Monasterio del Puig, segunda mitad del siglo XVIII. El padre Rissón, maestro de novicios, es denunciado ante la Inquisición por un joven fraile. ¿Herejía? ¿Desviación religiosa? Nada de eso. Se trata de algo más terrenal…

El tal padre Rissón «es sodomita público e incorregible —acusa el delator—. Pruébalo que el dicho estuvo amancebado con un religioso llamado fray de Valera; éste era corista, y el tal, maestro de novicios, y eran pocos los días que con el tal Valera no tuviese acto carnal por la parte posterior [...] Muchas noches, después de tocar el silencio, iba el fray Valera a la celda del tal maestro de novicios, y yo [...] atendía y oí dos noches (que es lo que bastaba para salir de dudas) grandes risadas y que le decía el Valera: “Despacio, padre maestro, que me rompe el orificio”».

Después del hereje y el judío, el personaje más odiado por la Inquisición fue el «sodomita». El tribunal de Valencia procesó a 3.661 por este «delito»: entre cincuenta y sesenta fueron quemados en la hoguera, doce de ellos en un brutal auto de fe de 1625; y más de 700 homosexuales fueron enviados a galeras por el Santo Oficio.

La persecución de todas las transgresiones de la moral sexual católica es una de las caras menos conocidas de la Inquisición y sobre la que arroja luz el libro En nom de Déu. La Inquisició i les seues víctimes al País Valencià (Edicions del Bullent), del historiador Albert Toldrà. Porque el Santo Oficio no sólo acosaba a los homosexuales. Por zoofilia («pecado» en el que incurrían moriscos, pastores, enfermos mentales y hombres frustrados) el tribunal de Valencia procesó a 845 personas: quemó a trece y envió a galeras a varios centenares.

La Inquisición también perseguía a los solicitadores, los sacerdotes que aprovechaban la confesión para seducir a beatas y monjas. En los confesionarios, detalla Toldrà, «había toda clase de relaciones: desde violaciones brutales hasta auténticas historias de amor». Exhibicionismo, besos, caricias, masturbación, coito… Y la Inquisición actuaba, como en el proceso contra fray Roc Moltó, un cura de Alcoi de 45 años que solicitó en confesión a Sor Felipa d’Alcàntera, organista y monja del convento franciscano de la Puritat de Valencia, como declaró la religiosa en el interrogatorio del 8 de noviembre de 1704: «Fray Roque Moltó [...] antes de empezar la confesión [...] le dijo que entonces se estaba tocando sus partes y se deleitaba pensando en ésta, y añadía: “¡Ay!” y “¡qué gusto!”, y otras palabras expresivas del deleite que experimentaba [...] que deseaba verla en otra parte más libre, para lograr mejor su gusto, pero turbada ésta con propuesta tan inesperada y escandalizada juntamente, viendo que estaba como loco y fuera de sí, sin dar lugar a más conversación se salió de su confesionario y no volvió más a él». El impulsivo franciscano estuvo seis meses en prisión y le prohibieron volver a confesar.

34.000 asesinados en España

Más allá del inevitable morbo, estas historias recogidas por Toldrà en su libro permiten imaginar el oscuro ambiente represor, salpicado de capirotes, sambenitos, mangas verdes, siniestras cruces en procesión, mordazas, sogas, cadalsos y llameantes hogueras que impuso el Santo Oficio en España entre 1478 y 1834, con 150.000 procesados y 34.000 asesinados. «Con su control sobre las ideas, su imposición de un régimen de delaciones, de terror, tortura y exterminio físico de los disidentes, la Inquisición practicaba el genocidio y el terrorismo de Estado, y anticipa lo que serán los métodos represivos de las dictaduras modernas, sostiene Albert Toldrà.

En Valencia fue punta de lanza. Según el historiador Henry Kamen, uno de los principales estudiosos de la Inquisición, el tribunal de Valencia fue uno de los más severos y crueles de la península, sólo por detrás de Sevilla y Toledo. Tras su paso provisional por el Palacio Real, el tribunal inquisidor de Valencia tuvo su sede en un palacio cercano a las actuales Corts Valencianes. Su primera prisión fue la Torre de la Sala, en la calle de la Batllia, pero desde mitad del siglo XVI su sede carcelaria estuvo en la Casa de la Penitència, próxima al portal de la Trinitat. Las hogueras de la Inquisición tenían lugar fuera de la ciudad, donde hoy está el Jardí Botànic.

