Las clases acaban de comenzar y con ellas también han vuelto los macrobotellones al campus de Tarongers. El pasado jueves por la noche cientos de jóvenes se reunieron en este punto de la ciudad para dar la bienvenida al curso escolar, causando el malestar de los vecinos de la zona y reabriendo el debate sobre las posibles medidas a adoptar para atajar el problema.

El rector de la Universitat de València, Esteban Morcillo, abogó ayer por buscar una "solución compartida" entre la institución académica, las asociaciones de vecinos y el Ayuntamiento de Valencia. Defiende que se haga así porque, según afirmó, el problema "no es realmente algo que afecte exclusivamente" a la Universitat.

Morcillo aseguró que no quieren que se produzca "un espectáculo" que perjudica la imagen de los estudiantes, aunque matizó que únicamente participan en el botellón "un porcentaje de los universitarios", ya que la mayoría "está haciendo un uso absolutamente correcto de su ocio".

El vicealcalde de Valencia, Alfonso Grau, también se refirió ayer a esta cuestión e indicó que se barajan varias posibilidades para acabar con el "desmadre". Así, recordó que una de las opciones que se han debatido con la Universitat de València es la de vallar toda la zona donde los jóvenes se reúnen para restringir su acceso. Grau reconoció que implantar esta medida acarrea algunas dificultades porque el botellón se desarrolla en un espacio público. Por ello apuntó que si no se encuentra una fórmula que se ajuste a la legalidad se buscarán otras alternativas para despejar el campus.

El consistorio y la Universitat trabajan este asunto a través del Observatorio del Ocio, en el que también hay representantes de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valencia. Su presidenta, Mª José Broseta, coincidió ayer con Morcillo en la propuesta de implicar a todos los actores afectados por el asunto en la búsqueda de una solución. "No puede ser que los vecinos sigan sufriendo este problema, llevan años quejándose", lamentó.

Varias patrullas policiales rodeaban el jueves la zona de botellón, pero no intervinieron para impedir que éste se celebrara. El ruido se prolongó hasta altas horas de la madrugada, acentuado por la música que algunos jóvenes escuchaban a través de los altavoces de sus coches. Tras la larga noche de fiesta el campus de Tarongers amanecía el viernes con parte de su mobiliario afectado y con vasos, botellas y otros restos de basura por el suelo.