contactado con un veterano impulsor de los barcos falleros, Emilio Sanz Redó, que hemos de reconocer que ha sido quien, días pasados, nos recordó la conmemoración, así como los nombres de muchos de los primeros impulsores y viajeros: Juan Belda Catalá, Manuel Valero Pérez, Juan Cebrián Edo, Enrique García Balbastre, José Climent Pascual, Enrique Sanmartín Tárrega, Matías Lorente Buenrostro, Enrique Terrada Insa, Vicente Lozano, Salvador Grases, Vicente Marín Matías, José Durá, Juan Bautista Remohí, Fidel Morte, Salvador Greses, y otros muchos que, desde aquellos países, acudieron en las doce ediciones del barco fallero para regresar a través del Atlántico a la tierra donde nacieron, a la que buena parte de ellos regresó posteriormente y que así vivieron nuevamente las fiestas más tradicionales. Algunos, como recuerdo, conservan los banderines editados con motivo de cada expedición.

Es triste recordarlo, pero también se cumplen este 2011 cuarenta años de que en la Nit de Foc un carcasa se desvió de su trayectoria —se dijo que tal vez por humedad de una ligera lluvia caída— y produjo una catástrofe en la hoy Plaza del Ayuntamiento: tres personas fallecidas y más de doscientas lesionadas, bien por los petardos, bien por la aglomeración de produjo atropellos personales.

Quienes no nos encontrábamos esa noche en Valencia pudimos contemplar en vivo y en directo la desgracia, que por los micrófonos de la televisión nos recordó el inolvidable colega Jesús Alvarez —padre—, suceso que conmovió a España entera y que trae un recuerdo trágico al cumplirse los ocho lustros.