La tortura fue moneda común hasta su abolición en 1674. Pero entre 1566 y 1620, los años más negros, se aplicó «a casi una cuarta parte de los procesados, la mayor parte moriscos», según los datos de la investigación de Toldrà. Los instrumentos de tortura más comunes eran la garrucha (una polea de la que se colgaba al reo por las manos y que producía dislocación de brazos y piernas), la toca (un trapo que se metía en la boca del reo mientras se le obligaba a tragar agua para producirle sensación de ahogo), el potro (donde se le presionaban los miembros) y el guante de hierro (que se ponía en la mano del reo y se presionaba lentamente).

Sólo una tercera parte soportaban la tortura sin declararse culpables, lo fueran o no. Entre los más resistentes figuraban los moriscos, un grupo con el que se cebó el Santo Oficio hasta su expulsión en 1609 para evitar el posible efecto contaminador en los cristianos. «El tribunal de Valencia procesó a más de 3.000 moriscos; fueron pasando de una represión puntual a la persecución indiscriminada», relata Toldrà. Eso sí: la Inquisición no fue tan cruel con ellos como con los judíos.

Mientras que la mayoría de moriscos condenados eran destinados a galeras, con los judíos se aplicó una represión brutal. La mitad de los que procesó el tribunal de Valencia hasta 1530 fueron condenados a muerte. ¡Más de mil judíos quemados en Valencia en apenas 50 años! El asesinato de familias enteras, como la del humanista Lluís Vives (él logró escapar), hizo que a partir de 1530 casi no quedaran judíos en Valencia.

La delación de una «bruja»

También hubo procesamientos —337 en Valencia— por el delito de superstición, que incluía la brujería. Como el de Serafina Fuertes, de Castelló, encerrada en la prisión de la Galera de Valencia. El 1 de diciembre de 1741 —cuando llevaba cuatro años entre rejas—, Serafina delató a otra prisionera por haberle enseñado un sortilegio para conseguir el amor de los hombres. Así era el régimen de terror impuesto por la Inquisición. Y todo ello, como titula Toldrà, en nombre de Dios.

Una leyenda negra matizada

La leyenda negra de la Inquisición es matizada por Albert Toldrà. «Es cierto que, comparada con otros tribunales, no fue la gran torturadora; también que en la prisiones del Santo Oficio probablemente los prisioneros no eran tan maltratados como en las otras», dice, en una época en la que todas las justicias eran crueles.

Sin embargo, añade, «lo que nadie puede negar hoy es la enorme inhumanidad que suponían las particularidades del proceso judicial inquisitorial: el secreto, la confiscación de bienes, la negación de la defensa, la infamia pública y la inhabilitación para los descendientes».

Además, sus consecuencias no se limitaron a su periodo histórico ni terminaron en 1834 con la abolición del Santo Oficio. Según Toldrà, «el fanatismo, el racismo y la xenofobia, el rechazo al pensamiento y la cultura, la fascinación por la muerte, el autoritarismo, la crueldad y la violencia, y la ideología nacionalcatólica española son elementos de su herencia». p. cerdà valencia

La primera institución que impuso el castellano en Valencia

­Aunque eclipsado por su crueldad contra el individuo, la Inquisición también tuvo un efecto aplastante contra la lengua y la independencia nacional del Reino de Valencia. El carácter «castellano y españolista» del Santo Oficio, en palabras de Toldrà, lo llevó a ser la primera institución que utilizó el castellano en Valencia antes de la Guerra de Sucesión y del decreto de Nueva Planta posterior a la desfeta de Almansa de 1707.

Todos los procesos y la documentación del tribunal de la Inquisición en Valencia se redactaban en la lengua de Cervantes porque, como reza un documento de la época, «en los negocios de la fe todo se procede en lengua castellana». Se desconoce si el testimonio hablaba en castellano o valenciano, pero sí hay constancia de que los secretarios del tribunal —que no dominaban el español— escribían un castellano plagado de valencianismos y errores ortográficos.

La documentación también demuestra que los inquisidores leen públicamente discursos en castellano sin que los entiendan la mayoría de los asistentes, como se queja algún inquisidor para justificar el uso puntual del valenciano.

Además, la Inquisición —que no pagaba impuestos y tenía otros privilegios— motivó conflictos con las Corts, la Generalitat, los virreyes, la nobleza, la catedral, los obispos o los jurats del cap i casal. El Santo Oficio fue, sostiene Toldrà, como «un caballo de Troya» de los reyes castellanos para «saltarse las barreras jurisdiccionales de los furs de la Corona de Aragón, que suponían un límite a su poder».