El paso de súbditos a ciudadanos supone que las personas ejercemos un conjunto de derechos que nos permiten desarrollar la convivencia democrática y construir un espacio público. Sin embargo, las trampas de la hipocresía social, el desconocimiento y la falta de voluntad política pueden anular los deseos y expectativas de las personas que viven en las ciudades.

Sirva este preámbulo ante la situación de desconcierto que vive la ciudad de Valencia desde el mes de septiembre de 2010 en lo concerniente al transporte público. Desde dicha fecha y hasta el momento presente, los lunes y jueves de todos los meses se han registrado paros parciales entre las 7 y 8 horas y entre las 19 y 20 horas. Unos paros han aumentado en duración horaria en la semana fallera. Y todo ello ante la inacción política y pública. Mi protesta no sólo es como usuario del transporte público, sino también como ciudadano que considera que este medio de movilidad es beneficioso para un planeta más ecológico y para una ciudad más democrática.

Ni los trabajadores de la EMT, ni los sindicatos, ni los ciudadanos, ni los políticos responsables en el gobierno municipal y en la oposición local han actuado ante esta situación que dura más que un esperpento de Valle Inclán. ¿Cómo podemos seguir deseando una Valencia limpia y cívica y no protestar y actuar para solucionar este conflicto? Malos tiempos para la civilización democrática en esta ciudad que presume de grandes eventos y no es capaz de solucionar un problema de movilidad, derecho fundamental de las personas que viven en ella.